Dijimos en su día que tanto monta, monta tanto, Isabel como Fernando (bueno, en este caso, Sáenz de Santamaría y Casado) pero, a pesar de ello, algunos prefirieron concederle el beneficio de la duda a este político mientras que otros estaban ilusionados (en realidad, esas actitudes intelectuales son legítimas y respetables).
Dejando aparte sus simpatías hacia el modelo económico californiano, su interés en integrar al sorayismo y su cercanía con socialistas como Cristóbal Montoro y José Antonio Monago, y nacional-galleguistas como Alberto Núñez Feijóo, en base a las cuales llegamos a decir que tanto para unos como otros este cambio de liderazgo en el Partido Popular (PP) dejaba más incertidumbres que certidumbres.
Ahora bien, muy a pesar de aquellos que tenían esperanzas de ver convertido el PP en un partido liberal-conservador con un líder de buenas destrezas de oratoria, algunos de ellos admiradores de la ex Primer Ministro británica Margaret Thatcher, parece ser, que ha invertido esa regla de tal personalidad, en base a la cual no se consideraba una mujer de consenso, sino de convicción.
Dicha máxima era ya de por sí una buena recomendación para una derecha cuya actitud de autoexculpación por existir evidencia su incapacidad para recelar del consenso socialdemócrata y plantar un desafío intelectual y dialéctico a la izquierda en todas sus facetas. Pero parece ser que, salvo si pensamos en partidos minoritarios extraparlamentarios, tendremos que esperar sentados.
El caso es que el político palentino manifestó antes de ayer lo siguiente:
Lo que quiero proponer al presidente del Gobierno es que en las cuestiones importantes para España, los dos partidos fundamentales, que somos el PP y el PSOE, podamos hablar y tener posiciones comunes, siempre y cuando sean dentro de la responsabilidad.
Eso era el anuncio intencional con motivo de una reunión con Pedro Sánchez, el presidente del gobierno de España, que ya trascendió este jueves día 2 de agosto. Ambos han acordado reforzar la relevancia del bipartidismo (PP-PSOE) como agentes clave de la política nacional, en detrimento del tetrapartito que ahora compone el mainstream partidista.
Ahora bien, puestos a esperar lo que corresponde y resultaría propio de alguien a considerarse como líder de una derecha liberal-conservadora, más de uno es incapaz de entender a qué clase de acuerdos sobre economía y política migratoria con un partido que está más escorado a la izquierda, aparte de estar radicalizado y tener un dirigente que hace poco se reunió con el enemigo de Occidente George Soros.
En el caso migratorio, en el que Casado ha jugado a intentar bien con ambos bandos del espectro político clásico y heredado de la vecina Francia, intentar llegar a un acuerdo con quien le interesa viene a evidenciar que no podremos esperar en un futuro un compromiso con un control migratorio similar al de Sebastian Kurz y Viktor Orbán, Primeros Ministros de Austria y Hungría, y que no habrá un refuerzo como el de Trump.
Mientras, si uno se quiere comprometer a bajar impuestos y ha contado para ello con la asesoría de economistas pro-mercado de referencia durante la campaña de primarias del partido, ¿qué se va a negociar con un partido partidario de disparar el gasto público y la presión fiscal en mayor medida de la que lo hizo Rajoy, y mantener el fracasado sistema bismarckiano-redistributivo de pensiones?
En cualquier caso, piense lo que piense cada uno, ya sea más benevolente o más intransigente, no parece claro que mantener el consenso con la izquierda, antiespañola, anticristiana, anti-familia y liberticida, causante de muchos de nuestros males, vaya a ser lo que necesite la derecha para salvar a España.
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