La mala noticia es que ayer se reunió la mesa de diálogo entre el gobierno de España y Cataluña, esos dos grandes países fronterizos del sur de Francia en un estado constante de enfrentamiento. O esta es la impresión que podría extraerse de ese encuentro, ofrecido en bandeja por Pedro Sánchez al separatismo catalán que le sostiene en el poder. La escenificación de la mesa de diálogo no sólo ofrece la falsa impresión de que España es una cosa, Cataluña otra y ambas enfrentadas, sino la de que Sánchez representa a todos los españoles y Aragonés a todos los catalanes. Que sí, pero no, como veremos más adelante. De hecho la mesa de diálogo es una institución alegal, no amparada por el marco constitucional, no votada directamente por nadie y sin representación de la oposición. Dicho esto, ayer Pedro Sánchez le marcó un tanto a Aragonés en términos de imagen.
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Mientras que Pedro Sánchez llegó a la reunión inclinando la cabeza de forma exagerada ante la bandera catalana, Aragonés dio orden de quitar de su rueda de prensa la bandera española, dándose el gustazo de llevar a cabo este desplante a todos los españoles frente a todos los medios. Ninguno de los dos gestos era espontáneo, por eso se puede decir que Pedro Sánchez inclinó exageradamente la cabeza ante la bandera catalana, remarcando el gesto más de lo necesario, para que de ningún modo pasara inadvertido ante las cámaras. Aragonés también quiso que su orden de quitar de en medio la bandera española en su presencia tampoco pasara inadvertida. Una ofensa que pasa inadvertida no es una ofensa aunque ofenda el que pueda. No obstante el gesto de Aragonés fue mucho menos inteligente que el de Sánchez. El gesto de Sánchez pudo agradar a muchos catalanes, incluso entre los nacionalistas. El gesto de Aragonés pudo desagradar a muchos catalanes, incluso entre los nacionalistas, no digamos entre la generalidad de los españoles. En una situación de normalidad los medios, incluso en Cataluña, machacarían hoy a Aragonés por su falta de moderación y de respeto, aunque por suerte para el mandarín nacionalista controla por completo la Educación y los medios de comunicación de su territorio. Esto significa que puede elegir dónde se pone el foco del debate y que un error nivel 8 se puede reducir a un error nivel 2.
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Si mala es la noticia de la reunión y la anormalidad institucional que comporta, peor noticia aún es que Sánchez nos diga que esto hay que tomárselo con calma y que va para largo. Por otro lado es exactamente lo que podía esperarse y esto es otro de los problemas fundamentales. Pedro Sánchez no va a la mesa a arreglar un problema de España, sino un problema del PSOE. Su objetivo no es resolver el problema nacionalista catalán, sino ser presidente al menos hasta agotar la legislatura. Es por esto que Sánchez, acumulando anormalidad sobre anormalidad, tampoco acude como presidente de todos los españoles, sino como líder del PSOE o ni eso, acaso sólo como Pedro Sánchez a título particular, defendiendo sólo sus intereses a nivel personal.
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Posicionarse en contra de una mesa de diálogo siempre resulta problemático. El diálogo es bueno. No ser dialogante es lo peor. El que está contra la mesa de diálogo no es dialogante sino que está a favor del conflicto. Sin embargo la mesa de diálogo que nos ocupa, como en su día la de Loyola con la ETA, es una auténtica farsa. Por un lado no hay diálogo, ni por tanto cesiones mutuas, sino una parte que sólo da y una parte que sólo recibe. Los nacionalistas nunca ceden nada en una mesa de negociación. Por supuesto renunciar a incumplir la ley no es una renuncia sino un deber y recibir una contraprestación por cumplir la ley sería corromper la legalidad. O mover la ley para que los que están fuera de ella queden dentro, en vez de moverse a la legalidad los que están fuera de la ley. Por eso las mesas de diálogo con los nacionalistas siempre son mesas de claudicación. Lo único que puede sacar Pedro Sánchez de los nacionalistas en una mesa de claudicación es un poco más de tiempo para seguir en la Moncloa. En una mesa de diálogo de verdad, además de cesiones por parte de todos, tendría que estar representado todo el mundo, como en el Parlamento. La mesa de diálogo es una mutilación de la democracia que da lugar a unos órganos en los que están presentes los gobiernos pero no la oposición. Pero a tapar todas las voces que no les gustan le llaman “diálogo”, y al que le dejan sin voz y protesta le llaman enemigo del diálogo y le acusan de alimentar la confrontación.
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Por lo demás cabría albergar la sospecha de que, contra lo que pudiera parecer, el pacto entre los separatistas y el gobierno no es algo que se encuentra al final de las reuniones de esa mesa, sino que las reuniones en la mesa vienen después de un pacto al que ya se ha llegado. O sea, que al menos como hipótesis todo podría ser un teatro, que el resultado de las reuniones y el plazo de las concesiones ya está escrito y que cada una de las partes se sienta a la mesa sabiendo de antemano lo que va a recibir de la otra, mientras pastoreada por los medios la plebe les observa aturdida con mente y mirada bovina.
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