No a la guerra es lo más belicista que puede decirse

Vuelve el no a la guerra. Habrá a quien le parezca un lema precioso, pero es una estupenda mentira. O puede que ni siquiera tan estupenda. De entrada no se trata de un eslogan para defender la paz, sino para convertir en violentos e indeseables a quienes se encuentran al otro lado del eslogan. Convertir en basura belicista al de enfrente no es una actitud muy pacífica. Simplemente se utiliza la paz para marcar territorio y descalificar al contrario, lo mismo que en otros ámbitos quien se desmarca de cierto punto de vista es machista, xenófobo, homófobo, negacionista o el calificativo descalificativo que sea.

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Como confirmación de esta tesis vemos que al no a la guerra se apuntan en bloque los mismos partidos extremistas que le hacen ongi etorris a la ETA, animan al escrache, se emocionan con la agresión a un UIP, justifican el FRAP, o condenan que se reprima a los violentos que lanzan ladrillos contra sus rivales políticos.

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Todo lo anterior, sin embargo, dibuja más un falso pacifismo o un pacifismo selectivo e hipócrita que el pacifismo radical sobre el que estaríamos intentado reflexionar. Obviamente el que defiende la violencia contra sus rivales y únicamente se opone a la violencia contra sus aliados o quienes coinciden con sus puntos de vista e intereses no es un pacifista sino un farsante, ¿pero qué pasa con el pacifista de verdad?

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Si Rusia invade Ucrania, por ejemplo, el pacifismo radical consistiría en permitir la invasión. Si la falta de reacción llevara a Rusia a invadir además Polonia, el pacifismo radical volvería a contemplar pasivamente esta nueva invasión, a la que se opondría acaso con alguna vacía declaración o alguna sanción económica, con la que la experiencia nos dice que el sancionador suele resultar tan perjudicado como el sancionado y en cualquier caso afectando las sanciones sólo a la calidad de vida de los pueblos y no a los gobiernos. En un conjunto en el que todo el mundo fuera pacifista menos un sujeto, ese sujeto violento se convertiría en el amo del grupo. Entre pacifistas radicales, convertirse en violento y pasar a ser el amo del grupo es de hecho más un estímulo a la violencia que una razón para abstenerse de ella. Quien sabe que si actúa violentamente puede recibir una respuesta violenta tiene al menos dos razones para no actuar violentamente: la moral y el temor a la represalia. Si no todos los demás son pacifistas la violencia, cuestiones morales apartes, puede no ser un instrumento útil para garantizar la dominación sino un camino hacia la autodestrucción.

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Naturalmente una cosa es ser pacífico y otra ser pacifista. Asumiremos que lo discutible es ser pacifista, no ser pacífico. De hecho por todo lo dicho el pacífico garantiza más la consecución de la paz que el pacifista. Lo cual nos lleva a una pequeña consideración anexa acerca del diálogo.

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Frente a la violencia se suele presentar el diálogo como la gran alternativa y el colmo de la virtud. Esto lo afirman por ejemplo quienes defienden el diálogo con los terroristas. Paradójicamente, o puede que no, a menudo son los terroristas los mayores defensores del dialogo y de que quien es víctima de su violencia se siente con ellos a negociar. Tiene toda lo lógica del mundo y no hay contradicción. El violento simplemente se da cuenta de que, si utiliza la violencia, el pacifista o el dialogante le dará lo que quiere a cambio de que deje de actuar violentamente. Consiguientemente la violencia resulta premiada y por tanto el diálogo y el pacifismo se convierten en un estímulo para actuar violentamente.

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Como colofón de todo lo anterior podría concluirse que hay una violencia justa y una violencia injusta, y que por tanto también hay un pacifismo justo y un pacifismo injusto. Lamentablemente vivimos en un mundo complejo en el que la propaganda sustituye a la inteligencia. Por supuesto todo esto es un reflexión general sobre la violencia y no sobre el caso concreto de Ucrania o cualquier otro. Simplemente interesa refrescar los conceptos generales porque el pacifista impostado es un hipócrita y el pacifista radical un peligro. Estar siempre o nunca a favor de la violencia sería sencillo. Lamentablemente no funciona ser sencillo en un mundo complejo.

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