Entramos en el año 2019 con considerable preocupación ante la estrategia de implantación del programa SKOLAE, que responde al proyecto de ingeniería social de los ideólogos de género, la justicia (TSJN) no considera necesaria la suspensión cautelar del mismo.
Pero es que, cuando empezamos a celebrar una festividad cristiana en la que también se pone en valor la institución de la familia (como mínimo, mediante el acto de reunión y de reencuentro con aquellos a los que, por diversas circunstancias de la vida no podemos ver el resto del año), recibimos agrias noticias.
Nos encontramos ante una “crisis de valores” ante la cual, los burócratas de turno han preferido proporcionar alicientes para las mismas. Tan habitual es que en la sección deportiva del telediario nos hablen del Real Madrid como que en nuestra vida cotidiana, “divorcio” y “separación” sean palabras comunes en muchos “cotilleos”.
Pero no hace falta remitirse a las conversaciones de whatsapp o las tertulias de bar. El caso es que, según las estadísticas del Consejo del Poder Judicial (CGPJ), en el año 2018, una media de tres matrimonios al día acude a los tribunales para proceder a la ruptura de ese vínculo que en su momento formalizaron.
Al mismo tiempo, por cada 10.000 habitantes, hubo 4 disoluciones matrimoniales (por debajo de la media nacional, de 4’7 puntos). Eso sí, cierto es que las tasas de divorcio quizá descendieran, pero es que muchos abogados de familia advierten de que cada vez hay menos enlaces matrimoniales.
En cualquier caso, en pocas palabras, podemos afirmar que la institución del matrimonio no es algo que a día de hoy, por desgracia, forme parte de los proyectos de vida a querer emprender por muchos, mientras que, por otro lado, no son pocos los casos de inestabilidad, independientemente de que haya o no descendientes a cargo.
Ante ello, hay que decir que siendo plenamente conscientes de que una sociedad tanto libre como floreciente ha de requerir familias fuertes y respetadas, cabe velar por la estabilidad de la misma -mal que le pese a quienes crean que no sacan cosas de contexto creyendo que quizá seamos unos dirigistas sobre los individuos.
El sentido común siempre nos dicta que para que algo dé sus frutos, ha de funcionar bien. Da igual que hablemos del estado del hardware de un ordenador, de las condiciones meteorológicas en las que se va a hacer un partido de fútbol o de la cantidad de combustible que tiene nuestro vehículo antes de partir a la casa de playa.
Eso sí, en este caso hablamos de las componentes de la familia, conforme al orden natural y, por ende, espontáneo. Precisamente, nos referiremos al matrimonio, entendido no solo como la unión entre un hombre y una mujer, sino como la base matricial para formar una nueva familia.
Se trata también de una institución que los ingenieros sociales que tenemos al frente del Estado han atacado continuamente, no solo con la tergiversación homosexualista, sino tratando de flexibilizar los trámites de divorcio de modo que las nupcias tengan tan poco valor como la adquisición de un vestido para celebrar la fiesta de fin de año.
Eso sí, forma parte de esas verdades políticamente incorrectas, de esas “tesis” -tan originales como el reloj de cuco suizo, aunque también tanto como la autoría de la tesis del “okupa” de la Moncloa- el afirmar que las familias donde no hay un matrimonio contraído tienden a generar ambientes posibles.
¡Pero cómo puede ser eso posible! ¡Pero si la sociedad avanza! No perderemos el tiempo en discusiones vacuas basadas en “tú llevas razón… te equivocas, yo digo la verdad”. Nos vamos a remitir a la última edición del informe World Family Map, realizado por el Instituto de Estudios Familiares (IFS), un think-tank conservador norteamericano.
En dicho informe, para corroborar si tan poco irrelevante es preocuparse por una pareja paternal que cohabite sin estar casada, se han tomado como muestra unos 17 países: Bélgica, Bulgaria, Estonia, Francia, Georgia, Hungría, Italia, Lituania, Países Bajos, Noruega, Polonia, Rumanía, Rusia, España, Reino Unido y Estados Unidos (EE.UU).
Aunque el nivel académico-educativo familiar también sea determinante, mejor dicho, influyente en lo que a estabilidad familiar se refiere, no elimina ni anula esa “brecha” situacional que existe entre las familias de padres casados y las de aquellos que simplemente viven juntos, sin haber formalizado ninguna clase de acuerdo o contrato.
La gráfica que podemos observar corrobora, a grandes rasgos, que a mayor nivel educativo, menor riesgo de desestabilización existe. De media, si el nivel educativo fuera bajo o moderado, la probabilidad de esta sería de un 19 y de un 30 por ciento mayor, respectivamente.
Eso sí, también grosso modo, las rupturas suelen ser menores en aquellos entornos sostenidos por padres cuya unión no está formalizada a efectos de ser reconocida institucionalmente como matrimonio. A continuación observaremos algunos ejemplos concretos que ayuden a comprender mejor esta tesis.
En España, en todos los supuestos de nivel educativo, la diferencia entre probabilidad si se está en régimen matrimonial y en cohabitación es realmente despreciable, aunque en los casos donde la educación maternal es de nivel moderado, donde hay matrimonios, hay una ventaja de 2 puntos frente a las parejas que cohabitan.
Ciertamente, puede sorprender un poco, mientras que en Estonia, un país con una elevada proporción de ateos, en los casos donde hay menor nivel educativo maternal, la probabilidad de ruptura es menor en el supuesto matrimonial que en el de cohabitación.
Ahora bien, en la mayoría de países, lo normal es que el entorno no matrimonial tenga mayor tendencia a no perdurar. Rusia, Estados Unidos, Reino Unido y Francia son ejemplos de ello, con diferencias, respectivamente, de 12, 31, 16 y 9 puntos frente a aquellos donde no haya una mera cohabitación.
De hecho, afirman, en general, desde el ente analista que “la brecha de estabilidad no varía demasiado en función del nivel de educación maternal”, afirmando que los niños descendientes de parejas casadas tienen una probabilidad mucho menor de sufrir convulsiones en su entorno familiar.
Es más, cabe señalar que un divorcio afecta en varios aspectos a los niños, especialmente cuando hay violencia entre los miembros de la pareja: bajo rendimiento académico, trastornos del sueño, fobias, patologías ansiolíticas y posible desvinculación con otros seres queridos (la custodia compartida busca paliar estas situaciones).
Por lo tanto, ya concluyendo, sin intención de manipular e incitar a la coacción de terceras personas a través de mecanismos legales, cabe precisar que hay que velar por el buen funcionamiento de esas instituciones que son una base de la familia, la cual hace posible una sociedad debidamente libre, y floreciente.