Siempre fue difícil entender la vida, si ha existido el propósito de ello, aunque en muchos no nazca la enloquecedora y titánica tarea. Un nuevo año se inicia con muchos propósitos, tal vez cientos; sin embargo nada se enfoca al fin existencial de cada uno. Quizás sabemos que algún día nos moriremos, pues todo lo que sube tiene que bajar en algún momento. El primer buen destierro se da con el nacimiento, somos lanzados a la vida. Y de esta forma, se dan los primeros inocentes pasos en este elocuente camino que se llama: la vida. De pronto el tiempo se acelera y vamos creciendo. Algunos creen en vagos fines y, sobre todo, alimentados por los usos y modas de la época. Como cuentan con apoyo hay plena “vigencia moral” y todo se reduce a los fines de la inmediatez, esto es, que todo tiene que ser próximo, vivaz, excitante, placentero o frívolo (enmarcado por supuesto en una irrealidad). O sea dar una nota o una fragancia animosa de pertenecer al mundo, incluso cuando muchas veces criticamos ese mundo y adornamos de bellos ideales de cuentos de hadas. No obstante mejor sería creen en el silencio y no en un prosaico discurso de los cuales a veces creemos estar exentos, pero que son reglas vigentes (para el resto).
Más allá de la crítica anterior, quien se dedica a pensar por algunas fracciones del día en general o en particular de su propia vida entenderá que, como sostiene Kierkegaard en referencia a Aristóteles, “El poeta es un filósofo más grande que el historiador, porque demuestra cómo deben ser las cosas y no cómo son”. Quizás las cosas son como se muestran sin más; pero es necesario que alguien venga y diga cómo deberían ser o al menos levantar una especie de protesta, aunque nadie crea en la absurda práctica de llevarlas a cabo. Tal vez sea el tipo aburrido, algo serio, el que vive en una nebulosa, poco jocoso. Pero tiene la dignidad de pensar, de ser alguien por sí mismo, no envuelto en la misma jerga mundanal, ya que, al menos, esta persona se diferencia del ritual común y corriente de la calle (el que quiere ser parecido al otro para imitar su misma gracia). En una escala involutiva, a diferencia del hombre, son los animales lo que imitan patrones; eso está bien porque intentan sobrevivir a un medio hostil. Pero la barbaridad moderna se busca imitar lo más bajo y vil de los demás, puesto que se trata de estar a la corriente y a la moda, buscando ser valorado (pero por lo que uno no es realmente). Es, sin duda, un esfuerzo amargo y sin sentido.
Ahora, el problema es ver aquellos ideales hoy en día. Seguramente perdieron su vigencia. No obstante, no hay mejor consejero que la vida; es algo que cae por su propia esencia. La vida nos enseña y nos da mensajes. Algunos lo toman y otros no. Pero al fin y al cabo todos transitan por el mismo camino. Nadie nace exento de que se le muera alguien, de perder la belleza por el paso de los años o perder una pequeña fortuna. En la cima todos somos semidioses; pero el problema se da cuando caemos y allí quizá esta la vida para enseñarnos e ilústranos con sus mensajes. Es una especie de amor a lo sencillo y majestuoso que tiene, precisamente, la vida en cada momento (cuando nos dignamos a escucharla). Y asimismo, los más apresurados por vivir son los que menos terminan viviendo e incluso entendiendo. Estar constantemente aguardando el siguiente paso es estar siempre un paso atrás hacia un sinfín. A esto me refiero cuando hay que hacer el intento de comprender la vida; dar un paso en todos los sentidos con la esperanza de que uno verdaderamente está viviendo en miras a un orden superior (que paradójicamente podemos no entender). Esto le da cierto sentido a la vida.
Uno piensa que las épocas cambian, pero constantemente las tragedias de amor a lo Shakespeare se renuevan. No hace falta el romanticismo de una época o de una obra, sino de situaciones comunes que acontezcan en el presente, posiblemente con elementos más ordinarios y aún más bajos; pero nada obsta la universalización de esa tragedia como antes. Siempre se exhiben los mismos elementos. Por esta razón la vida presenta siempre los mismos mensajes. Cuando una obra muestra ciertos conflictos amorosos o morales de los cuales nos vemos impactados en el presente es, justamente, porque tienen tanta vigencia como antes, y hasta puede ser que veamos tales conflictos en nuestras propias vidas; y allí esta lo maravilloso de la literatura universal, puesto que nunca pierde su vigencia. Además, En los libros se encuentran los mejores mensajes vitales, son un complemento extraordinario a nuestras vidas. Podemos encontrar un compañero de ruta inseparable, alguien que, finalmente, nos entienda y comparta los mismos sentimientos; ayudándonos a levantar protesta contra aquello infranqueable que tiene la vida misma. Uno puede ser entendido por algunas páginas escritas y llamarnos a la inspiración ante un entorno que puede ser inclusive hostil a nuestras ideas. Y aún más saber que no estamos inevitablemente solos.
Finalmente, la sabiduría puede constar en comprender la vida y ver sus mensajes, no en lo general sino en lo particular, es decir, en mi propia vida. Sin embargo en esta tarea tampoco tenemos que dejar que se nos vaya la cabeza. Debemos encontrar el perfecto equilibrio entre vivir y pensar, y saber acentuar en su momento justo que pesa más: si el vivir o el pensar. Allí encontraremos el equilibrio y veremos aquellos mensajes necesarios para vivir correctamente.