En todo lo que tiene que ver con la pandemia estamos hartos de oír hablar de medicamentos, vacunas, respiradores, camas UCI, hospitales, trajes EPI… Todo esto, con ser muy importante, sólo son cosas que hacen referencia a la faceta material del problema que estamos abordando. No obstante, resulta que esta pandemia y las personas a las que está afectando, precisamente por afectar a personas, tiene un aspecto espiritual que va mucho más allá de la materia. Desde luego muchos de los enfermos necesitan tanto como la atención médica, no digamos cuando además la atención médica ya no ofrece esperanza, el calor humano de sus seres queridos y la atención espiritual que les puedan proporcionar unos héroes de los que, salvo en algunos grupos de whatsapp o en algunas cuentas de las redes sociales nadie está hablando. Hablamos de estos curas con trajes EPI que se juegan la vida todos los días sin que nadie de cacerolazos y sin salir en los telediarios.
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Es de temer que desde Davos no se haya recibido ninguna directriz en los grandes medios para publicitar la labor callada pero vital que están desempeñando los religiosos. Tampoco hay retuits de ningún partido viralizando la queja de alguno de estos sacerdotes por lo cansado que está, la tensión que soporta, lo poco que descansa y lo menos que cobra. No los retuitearían en ningún caso, pero tampoco se pueden retuitear los mensajes de queja de una gente que nunca se queja.
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Observando a los curas EPI embozados en sus trajes, jugándose la vida en primera línea, llevando calor humano y apoyo espiritual a los enfermos, podría recordarse la historia de aquella actriz de Hollywood que, visitando un día una leprosería, le confesó a una monjita que lavaba a un leproso que ella no haría ese trabajo ni por un un millón de dólares. Por un millón de dólares yo tampoco lo haría, le respondió la monjita.
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