L’elisir d’amore

       Hemos quedado para hablar de canto con dos sopranos que representarán, los próximos 21, 22 y 23 de octubre, en el teatro Gayarre, L’elisir d’amore, ópera de Gaetano Donizetti. Son dos sopranos en un mismo proyecto con dos perfiles muy distintos.  Mª Elena Sancho, a quien conocimos en el concurso de canto Julián Gayarre, es la profesional a tiempo completo. Lola Elorza, a quien hemos escuchado muchas veces en Pamplona, la última como una Violeta conmovedora en el teatro Gayarre, trabaja en un taller que nada tiene que ver con la música y tiene dos hijos.

       La crisis personales enriquecen también al cantante, dice Elena. Ella estaba, dice, excesivamente centrada en triunfar, en ser solista, todo su trabajo enfocado a los concursos, las críticas… Se dio cuenta de que no le gustaba que el centro de su vida fuera su evolución vocal. Hay algo más importante: tu conducta, tu comportamiento. Interrogantes para el futuro sí, pero ahora está haciendo el elisir aquí en Pamplona, y se le ve entregada. Lola Elorza coincide en que no puede ser la voz tu centro vital. La familia es un apoyo indispensable en los momentos duros, le ha ayudado a ver qué es lo más importante en la vida y le ha ayudado a sentirse, a cantar. Para ella, el hecho de cantar como solista en público sólo ocasionalmente le evita la presión diaria que tiene que soportar un profesional a tiempo completo.

       Para un servidor, la ópera es un artículo un tanto extraño y, aunque le ha hecho pasar momentos de auténtica emoción, piensa que este género escénico se interpreta pensando excesivamente en el purismo de los profesionales y poco en lo que era en su momento. Pensemos en la época de Donizetti: los italianos  escuchaban la ópera en su idioma. Nosotros no: ¿cómo va a atraer a la gente si no la traducimos nunca? No convenzo ni a Lola ni a Elena. Las dos coinciden en que el sonido del idioma, en este caso el italiano, no es el mismo que el del español. Elena dice que el español es temperamental, fogoso, arrebatador, pero no es italiano. Ha asistido a representaciones de ópera en inglés en Londres y aquello parecía Broadway… Lola, que conoce mi defensa por traducir los libretos, responde tajante: el texto es música. Pero coinciden en que es importante el libreto. En una página de internet que se llama Kareol aparecen todos los libretos traducidos, Elena aconseja gastar unos minutos leyéndolo antes de la función.

       Para Elena aquí falta una asociación que haga ópera o zarzuela de manera amateur. La ópera no tiene que ser un despilfarro colosal; se ha de buscar la calidad, eso sí una asociación como la de Sasibil de San Sebastián ayudaría a acercar al público a la ópera.

       Me fijo en que, cada una en su estilo, tiene mucha expresividad gestual. “Tiene la voz más bella que conozco, sería una estrellaza si se dedicara a ello”, dice Elena de Lola; “Eso tú”, le contesta”. Lola me comenta de Elena que todos los chicos creen que se parece a Julia Roberts. Yo, puestos a echar flores, en estas noches de emoción previas a la ópera, las que más encanto tienen, creo que a las actrices de cine les suele faltar haber cantado un aria de Verdi, de Bellini, de Donizetti. Alguna vez una de ellas se queda seria, pensando tal vez en otra cosa… qué esconde y cuánto expresa la mirada. Cualquier actriz no mira así. Tal vez resuene una melodía, algo puro que llamara.

       A Lola la he oído cantar hace años ya, y siempre me fascinó que, en una transición imperceptible, se pone a cantar y ya es una con su voz; es ella la que canta y a la vez se deja llevar por el sonido. A Elena la he escuchado menos, sólo en el último Julián Gayarre, en el que ganó un segundo premio; recuerdo, además de un timbre muy bello, uno de sus gestos, el más serio y grave. Ese gesto en el que callamos, cuando el diálogo está dentro de uno, expresa mucho más que las palabras. Hay cantantes que en el instante previo a hacer sonar la voz ya están expresando la trascendencia de ese momento.

       Elena menciona el magisterio de la Callas (quien la haya visto lo entenderá perfectamente; la Callas se transformaba en cuanto sonaba la primera nota de la orquesta), además del de Javier Santacara. Lola Elorza vive las clases como todo un ejercicio de introspección, de conocimiento personal, y nombra con cariño a su profesora Mª Eugenia Echarren. A las divas se les suele llamar con el artículo femenino y el apellido: la Caballé, la Callas, la Freni. ¿La Sancho, la Elorza…? Qué más da. Lo que sí sé es que valdrá la pena este L’elisir d’amore. Nos vendrán bien la dulzura y la pasión de estas dos amigas.

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