Las “ordeñadoras” de ETA

Se trata de un aspecto del terrorismo nacionalista de ETA del que no se suele hablar demasiado, aunque el río suena desde hace tiempo. En un día tan señalado para el feminismo como ayer, Periodista Digital publicaba una información curiosa sobre las llamadas “ordeñadoras” de ETA. Estas ordeñadoras no serían sino el nombre con el que son conocidas en el argot carcelario las chicas del entorno de la izquierda abertzale, que provinientes de todo el País Vasco y la CAV, viajan hasta las cárceles donde se encuentran los presos de ETA para satisfacer los instintos primarios de sus héroes carcelarios. Podríamos hablar de las groupies de ETA aunque el término “ordeñadoras” resulta más descriptivo y evita además el tener que recurrir a anglicismos.

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Decimos que no es la primera vez que esta historia de las sirvientas sexuales de la ETA, a semejanza de las esclavas sexuales del ISIS, se filtra a la luz pública por una u otra grieta del sistema. El etarra Iñaki Rekarte, en su libro “Lo difícil es perdonarse a uno mismo”, relata este tipo de prácticas de las que él mismo era beneficiario. En las fiestas de barrios y pueblos, las casetas de la izquierda abertzale colgaban las fotos de los presos con un código o la dirección de la cárcel donde cumplían condena. Las chicas del entorno radical escribían cartas a los presos que les resultaban más atractivos para componer un catálogo en el que el preso, desde su celda, iba a su vez eligiendo como en un catálogo para preparar la correspondiente visita. Esas visitas en las que si por ejemplo la chica sufría un accidente dicen después que es un asesinato de estado.

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En todo esto habría por lo menos tres aspectos notablemente escandalosos. En primer lugar la clase de ambiente que genera la izquierda abertzale, como una secta destructiva, en el que los chicos entran para ser convertidos en máquinas de odiar asesinas. En segundo lugar, que una vez convertidos en criminales y encarcelados, estos sujetos se conviertan en objeto de admiración para el resto de la secta. En tercer lugar, que las mujeres de la secta se conviertan en sirvientas sexuales para los pistoleros encarcelados.

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Sin duda es todo execrable y extremadamente perverso, aunque considerar a la izquierda abertzale como una secta explicaría buena parte del fenómeno terrorista, tanto en su vertiente violenta como en su vertiente social, política y parece que hasta sexual. No obstante, no deja de resultar llamativo considerar todo esto en un día como el 8M, en el que por supuesto la izquierda abertzale se presenta a sí misma como insuperable defensora de la mujer. Como dice Carlos Marín-Blázquez, hoy no hay mandatario que oprima sin ponerse una máscara benefactora. Una máscara muy grande, hay mucho que compensar y tapar.

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