La vacuna y el Síndrome de Estocolmo

Ayer por fin la ciencia y el capitalismo alumbraron al alimón una buena noticia respecto a la pandemia. La farmacéutica estadounidense Pfizer, una de las mayores de mundo, anunciaba que la vacuna en la que lleva trabajando desde principios de año y que ya se encuentra en Fase III ha mostrado en los estudios preliminares una eficacia superior al 90% en la protección de los vacunados.

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La citada fase III de los ensayos de esta vacuna comenzó el 27 de julio y en ella participan 43.538 voluntarios. Los resultados que se van revelando muestran la señalada tasa de efectividad a los 28 días tras la primera vacunación. La inmunización al 90% llega una semana después de la segunda dosis, ya que es una vacuna que se administra en dos veces, lo que se traduce en el citado plazo de 28 días hasta la inmunización.

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En cierto sentido las únicas malas noticias son ésas, que hacen falta dos dosis, lo que duplica la logística de la campaña de vacunación, y alarga un mes el plazo desde que se produzca la disponibilidad de la vacuna hasta la inmunidad efectiva.

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En cuanto a las buenas noticias, que es lo fundamental, la citada eficacia del 90% viene a despejar uno de los peores temores que existían respecto al coronavirus, que era el de que, como sucede con algunos otros virus, no se consiguiera obtener una vacuna con una elevada eficacia, lo que rebajaría las expectativas de regresar a la añorada vieja normalidad. Puede que tengamos que esperar todavía unos meses, pero la pandemia contra el coronavirus tiene ya fecha de caducidad. Los datos de ayer apuntalan la convicción de que habrá inmunidad de rebaño y el COVID-19 desaparecerá totalmente o quedará relegado en nuestras vidas a una presencia marginal.

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La otra buena noticia es que no se han observado entre los participantes efectos secundarios apreciables a causa de la vacuna. Es decir, nos encontramos ante un producto eficaz y seguro. La afirmación no se puede rubricar totalmente hasta que se concluya totalmente la actual fase de estudio, pero a estas alturas de la misma las evidencias resultan bastante rotundas.

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Además de la vacuna de Pfizer, Moderna también desarrolla y tiene en fase III otra vacuna asimismo basada en la novedosa tecnología del ARN mensajero. Es decir, podríamos tener en breve no una sino dos vacunas, a la espera de que se sumen con éxito otras vacunas basadas en otras tecnologías, pero además se confirma como una vía exitosa en la lucha contra los virus esta nueva tecnología.

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Una de las propiedades fundamentales de la vacuna es que libera a los vacunados de la incompetencia de los gobiernos. La vacuna, de algún modo, es a prueba de políticos, comités secretos de expertos, recomendaciones contraproducentes y portavoces esperpénticos. Una vez vacunado el sujeto queda libre de depender del acierto, o normalmente el desacierto, de los políticos en la gestión de la pandemia. Lamentablemente la torpeza de los gobernantes puede incluir la campaña de vacunación y por tanto los plazos y dosis en los que llegue al total de la población. Una vez derrotado el virus y sus efectos, por otra parte,  quedarán lamentablemente en manos de los políticos las condiciones de la reconstrucción económica. Aunque desaparezca la pandemia como elemento destructivo, habrá que empezar a reconstruir y en ello cada país, según lo torpe que sea su gobierno, iniciara una carrera en la que todo el mundo pugnara por captar la inversión global y cada país seguirá su propio camino a su propia velocidad hacia la total recuperación. Desgraciadamente, tras padecer al gobierno del mundo que seguramente ha gestionado peor la pandemia desde el punto de vista sanitario, no es descartable que ahora España tenga el gobierno que también gestione peor el momento de la recuperación.

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La pregunta final, sin embargo, es si con la llegada de la vacuna y la previsible derrota del coronavirus llegará también el retorno a la vieja normalidad y la reintegración de todos nuestros derechos y libertades, o si por el contrario el gobierno aprovechará la pandemia para convertir en permanentes los recortes a nuestros derechos fundamentales. Interesa particularmente la alerta frente a una nueva epidemia, en este caso del Síndrome de Estocolmo. De ningún modo podemos quedar agradecidos con el gobierno porque nos devuelva como un acto gracioso sólo una parte de nuestros derechos. Exigimos la restitución de todos nuestros derechos. Otra cosa sería absolutamente inaceptable. No callaremos, mucho menos estaremos agradecidos, de que se nos devuelva sólo una parte de los derechos que nos han limitado.

 

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