La tortuga gigante que sostiene al estado

Parece ser que algunos hindúes creían, o creen aún, que el mundo se apoya en una montaña, pero que obviamente no se puede explicar la estabilidad del mundo por la mera existencia de una montaña, eso no tendría ninguna lógica. La montaña, a su vez, se apoya en cuatro elefantes. ¿Pero acaso tendría sentido pensar que esos cuatro elefantes que mantienen la montaña que sostiene el mundo flotan en el vacío? Pues claro que no, nadie podría creer algo tan absurdo salvo que los elefantes se mantuvieran sobre el caparazón de una tortuga gigante. El asunto es algo complejo pero, una vez explicado correctamente, hay que reconocer que resulta bastante irrefutable.

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La referencia a este mito hindú viene a cuento porque en las últimas horas estamos asistiendo a un nuevo avance de las teorías estatalistas en virtud de las cuales se nos va preparando para un inminente proceso de gubernamentalización de la economía. Alguien podría pensar que habría que decir nacionalización en vez de gubernamentalización, pero no: la nación no tiene nada que ver con el gobierno ni con la administración. Tan nación es el conjunto de bienes privados de los españoles como la administración pública del estado. De hecho una nación seguramente es más libre y más próspera en cuantas menos cosas anden enredando el estado y la clase política. Pero volvamos a los hindúes.

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Desde luego el vicepresidente Iglesias no pierde ocasión de mandar reiterados mensajes destinados a aterrorizar a los inversores y ahorradores, indicándoles que puede nacionalizar en cualquier momento todas sus propiedades y que no se les ocurra invertir en España. Este maravilloso mensaje cargado de responsabilidad seguramente tendrá estupendas consecuencias para España en el futuro, cuando una vez pasada la crisis sanitaria haya que sacar la economía de los escombros captando ahorro e inversión. Pero aunque en una línea menos grosera, Pablo Iglesias no está solo en su afán de dar un paso sustancial en la estatalización de la economía. Ayer mismo el socialista Josep Borrell expresó la necesidad de dar pasos en esta dirección, reafirmándose en unas declaraciones previas también en el mismo sentido.

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La tesis de Borrell, como en el fondo la de Iglesias, es la idea de que el estado es algo así como la verdad fundamental del universo. El primer motor inmóvil fundamento de la existencia del resto de cosas. El Deus ex machina primordial origen de todo movimiento posterior. El punto de apoyo de Einstein para mover el mundo. O la tortuga sobre cuyo caparazón se apoyan los elefantes que sostienen la montaña sobre la que se sujeta el mundo.

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Pero no es así.

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Borrell con su tesis anticipa que vamos a asistir a una cascada de quiebras empresariales, incluyendo algunas de las empresas más importantes de España, y que el estado tendrá que evitar esas quiebras dando respaldo a esas empresas y entrando en su accionariado. El problema es que Borrell, como Iglesias, da por hecho que el estado es la tortuga sobre la que todo se apoya, pero sin hacerse la pregunta de dónde se apoya la tortuga. La teoría, de hecho, funciona bastante bien siempre que no te preguntes dónde se apoya la tortuga, o sea el estado.

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Una absurda mitificación del estado es la única explicación posible de que socialistas y comunistas vean venir la crisis que les viene a las empresas, pero no estén viendo venir la crisis que le viene al estado. El estado no va a poder ser garante de nada. El estado va a tener de forma inminente un boquete en sus cuentas que le va a colocar al borde la suspensión de pagos. A la tortuga le va a explotar un cartucho de dinamita en las tripas.

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Precisamente porque a las empresas les espera una salida atroz de la crisis sanitaria la debilidad del estado es extrema. El estado obtiene sus recursos de la riqueza que generan las empresas y sus trabajadores. Si paran las empresas, el primero que colapsa es el estado. Son las empresas las que sujetan al estado y no a la inversa. La tortuga tiene las patas en el vacío. Es más, puede que el estado no sólo no sea capaz de dar respaldo al sector privado, sino que lo arrastre a la ruina en su caída o por lo menos sea un lastre magnífico.

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La buena noticia es que a lo mejor la crisis es algo menos profunda a nivel global de lo que se está barajando. Nadie puede saberlo pero no es imposible. La mala noticia es que el gobierno español fue el último en enterarse de la que se le venía encima con la crisis sanitaria, lo que nos ha llevado a ser el país del mundo con más contagiados, y ahora está en el camino de ser el último en enterarse de la crisis que se les viene encima a las cuentas públicas, por lo que también podemos convertirnos en el país con el peor pronóstico económico del mundo. Lo importante es remar juntos, no hacia dónde remamos, aunque sea hacia el abismo.

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