“Necesitamos una ética ecológica, una actitud hacia la naturaleza que sobrepase el mero concepto de utilidad. De lo contrario, la conservación será causa perdida. Aquí la iglesia puede hacer algo tremendamente significativo.”; con tales palabras de Enrique Gil Calvo (ensayista y sociólogo) se permite introducir al lector a lo que podría definirse como “la sacralización de la ecología”. Ciertamente detrás de los objetivos expresos de la Agenda 2030 de la Organización de las Naciones Unidas subyace un postulado filosófico que va más allá de la mera sostenibilidad ambiental. La actual coyuntura propone claramente una colisión entre la cultura cristiana y el movimiento ecologista que intenta, mediante postulados de un paganismo pretérito entrelazado con premisas cientificistas, convertirse en una religión política.
La sociedad posmoderna se encuentra a la deriva espiritual dado los procesos de secularización modernos. En este punto, existe un capital que hace al ethos de una comunidad que no halla punto de asentamiento, razón por la cual el ecologismo (que ha trascendido la disciplina de la ecología) intentar dominar dicho campo; para esto es oportuno recordar la noción de Bourdieu respecto a que el campo es el conjunto de relaciones de fuerza entre agentes o instituciones, en la lucha por formas específicas de dominio y monopolio de un tipo de capital eficiente en él. Las reformulaciones y argumentaciones que dieron origen a la secularización desterraron de la sociedad aquel componente espiritual que hacía a la cohesión de grupo. En tiempos pretéritos el campo ético era dominado por la tradición cristiana y esta expresión religiosa aunaba a la sociedad en su conjunto para armonizar el “deber hacer” de sus integrantes; promovida la secularización y elevado el ser humano a la categoría del Homo Deus bajo la sacralización de la razón, cada individuo deja de ser creación para ser creador y artífice de su propio mundo y, en consecuencia, de su propia moralidad. Así pues, el campo ético perdió valor porque ya no hubo agentes interesados en competir por su dominio ya que cada persona podía desenvolverse libremente bajo los propios patrones de conducta moral. A pesar de ello, el campo ético es de profunda importancia práctica para la vida en sociedad ya que la mera coerción estatal es insuficiente para el control de la sociedad; piénsese que aquellas normas que uno considera legítimas (no matarás, no robarás, no defraudarás, no abusarás) son de cumplimiento espontáneo sin necesidad de coacción política por parte de la fuerza del Estado. En ese vacío que legitima el cumplimiento de la orden es que el ecologismo se presenta como una religión global capaz de armonizar los deseos de la población; véase sino el estudio que ha elaborado el Pew Research Center donde se expone que el 46% de la población del mundo están “muy preocupados” por el cambio climático. Claramente que aquí, donde impera un temor hacia un problema global vaya a emerger un discurso global que prometa la redención del Hombre y el regreso al Edén si mantiene de cara al futuro una conducta ética que purgue el pecado heredado de sus antepasados, responsables de la contaminación y la sobrepoblación.
Es cierto que la Ecología como término emerge en 1866, cuando el zoólogo alemán Ernst Haeckel lo acuña en su obra “Generelle Morphologia der Organism”, sin embargo, es hasta 1930 donde la comunidad científica le otorga autonomía como disciplina a dicha ciencia. Ecología se utiliza para designar a la rama de la biología que estudia las relaciones de un organismo con su medio ambiente inorgánico u orgánico; el problema emerge entonces cuando se establece que el Hombre como ser organismo vivo interactúa con el medio ambiente, ya sea para la subsistencia, para la transformación o para la explotación. Todo ser vivo es considerado entonces más allá de ser un representante de su especie, sino que pasa a ser visto y analizado siempre en relación con el conjunto de condiciones vitales que lo constituyen y en relación con todos los demás seres vivos que lo rodean. Así es que los grupos ecologistas comienzan su multiplicación cuando previo a la década de 1960 se advierte un deterioro de la calidad de vida de ciertas poblaciones periféricas, lo que permitía revalidar un discurso materialista de un marxismo que todavía no advertía su fin años venideros. La falacia de suma cero que bien expresara Scruton se hace presente en esta primera etapa del desarrollo del desarrollo ecologistas, donde el Hombre es analizado en su relación con el ambienta y se establece la idea de que los países más desarrollados crecen a causa de la explotación ambiental de los periféricos (vale recordar la obra de Galeano tan alabada por el progresismo siendo que su propio autor luego reconoce los errores allí escritos). Esta relación del rico sobre el pobre a base de las relaciones productivas en detrimento del ambiente, es la que constituye el humus sobre el que va a aparecer y desarrollarse lo que se conoce popularmente como ecologismo. Vaya uno luego a ver la sentencia del anarquista Bookchin que resume la esencia del pensamiento ecologista: “Los desequilibrios que el hombre ha causado en el mundo natural tienen su origen en el mundo social”.
Para el ecologismo los actuales problemas globales en la existencia del hombre son, valga la redundancia, ecológicos; aunque estos en verdad son sólo síntomas cuya causa se halla en el actual modelo de producción, consumo y ocio. Esencialmente es el devenir de Occidente lo que ha generado un pandemónium artificial pero lo que importa al presente análisis es que existía un problema sobre la materia, y desde la materia se intentaba dar una respuesta. Si bien la historia del ecologismo merece una obra dedicada exclusivamente a tal fin, lo real es que el propio avance de las sociedades occidentales permitía innovar la técnica para mermar los impactos ambientales. Allí emergen pues las contantes contradicciones del ecologismo político, pues, mientras la realidad apuntaba a cómo las libertades económicas fomentaban la prosperidad, el discurso utilitarista era incapaz de dar una respuesta acabada al clamor ecologista. Es que resumidamente, el carácter práctico de los resultados obtenidos por el desarrollo económico determinaba a la sociedad consumista ya adentrada al Siglo XX cuál era la ética utilitarista a seguir. Existiendo pues un modernismo secular que negaba la existencia de un orden creador superior al Hombre, sólo quedaba como criterio de paz y prosperidad abrazar la filosofía utilitarista cuya epistemología parecía gozar de cierto privilegio probatorio, es decir, todo se reduce a considerar que la mejor acción es la que produce la mayor felicidad y bienestar para el mayor número de individuos involucrados y maximiza la utilidad. Aquí es donde el ecologismo empieza a perder peso en su intento de imprimir su cosmovisión en la sociedad, ya que la realidad material de un mundo alejado de lo espiritual mostraba que la regulación centralizada no ofrecía mayor bien al ser humano que albergaba un profundo bienestar existencial dentro del capitalismo. Entonces, si la esencia del pensamiento moderno giraba en torno a la felicidad del Hombre, sólo mediante la suplantación de la premisa utilitarista por un absolutismo moral (doctrina moral genérica que sostiene que los mandatos y normas morales son incondicionados, es decir, la obligación concreta que imponen es incontestable y no está sujeta a circunstancias casuales ni a las consecuencias derivadas de su cumplimiento o incumplimiento). Es que ciertamente, sin un principio moral que dé razones suficientes, resultaría contra intuitivo que una persona promedio renuncie a su bienestar por una ideología secularista de la cual ni siquiera está convencido de albergue un mínimo de razón (véase si un padre de familia dejaría famélica a su prole por resguardar la vida de algún vacuno).
Cuán desafiante sería pues para el ecologismo sostener un absolutismo moral cuando la propia sociedad que engendró a dicha corriente verde era artífice del secularismo que le ofrecía plena libertad moral a sus ciudadanos. Paulatinamente florecen afluentes externos al político, pero cuya ética implica una forma específica de entender las relaciones humanas; la hermandad entre sí por el amor a la naturaleza permite reconocer en el ecologista ya no un activismo político que no había es saciado por René Dumont o Petra Kelly. Comienzan entrelazarse en un discurso de amor a la Madre Naturaleza los médicos y los curanderos homeopáticos, los vegetarianos y los macrobióticos, los nudistas y los montañeros; era el rejunte de toda una pléyade de visionarios, inadaptados y exotéricos que condicionan la heterogeneidad interna del movimiento ecologista, pero le dan un sentido moral a su identidad externa.
Así es que uno comienza a estudiar el paso a la sacralización del Planeta, donde el hombre renuncia a ser creador y omnipotente para volverse un engranaje más en el sistema; se abandona el lugar que el teocentrismo confería a la dignidad humana como también se abandonó la posición superlativa del antropocentrismo, pues ha emergido el biocentrismo, allí donde la creación está por sobre el Hombre mismo. Para este punto resulta imperativo rescatar parte de la investigación de José Díaz Diego para la Universidad de Huelva. Desde 1960 comienza la implantación de la idea de que si el hombre se ama a sí mismo debe renunciarse (emulando a la religión verdadera para hacer llevadera la cruz verde); ejemplo de ello es la conferencia de 1969 de la UNESCO que lanza una campaña de sensibilización cuyo eslogan rezaba “Estamos haciendo inhabitable el planeta”, o cuando en 1970 se reúne la Conferencia de Gobiernos Europeos que recogería cinco principios, entre lo pragmático y lo axiológico: (1) La naturaleza da recursos y satisfacciones necesarias para la prosperidad humana, por lo que hay que valorarlos y utilizarlos debido al desarrollo. (2) Es menester introducir en el presupuesto de entidades y estados, la ecología. (3) Debemos garantizar la estabilidad del medio ambiente. (4) Tenemos que descubrir y catalogar los problemas. (5) Cada uno es responsable.
En 1974 sale al mundo la conferencia de Bucarest donde la ONU ya interpela a un mandato moral para encubrir una estrategia política. La III Conferencia Mundial de la Población, organizada por la ONU, es la primera de carácter político, reservada a delegaciones gubernamentales, donde la geoestrategia predomina por sobre las disciplinas científicas. Estados Unidos establece su plan de acción de reducción de natalidad a nivel global, marcando un eco de la obra ecologista fundamental de 1968: “la bomba demográfica”. Este punto de inflexión pone a la luz que las tesis ecologistas, fatalistas y distópicas en su esencia, contrarían al ethos occidental que se mostró escéptico a la imposición de normas morales concernientes a la organización familiar. En forma continua emergen desde 1980 en adelante un sinfín de departamentos universitarios y fundaciones destinadas a concientizar a la población que el Ambiente debe ser la principal preocupación de la sociedad por cuanto la vida depende de ello. Así pues, la protección jurídica centralizada en la casta política que se hizo eco de la agenda global colisionó con los usos y costumbres de un occidente cristiano y productivo; claramente que la cosmovisión occidental se centraba en el mandato divino de reproducirse, poblar la Tierra y servirse de la naturaleza. La tensión entre usurpación de los derechos vernáculos de la clase trabajadora frente al neocolonialismo de la modernidad progresista, que mediante coacción y trabas burocráticas imponían su visión ecologista, no podía ser superada con mayor coerción estatal. Los pequeños burgueses aman sus vidas extravagantes del capitalismo, pero romantizan desde las grandes urbes lo que es la naturaleza; por ello las periferias extractivas son demonizadas ya que no es la naturaleza virgen del contacto del hombre ni es el glamour de la ciudad Eco-Friendly. En 1990 se gesta la apertura definitiva al globalismo y en paralelo es una década dominada culturalmente por los movimientos ecologistas (Véase cómo dicho activismo culminó en una reforma constitucional de derechos difusos de tercera generación en 1994 para la Nación).
“El hombre es la medida de todas las cosas” según Protágoras por lo que el ecologismo se enfrentaba a un hombre que gozaba de las mejores calidades de vida nunca antes vista y sin un Dios creador que le ordenase mesura en sus vicios y apegos. Lo que sí había heredado ese Occidente ahora posmoderno es la visión de un un hombre y una mujer creados a imagen y semejanza de Dios; dicha noción se sostiene como centralidad para diferenciarse al resto de realidades naturales, pues no hay bestia o creación que sea así también una semejanza a Dios. Para reclamar el ecologismo el “señorío de la creación” debía pues excluir al Dios que otorgó tal poder al hombre, como también debía dar una respuesta superadora al existencialismo que al no encontrar Dios no encontraba una razón suficiente para actuar conforme a la moral de otro humano. Cierto es que el ecologismo como sujeto político nada ha dicho sobre la caridad católica y cómo la Iglesia se posiciona al respecto, pero eso es tema de un ensayo específico a realizar; por lo pronto, con el modernismo del Concilio Vaticano II (1962-1965) con Gaudium et Spes y Apostolicam Actuositatem, se abre la puerta religiosa a la búsqueda ecologista por dar una solución a su necesidad cultural de legitimación. Las conferencias religiosas venideras en el corazón espirtual (Iglesia) de Occidente significó un debate ecológico que posicionan el capital ético de la religión cerca del orden mistérico de la naturaleza; esto genera que el campo de la ecología no es sólo una disciplina científica y humanística sino también una realidad del cotidiano social que se embulle en el espíritu humano.
Así pues, una izquierda ecologista que comienza a inmiscuirse en aquel opio del pueblo viene a plantear en el Siglo XXI que para “deconstruir” la racionalidad capitalista y dirigir la sociedad hacia un nuevo paradigma ambiental es preciso potenciar un sistema axiológico que defina los valores que guiarán a las acciones concretas. Es este ámbito idea de religiosidad (con sus respectivos rituales, veneraciones, narrativas, conocimiento de la naturaleza caída del hombre, promesa del paraíso venidero, amenaza del castigo, autoridad espiritual, profetas) se amalgama perfectamente al discurso ecológico para un profundo calado cultural. Ello permitiría que con los mítines veganos (rituales), la romantización del animalismo (veneración), las ediciones de “La Bomba Demográfica” (narrativas), los discursos ecofeministas contra el hombre capitalista (pecado original), las promesas del New Green Deal (paraíso venidero), el fatalismo de la obra “La Bomba Demográfica” (castigo divino), las cátedras de Peter Singer (autoridad espiritual), los presagios de Greta Thunberg (profeta), se genere una religión posmoderna que quiebre la cosmovisión tradicional del mundo. 2 milenios de herencia cultural se interrumpen con la abrupta irrupción de una eco-religiosidad que comienza a germinar hace ya 3 décadas y en los últimos 2 años se consolida (véase el Sínodo de las Amazonias). El modelo de vida occidental es reemplazado por una visión de sostenibilidad que, según expertos en la materia resulta paradójicamente, insostenible; un simple ejemplo concreto y real sirve para exponer el sacrificio involuntario al que se someten millares de persona en ofrenda a la Madre Naturaleza sacra: el Acuerdo Verde. Dicho pacto internacional pretende convertir Europa en el primer continente “climáticamente neutral” mediante la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) a “cero netos” para 2050, aun cuando las consecuencias económicas sean insoportables para los europeos. Según el informe de IndustriAll, la federación de los sindicatos industriales europeos, hay un gran riesgo de que el Acuerdo Verde Europeo destruya a los sectores industriales y se pierdan millones de empleos (especialmente los que hacen un uso intensivo de la energía), sin ofrecer un futuro laboral alternativo.
La religiosidad verde se entiende a sí misma como una realidad sobre las sociedades, disponiendo de la vida humana como si de creaciones y dominio suya se tratase, y nunca junto a las sociedades, como parte integrante de una comunidad mayor en la que Arte, Filosofía y Ciencia se entrelacen benignamente para redención del Hombre mediante un camino de Verdad y de Vida. El ethos ecologista en nombre de su religiosidad pagana legitima no sólo el control productivo y las formas de vida, sino a la vida misma de la persona tanto en su cultura del descarte como en las políticas antinatalistas por cuanto el gran apocalipsis, en palabras del gurú Paul Ehrlich, será la explosión demográfica a causa de la sobrepoblación. De allí deriva que la idea de sostenibilidad incluso impacta en los objetivos 2030 de la ONU vinculados a la vida reproductiva de la persona promedio. Bien expresara Joan Estruch respecto a los cuatro mitos de la secularización: (1) La secularización expresa la creciente decadencia de la religión y apunta a su próxima desaparición. (2) La secularización refleja el proceso de progresiva mundanización de lo religioso. (3) La secularización es un proceso de autonomización y de independización de la sociedad frente a lo religioso. (4) La secularización es una desacralización del mundo. Tales mitos eventualmente podrían ser reales en torno a la verdadera religión en cuanto abrazó errores y vicios del modernismo dada la caída de su curia, pero resultan ser efectivamente válidos cuando el dogma verde impera hegemónicamente en el globo. La sociedad no es independiente ni alejada del precepto ecologista que sacraliza lo natural; luego se atenderá al fenómeno geopolítico respecto al poder político y económico pero lo cierto es que el ciudadano considera moralmente válido arrodillarse ante el nuevo credo del mundo moderno.
Véase cómo la campaña de “Save Ralph” pone en evidencia cómo los pequeños burgueses humanizan lo que naturalmente no es humano, pero nada dicen de lo que por detrás hay. Más allá de la filosofía inconsistente que esbozan al querer igualar lo desigual, propio de todo proyecto de izquierda igualitarista, también subsiste el factor corporativista. Cada producto con su sello “cruelty free” implica que sólo ciertas empresas con suficiente como para afrontarlo; para esto bastaría tomar simplemente lo que surge de los propios portales veganos. Figura en “veggiecosmetic” que: “A la empresa se le pedirán datos como: – Los datos generales de la empresa, nombre del contacto y ubicación. – Proveedores de materia prima, nombre, ubicación y certificaciones correspondientes. – Lista de productos a certificar, en este caso se certifica la marca completa si es el caso. – Lista de países a los que se desea exportar o bien se está exportando. – Lista de productos que se exportan. Y, por último, se hace un pago anual fijado por la certificadora dependiendo del tamaño de la empresa o sus características. En algunos casos también envían a un auditor al domicilio de la empresa para corroborar que la información es verdadera. En caso de no pasar la auditoría, se dejarán recomendaciones para poder realizar un segundo intento y que en éste los resultados sean satisfactorios. La inspección incluye: Entrevistas con el personal, revisión del sistema de control de proveedores, revisión de declaraciones y formularios, y, si procede, una revisión de cualquiera de las instalaciones de fabricación o del laboratorio”. Tal como se ve, y uno debe recalcar, se hace un pago anual fijado por la certificadora, lo que significa que a mayor trabas arancelarias y burocráticas, lo que generan este tipo de campañas mediocres y sentimentalistas es que las empresas ricas se vuelvan más ricas y las pobres más pobres ya que no todos están en igualdad para subvencionar la extorsión “cruelty free” que milita el progresismo para que sólo ciertos mega capitales puedan competir oligopólicamente. El diezmo también está presente para ser aceptado la iglesia salvadora del ecologismo.
La dimensión moral del ecologismo es “omnipresente”; desde las nuevas formas de consumo hasta la educación obligatoria en primarias con perspectivas ambientalistas son la expresión cotidiana de un ecologismo que se predica de sol a sol. Así como los niños son introducidos a la verdadera Fe desde su tierna infancia, la maquinaria verde emula las mismas prácticas que en tiempos pretéritos criticara. Muestra de ello es cómo La “Agenda Verde” del ecologismo continúa su hegemonización a través de la masificación de su mensaje por medio del corporativismo digital, más particularmente, mediante la infusión de ideas en contenidos infantiles. Ante un nuevo contenido nefasto para las infancias sanas, informa Bles que “Nickelodeon, el canal de televisión por cable para niños, ahora está ejecutando un segmento increíble que busca imprimir a las mentes jóvenes impresionables el polémico concepto de “racismo ambiental” que figurará muy fuertemente en lo que Biden y sus socios buscan lograr en los próximos años. El video muestra a la periodista corresponsal de CBS News Jamie Yuccas hablando de “nieve negra” en Florida, “callejón del cáncer” en Louisiana y “aire tan tóxico” en el sur del Bronx de Nueva York, donde supuestamente “el 20 por ciento de los niños tienen asma”, se la escucha decir”. Lo que subyace en tales expresiones es una suerte de “Racismo Ambiental”, donde la productora de contenido infantil permite que Jamie Yuccas le diga a los niños que el mundo gira en torno a “una forma de racismo sistémico donde las comunidades minoritarias y de bajos ingresos están rodeadas de peligros para la salud porque viven cerca de aguas residuales, minas, vertederos, centrales eléctricas, carreteras principales”. Este particular reclamo que mezcla agendas, por un lado, el ecologismo y por otro, las luchas del racismo, le sugieren a un niño en su tierna infancia que el hombre blanco discrimina a otras etnias al forzarlas a vivir en determinadas zonas contaminadas. Este tópico propio del Green New Deal que abraza la agenda 2030 de la ONU pone en manifiesto que nada importa el ambiente, sino la colonización ideológica en las generaciones venideras. Incluso continúa la nota del Bles al exponer que “El segmento también ataca contra los productos cárnicos, siguiendo los consejos del gurú del ambientalismo Bill Gates, quien recomendó sin ningún tipo de argumento que la población entera debería dejar de comer carne para reemplazarla por “carne sintética”. Así, a cada niño se le va imprimiendo una cosmovisión específica, ya sea desde el espacio público con la Ley de Educación Ambiental Integral, o desde el contenido privado de las plataformas infantiles; ciertamente lejos está la infancia de vivir sanamente en un ambiente libre de contaminación ideológica.
Dirá Ortega y Gasset: “Lo que solemos llamar mundo real o “exterior” no es la nuda, auténtica y primaria realidad con que el hombre se encuentra, sino que es ya una interpretación dada por él a esa realidad, por lo tanto, una idea. Esta idea se ha consolidado en creencia. Creer en una idea significa creer que es la realidad, por lo tanto, dejar de verla como mera idea. Pero claro es que esas creencias comenzaron por “no ser más” que ocurrencias o ideas sensu stricto.”; resumidamente entonces: “las ideas se tienen y en las creencias se vive”. Así como Bacon llamó a reemplazar a Dios por la Ciencia y Robespierre bregó porque la Razón suplante a Dios, hoy el ecologismo propone a la Madre Naturaleza como deidad sobre la cual se esbocen aquellas creencias en las que vivirá la humanidad. Así pues, el nuevo paradigma según Genésio Darci tendría que abarcar, para honrar la concepción novedosa y sacra de la Gaia a la ecotecnología (resguardo a la población), la ecopolítica (política de continuidad biocentrista), la ecología social (identidad cultural global), la ecopsicología (hombre consciente de su subordinación a la naturaleza), la ética ecológica (paradigma global para las normas morales) y la ecología profunda (modelo hegemónico e insuperable).
La redefinición de lo bueno y lo malo ya no es capital cultural de la Fe tradicional de Occidente, sino que es la implantación de un credo verde artificial mediante el cual las personas voluntariamente abrazan para purgar la culpa que les genera simplemente existir en el mundo. Las ideas “Libertad, Igualdad y Fraternidad” que dieron origen a las etapas más sangrientas de la historia moderna son reformuladas por el apóstata modernista de Leonardo Boff que sostuvo: “La ecología no trata únicamente de las cuestiones relacionadas con lo verde o las especies en extinción. La ecología supone un paradigma nuevo, es decir, una forma de organizar el conjunto de relaciones de los seres humanos entre sí, con la naturaleza y con sus sentidos en este universo. Ella inaugura una nueva alianza con la creación, alianza de veneración y de fraternidad”. El Hombre deja el vicio racionalista de querer ocupar el lugar de Dios para ahora ser menos que una creatura y poner a la creación a ocupar el lugar del creador. Dijera Bourdieu: “El campo es escenario de relaciones de fuerza y de luchas encaminadas a transformarlas y, por consiguiente, el sitio de un cambio permanente. (…) Todo campo constituye un espacio de juego potencialmente abierto cuyos límites son fronteras dinámicas, las cuales son objeto de luchas dentro del mismo campo”.
Tal como se observa, el ecologismo convierte en ideología lo que inicialmente fue una disciplina científica para luego competir en el campo de la ética; lo que no pudo mediante la dominación económica y política se está logrando mediante el dominio de lo simbólico donde se sacralizaron los entes para generar así una obediencia debida al dogma artificial imperante. Será entonces menester para los verdaderos soldados de Buena Fe recuperar el posicionamiento real de la Verdad y así el hombre ocupar su lugar digno en el cosmos, el cual rememora a Ícaro, donde la muerte alcanza a quien voluntariamente ocupa un lugar que no le es propio, sea muy por debajo o muy por arriba.