Leer a Innearity no siempre es un plato de gusto, pero nos gusta saber lo que el discurso dominante quiere que pensemos. Una forma rápida de tener un resumen es leer de vez en cuando a Innearity, nuestro filósofo orgánico favorito.
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En el caso que nos ocupa, don Daniel nos regala en el Noticias un artículo titulado “Pandemia sin verdad”, en el que el filósofo peroratea sobre la pandemia, la información, la profusión de los datos, la manipulación, la mentira y la verdad. Con esos ingredientes cualquier filófoso independiente podría haber cocinado un plato gourmet.
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Tratándose de Innerarity, sin embargo, el párrafo central de su reflexión es el que pasamos a reproducir, en el que por un lado señala las expectativas que se habían creado respecto a las redes sociales como factor de alarma temprana a la hora de detectar todo tipo de novedades, incluyendo el brote de una epidemia, así como la oferta de información valiosa al respecto. Por el contrario, el filósofo lamenta cómo la libre circulación de opiniones, cifras y datos ha venido más bien a socavar los esfuerzos de aitá estado y las autoridades para salvarnos del virus.
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«Hay un tipo de desinformación muy vinculada a la propia naturaleza de las redes sociales y que contrasta con la potencialidad que se les había asignado a la hora de responder a estas crisis de una manera eficiente. Una de las cosas que esta pandemia pone en cuestión es aquella opinión tan extendida de que las redes sociales podrían ser sistemas de vigilancia temprana para alertar el desarrollo de las enfermedades y que las huellas digitales harían visibles amenazas como el coronavirus antes que los gobiernos o los científicos. Los datos que circulan en las redes no están exentos de sesgos y conviven con la propagación de las noticias falsas. La desinformación en torno a la pandemia se debe a la existencia de bots –parece ser que lo eran más de la mitad de las cuentas de Twitter que emitían opiniones sobre la pandemia–, pero es más inquietante aún constatar que en su propagación participan cantidad de personas. Esta desinformación ha debilitado la confianza ciudadana en las autoridades y ha reducido el efecto de las medidas sanitarias que pretendían motivar comportamientos de prudencia en la ciudadanía, como las mascarillas, la distancia social o el confinamiento».
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Lo cierto es que la última frase del párrafo, que hemos resaltado en negrita, resulta de lo más llamativa. O sea, resulta que las redes sociales han debilitado la confianza de los ciudadanos en las autoridades y reducido el efecto de las medidas sanitarias que nos podían proteger, como el uso de la mascarilla. ¿En que burbuja mental vivirá el señor Innerarity que por lo visto no recuerda tanto a nuestro gobierno foral como al gobierno central desaconsejando el uso de la mascarilla en los peores momentos de la pandemia? Mientras en las redes sociales y en los lugares donde existía libertad había un debate sobre el uso de la mascarilla, eran las autoridades las que estaban recomendando no usar este elemento de seguridad. Gracias a esto muchas personas empezaron a usar mascarillas y viseras transparentes no ya antes de que el gobierna las convirtiera en obligatorias, sino incluso cuando las estaba desaconsejando. ¿De todo esto no se enteró Innerarity, no se acuerda o como filósofo orgánico al servicio de nuestras autoridades no lo quiere recordar? Es más, cabe preguntarse si Innearatity empezó a usar mascarilla antes de que lo recomendaran las autoridades o sólo después. Lo primero implica que su discurso iría por un lado y sus actos por otro. Lo segundo que un tipo que escribe libros sobre pandemias en tiempo récord se iba enterando de las cosas más tarde que el ciudadano promedio y muy por detrás de todos los ciudadanos que Chivite veía escandalizada en el súper con mascarilla.
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Evidentemente el diagnóstico del análisis sería uno si por un lado tenemos al gobierno protegiéndonos, diciendo la verdad y velando por la salud y por otra parte las redes sociales desinformando y propagando mentiras y mensajes contraproducentes. El diagnóstico en ese caso sería dar poder al gobierno para censurar las redes. En esta dirección parece que es en la que se alinea nuestro filósofo orgánico.
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Por el contrario, el diagnóstico sería otro muy diferente si por un lado tenemos al gobierno protegiéndose a sí mismo, mintiendo, repitiendo falsedades, recortando derechos, haciendo recomendaciones totalmente contraproducentes, anteponiendo la política y la ideología a la salud, o inventándose comités de expertos para imponer su agenda, y por otro unas redes sociales en las que por suerte era posible encontrar todo tipo de información. A veces informaciones y opiniones contradictorias, por supuesto, es lo que tiene la libertad de expresión. Afortunadamente no depende de Innerarity y sus marioneteros, de momento, eliminar el acceso a cualquier dato u opinión que contradiga al gobierno.
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2 respuestas
El calificativo de filosofo orgánico me parece una generosidad de este medio hacia Dani (me permito el lujo de tutearlo porque compartí buenos momentos con él hace ya mucho tiempo). Yo, con todo el afecto del mundo, pero con más afecto por la verdad, lo calificaría simplemente de propagandista.
No lo digo por el medio donde se explaya (que no es El País o hablando de la Champions, el NYT), ni por los débiles argumentos discursivos (envueltos en términos cultos) sino por el argumento central:
«Esta desinformación ha debilitado la confianza ciudadana en las autoridades…»
Su discurso parte de la premisa de que los «ciudadanos» (léase gobernados) deben confiar en las «autoridades» (léase gobernantes). Me gustaría saber qué imperativo moral exige que deba confiar ‘a priori’ en un gobernante. Es en esa inquietante frase es donde se pone al desnudo el carácter propagandístico del texto. Confía en tu Gobierno por encima de todas las cosas; es decir, ten fe en tu Gobierno.
Y ahí es donde discrepo porque sigo pensando que la confianza, en todo tipo de relaciones, es algo que tiene que ganarse.
¿Qué bagaje intelectual; cual es el currículum formativo; qué experiencia laboral aporta; cuales han sido hasta la fecha las dotes de liderazgo fuera de la política y la capacidad productiva de, por ejemplo, nuestra flamante presidenta, para que merezca nuestra confianza?. ¿Le dejarían Vds., directamente, sus ahorros para que los gestionara?. ¿Creen que el casi impronunciable filósofo ya le habrá confiado los suyos?. Pues eso.