La Laureada y el Ché

“Nosotros tenemos que decir aquí lo que es una verdad conocida, que la hemos expresado siempre ante el mundo: fusilamientos, sí, hemos fusilado; fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario. Nuestra lucha es una lucha a muerte”.

La frase que acaban de leer no es una cita de Sanjurjo o de Mola, es una de las perlas que soltó a lo largo de su vida Ernesto Ché Guevara. Una frase que además acompaña a los hechos. Una frase que retrata al personaje. Pero no sólo al personaje.

El 8 de octubre se conmemoró el 49 aniversario de la muerte del Ché. El de la lucha a muerte. El fusilador. Pues bien, llama la atención cómo los impulsores de la retirada de la Laureada o los empeñados en exhumar a los sepultados de la cripta de los Caídos, por ejemplo, conmemoran la figura del Ché.  ¿En virtud de que principio quitan entonces la Laureada o remueven las tumbas de los muertos? En el de la democracia no, porque después felicitan el cumpleaños a dictadores. En el de la violencia tampoco, porque conmemoran a fusiladores. No es por tanto por amor a la paz y la democracia que cambian un nombre, quitan un símbolo o abren una tumba, su lucha es sólo contra la violencia y las dictaduras que no son de su signo. Lo más preocupante es que no disimulan, no lo necesitan.

Hay una parte del electorado que perdona esto como otra puede perdonar la corrupción. Los electores a piñón hacen poco para luchar contra los discursos totalitarios y contra la corrupción. A los políticos totalitarios, incompetentes y corruptos lógicamente les encantan los electores a piñón, igual que a los vendedores de coches que no andan les encantarían los compradores a piñón. Por alguna extraña razón, los políticos nos han convencido de que hay que tener un criterio con los políticos y otro con los vendedores de coches averiados.

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Quienes amenazan la libertad en el presente, por otro lado, no son quienes llevan enterrados ochenta años. Mola y Sanjurjo no son una amenaza. Hay quien pretende que oponerse a remover la historia y a borrar todo vestigio de una realidad controvertida y pasada divide a la sociedad entre demócratas y totalitarios. Como si cambiar una placa fuera un ataque al franquismo (que lleva décadas extinto) o como si preferir no borrar el pasado fuera defenderlo. ¿Y si alguien es partidario con carácter general de no borrar el pasado aplicando criterios presentistas? ¿Por qué no caben en la misma ciudad un recuerdo a los caídos y represaliados nacionales y otro al de los caídos y represaliados republicanos? Pensándolo fríamente, que haya un edificio en el que hay una cripta, en la que hay unos restos mortales, los cuales llevan allí 80 años, es mucho menos inquietante a que haya políticos actuales, en el momento presente, pertenecientes a partidos que sostienen el gobierno, conmemorando a asesinos y felicitando a dictadores contemporáneos.

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