La Iglesia Católica como fuente de todo el dolor para la mujer

En las últimas horas ha tenido lugar una desagradable polémica en torno al último libreo de Cristina Fallarás, zafiamente publicitado por Irene Montero. El libro se titula “El Evangelio según María Magdalena” y es todo lo que diremos sobre él para evitar darle publicidad, por lo demás se pueden ustedes imaginar. Dicho esto, colateralmente ha tenido cierto recorrido en las redes sociales una entrevista a la autora a cuenta de este libro en el que ofrece un titular en el que quizá sí merece la pena detenerse un momento para rebatirlo:

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O sea, que la Iglesia Católica es la fuente de todo dolor y todo mal para la mujer. La autora amplia un poco el titular dentro de la entrevista describiendo de este modo la época de Jesús: “a las vírgenes se les llamaba así no porque las casaran sin haber follado, sino porque las casaban sin la regla. Así que lo que les pasaba a aquellas muchachas es que el tipo las empezaba a follar cuando ni siquiera tenían la regla, eran crías de trece o catorce años, no estaban suficientemente desarrolladas y las pobres reventaban”… “El parto, la crianza, la salud, la higiene… La mujer no participa en el ámbito público, eso se lo apropian los hombres, la mujer permanece en el castigo, en el oprobio.”

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Por desagradable que resulte la oratoria de la autora, que obviamente es para algunos su principal atractivo, por no decir su único atractivo, el caso es que desde el punto de vista lógico resulta bastante contradictorio. Es decir, por un lado la tesis es que todo el mal le viene a la mujer por la Iglesia Católica, pero por otro lado describe el mundo judío en el que predicó Jesús, previo al cristianismo, como un auténtico infierno para las mujeres. ¿Cómo va a ser entonces la Iglesia Católica el origen de todos los males?

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Dando la vuelta a la tesis de la autora, lo cierto es que más bien cabría pensar justo lo contrario. O sea, ¿dónde en el mundo viven las mujeres mejor que en el Occidente cristiano? ¿En los países musulmanes? ¿En Africa? ¿En la India? ¿En China? ¿Cuántas mujeres creerá Fallarás que hay en el comité central del Partido Comunista Chino por ateo que sea? ¿Habrá oído alguna vez hablar de la política de hijo único en China y de la repercusión de esa política para las niñas?

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Sin ir más lejos, si Cristina Fallarás siendo mujer puede escribir un libro, y además un libro contra el cristianismo, es justo porque vive en un país occidental de tradición cristiana. Imaginemos por un momento que la Reconquista hubiera fracasado, las condiciones de vida de Cristina Fallarás serían las de una mujer que viviera en Riad o al sur de la valla de Melilla.

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Si a una feminista se le preguntara qué sexo elegiría si tuviera que volver a vivir en la Antigüedad, en la Edad Media o incluso hasta tiempos de la Segunda Guerra Mundial, parece que la respuesta obvia es que convendría elegir el sexo masculino. ¿Es así sin embargo realmente? ¿Vivían mejor los hombres que iban al frente guerra tras guerra que las mujeres que se quedaban en el hogar, cuidando a sus padres o a sus hijos, calientes y bajo techo? ¿Eran fáciles para los hombres los extenuantes trabajos físicos del pasado? Y en los hogares, ¿tenían menos poder las mujeres que los hombres? ¿Para qué sexo era fácil la vida en tiempos pasados? Lo que seguramente había era una distribución de tareas lógica dadas las condiciones de vida de la época, complicadas para ambos sexos.

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Seguramente, puestos a vivir en el pasado, teniendo en cuenta que en el pasado hasta un rey vivía mucho peor que nosotros, lo interesante sería precisamente eso, al menos ocupar un puesto elevado, ya fuera siendo mujer u hombre. En este sentido nuestra última reflexión es que la mejor opción para ocupar un puesto elevado siendo mujer era la monarquía. Seguramente a Cristina Fallarás le explotaría la cabeza, pero la monarquía es la institución que más alto permitía llegar a una mujer. Adonde nunca pudo llegar una mujer en la antigüedad fue a emperadora, cónsul o siquiera senadora de una república. De hecho en el pasado de casi todos los países occidentales y casi hasta nuestros días hay reinas, no presidentas. En España, sin ir más lejos, no hemos tenido aún ninguna presidenta del gobierno, pero hemos tenidos tres reinas. Hay que perdonarla porque no sabe lo que odia.

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Para concluir, tampoco parece tener sentido la idea de que la mujer, o el hombre, abandonando el cristianismo pase de un estado de absoluta infelicidad a otro de absoluta felicidad. Una vez más podría pensarse que desacierta Fallarás y que su discurso es justo lo contrario de la realidad.

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