La Guerra Civil española según Winston Churchill

Constantemente se publican en la red frases geniales que se atribuyen a Churchill, siendo Churchill el autor de sólo una pequeña parte de esas frases, aunque bien podría haber dicho Churchill muchas de las frases que falsamente se le atribuyen. No es el caso, sin embargo, de los siguientes escritos. El texto que reproducimos a continuación es efectivamente obra de Winston Churchill y forma parte de su obra “La Segunda Guerra Mundial”. No en vano, sir Winston Churchill recibió el premio Nobel de Literatura en 1953 «por su maestría en la descripción biográfica e histórica». El caso es que en la citada obra Churchill dedica a España y la Guerra Civil un pequeño apartado en la descripción de los hechos que precedieron a la Segunda Guerra Mundial. Lo escrito por Churchill, sin embargo, podría acabar siendo considerado ilegal en España a causa de las nuevas enmiendas a la Ley de Memoria Histórica, en virtud de la cual un bando, el republicano, encarnaba todo bien, mientras el otro encarnaba todo posible mal sin matiz. Antes de que se prohíba leer a Churchill en España, vemos sin embargo que para este privilegiado observador de la época no era así:

A finales de julio de 1936 la creciente degeneración del régimen parlamentario español y la mayor fuerza de los movimientos favorables a una revolución comunista o, en su defecto, anarquista, trajo como consecuencia una revuelta militar que se venía fraguando hacía tiempo. Forma parte de la doctrina y del libro de ejercicios de los comunistas, establecidos por el propio Lenin, que los comunistas deben colaborar con todos los movimientos izquierdistas y ayudar a conseguir el poder a los gobiernos constitucionales, radicales o socialistas débiles, para después debilitarlos más y arrebatarles el poder absoluto para fundar el Estado marxista. En realidad, se estaba produciendo en España una réplica perfecta del período de Kerenski en Rusia. La diferencia era que España no estaba destrozada por las guerras extranjeras. El Ejército mantenía todavía cierta cohesión y, al mismo tiempo que la conspiración comunista, se elaboró en secreto un intenso contracomplot militar. Ninguno de los dos bandos podía reclamar que estaba en todo su derecho, y los españoles de todas las clases debían tener en cuenta la vida de España. Muchas de las garantías comunes en una sociedad civilizada ya habían desaparecido por la penetración comunista en el decadente gobierno parlamentario.

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Habían comenzado a producirse asesinatos por ambos bandos, y la pestilencia comunista había llegado a tal extremo que eran capaces de llevar a sus adversarios políticos a la calle, incluso sacándolos de la cama, y matarlos. Ya se habían producido muchos asesinatos de este tipo en Madrid y sus alrededores. El momento culminante fue el asesinato de Calvo Sotelo, el dirigente conservador, que correspondía aproximadamente al tipo de sir Edward Carson en la política británica antes de la guerra de 1914. Este crimen fue la señal para que entraran en acción los generales del Ejército. Hacía un mes que el general Franco le había escrito una carta al ministro de la Guerra español dejándole claro que, si el gobierno español no podía garantizar el cumplimiento de la ley en la vida cotidiana, tendría que intervenir el Ejército. En España ya se habían producido numerosos pronunciamientos de jefes militares. Cuando el general Franco levantó el estandarte de la revuelta, el Ejército lo apoyó, incluida la tropa; también lo apoyaron la Iglesia, con la destacada excepción de los dominicos, y casi todos los elementos de la derecha y el centro, de modo que en seguida dominó varias provincias importantes. Los marinos españoles asesinaron a sus oficiales y se incorporaron en seguida a lo que pronto se convirtió en el lado comunista. Con la caída del gobierno civilizado, la secta comunista se hizo con el control y actuó según lo que disponen sus ejercicios de entrenamiento. Entonces comenzó una trágica guerra civil.

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Los comunistas que llegaron al poder emprendieron masacres masivas, a sangre fría, de sus adversarios políticos y de los adinerados, devueltas con creces por las fuerzas franquistas. Todos los españoles se enfrentaron a la muerte con notable compostura y fueron ejecutados muchísimos en ambos bandos. Los cadetes militares defendieron su escuela en el Alcázar de Toledo con la máxima tenacidad, y las tropas de Franco, que se abrieron camino desde el sur, dejando tras de sí un rastro de venganza en todos los pueblos comunistas, al final consiguieron liberarlos. Este episodio merece la atención de los historiadores.

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En esta lucha me mantuve neutral. Naturalmente, no estaba a favor de los comunistas. Habría sido imposible, sabiendo que, de haber sido español, me habrían asesinado a mí, a mi familia y a mis amigos. Sin embargo, estaba seguro de que, con todo lo demás que tenían entre manos, el gobierno británico tenía razón en mantenerse fuera de España. Francia propuso un plan de no intervención, según el cual ambos bandos lucharían sin ninguna ayuda exterior, que suscribieron los gobiernos de Gran Bretaña, Alemania, Italia y Rusia. En consecuencia, el gobierno español, entonces en manos de los revolucionarios más extremos, se encontró privado del derecho incluso de comprar las armas encargadas con el oro que poseía físicamente. Habría sido más razonable seguir el curso normal y reconocer la beligerancia de ambos bandos, como se hizo en Estados Unidos durante la guerra de secesión, de 1861 a 1865. Por el contrario, se adoptó una política de no intervención que acordaron formalmente todas las grandes potencias. Gran Bretaña respetó escrupulosamente este acuerdo, mientras que Italia y Alemania, por una parte, y la Rusia soviética, por la otra, incumplieron su compromiso de forma constante y participaron en la contienda, unos contra otros. Sobre todo Alemania usó su potencia aérea para cometer horrores experimentales, como el bombardeo del pequeño e indefenso municipio de Guernica.

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Sobre el gobierno de Léon Blum, que el cuatro de junio sucedió en el ministerio a Albert Sarraut, presionaron sus partidarios comunistas en la Cámara para que apoyara al gobierno español con material bélico. El ministro de Aviación, Cot, sin demasiada consideración por la potencia de la Fuerza Aérea francesa, por entonces bastante decadente, entregaba en secreto aviones y equipo a los ejércitos republicanos. Esta situación me inquietaba y, el treinta y uno de julio de 1936, le escribí al embajador francés:

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Una de las mayores dificultades con las que tropiezo cuando trato de mantener la antigua posición es la postura alemana de que los países anticomunistas deben mantenerse unidos. Estoy seguro de que si Francia envió aviones, etcétera, al actual gobierno de Madrid, y los alemanes y los italianos apoyaron al bando contrario, las fuerzas dominantes aquí se sentirían satisfechas con Alemania e Italia y distanciadas de Francia. Espero que no le moleste que le escriba de este modo, y lo hago, evidentemente, por cuenta propia. No me gusta que digan que Inglaterra, Alemania e Italia se unen contra el comunismo europeo. Es muy fácil ser bueno.

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Estoy seguro de que la única vía correcta y segura en este momento es una neutralidad absolutamente rígida, con las más enérgicas protestas contra cualquier violación. Llegará el día, si se alcanza un punto muerto, en que es posible que intervenga la Sociedad de Naciones para poner fin a los horrores. Pero hasta eso es muy dudoso.

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Como puede apreciarse Churchill mantiene como escritor la misma neutralidad respecto al conflicto que pregonaba como político. Lo curioso es que atravesamos un momento en que la mitad de lo dicho por Churchill, en concreto todo lo que dice contra el bando comunista-republicano, para muchos españoles o va cayendo en el olvido o pueden acabar teniendo prohibido leerlo. No será fácil sin embargo que la izquierda radical consiga imponer indefinidamente una revisión unilateral de lo sucedido en la Guerra Civil, aunque sólo sea porque para ello tendría que eliminar todas las bibliotecas y hemerotecas del mundo.

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