La clase política trata de ser ella quien nombre los obispos.

Si se les interrogara al respecto, probablemente todos los políticos de todos los partidos defenderían la separación entre la Iglesia y el estado. Alguno de ellos probablemente se sorprendería de que el Papa estuviera de acuerdo con ellos. Llama por ello la atención la espesa reacción de la clase política en general respecto al nombramiento como obispo de San Sebastián de don José Ignacio Munilla. Diario de Noticias titula: “Sólo el PP está satisfecho con el nombramiento de Munilla como obispo de San Sebastián”. Joseba Eguibar teorizó sobre una conspiración para “despersonalizar” y “desarraigar” la Iglesia vasca. Unicamente Ezker Batua (IU) evitó pronunciarse sobre el nombramiento al considerarlo un asunto “exclusivo de los católicos”.

A la vista de sus declaraciones, da la impresión de que ciertos políticos añoran tiempos pasados en los que, mezclando obscenamente la religión y la política, el estado supervisaba los nombramientos en la Iglesia al estilo de Enrique VIII o incluso,ya puestos, al de Franco. Muy probablemente, como decíamos, se trate de políticos que en otros momentos defiendan una rigurosa separación entre la religión y el estado.

El integrismo tiene dos sentidos.

A la vista de esta confusión, no parece superfluo recordar que en las sociedades libres, a través del voto, la clase política es un reflejo de la sociedad civil y no a la inversa, como sucede en los sistemas totalitarios. No es la sociedad civil, en sus distintas facetas, quien está sometida a la aprobación de la clase política, sino todo lo contrario. Siendo así, no es sólo que la clase política no tenga que dar su aprobación al nombramiento de los obispos católicos. La separación de la Iglesia y el estado va más allá porque, si por un lado no hace falta ir a misa para votar, los que van a misa también votan. Llama la atención el curioso desinterés religioso de algunos políticos que, a continuación, se traduce en un inusitado interés por establecer ellos mismos la ortodoxia católica o por elegir los obispos.


Entretanto el nuevo obispo, por su parte, se presenta a sí mismo “con humildad y confianza y lejos de polémicas”, para intentar ser “obispo de todos” sin ánimo de “excluir a nadie”. Afirma que “no deben hacerse lecturas políticas de la labor de la Iglesia, ya que distorsionan la realidad”, y asegura que “los prejuicios se superan con las relaciones personales”.

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