Hace unas semanas, mucho antes del 28 de diciembre, la Generalidad sorprendía al mundo con el anuncio de que pretendía crear, con todo el dinero que por lo visto le sobra, una agencia espacial propia de Cataluña. El “Govern” detallaba que esta “NASA catalana” contaría con un presupuesto de 18 millones de euros, y que lanzaría al espacio sus dos primeros satélites en el primer semestre del 2021 con el objetivo de protagonizar «el lanzamiento de una constelación de nanosatélites en los próximos cuatro años» y «democratizar el espacio«. Por supuesto, hay que democratizar, autodeterminar y feminizar el espacio, para lo que todo dinero es poco.
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Por lo demás, ayer España perdió el satélite de observación terrestre Seosat-Ingenio, que junto al satélite francés Taranis iba a bordo de un cohete Vega, que se estrelló poco después de su lanzamiento debido, según las conclusiones preliminares de la investigación, a una sucesión de errores humanos que llevaron a que se invirtiera la conexión de unos cables en el momento de la construcción del lanzador.
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El cohete había despegado desde el puerto espacial de Kurú, en la Guayana francesa, operado por el consorcio espacial Arianespace, el cual utiliza habitualmente este tipo de cohetes Vega para lanzar satélites al espacio, normalmente sin problemas. Los cohetes Vega fueron desarrollados por la Agencia Espacial Italiana (ASI) y la Agencia Espacial Europea (ESA), por lo que España también tiene una participación en todo el proceso. La misión no estaba asegurada, lo que podría suponer para España la pérdida de los 200 millones de euros que costaba nuestro satélite, aunque por lo visto es habitual que este tipo de misiones no cuenten con un seguro.
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Todo lo anterior pone de manifiesto un par de cosas bastante elementales. La primera de ellas que la carrera espacial implica unos costes enormes, también unos riesgos importantes. La segunda es que para poder afrontar desafíos de este tipo hace falta o ser una superpotencia o apostar por un proyecto de colaboración plurinacional. Tal como se contaba la noticia ayer, parecía que la culpa del desastre era de España, cuando lo que falló fue el cohete que llevaba al satélite español.
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Ante empresas de semejante magnitud, la creación de una “NASA catalana” parece una idea mucho más fundamentada en la propaganda que en el desarrollo espacial. Para cualquier proyecto espacial un presupuesto de 18 millones de euros resulta ridículo, aunque por otro lado 18 millones de euros es un presupuesto enorme para propaganda y salarios asociados.
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La terrible amenaza de una Agencia Espacial Catalana no es por tanto en absoluto que los sediciosos puedan construir una Estrella de la Muerte con la que fulminar a los unionistas provocando una enorme conmoción en la Fuerza, sino que los nacionalistas vascos lleguen a la conclusión de que Euskal Herria no se puede quedar atrás en la carrera espacial autonómica y que hay que crear una Agencia Espacial Vasca, con tanto presupuesto como la catalana para salarios y propaganda. A continuación llegarían las agencias espaciales extremeñas, gallegas, cántabras y por supuesto navarras. Ya hemos visto lo mismo con los aeropuertos, los circuitos, los pabellones, las estaciones del AVE o las facultades de Medicina. La principal amenaza para nuestro futuro no viene desde el espacio sino de nosotros mismos. Hay que mirar al cielo, claro, aunque sólo sea por si nos cae un trozo de cohete de la Agencia Espacial Europea en la cabeza, pero sin perder de vista el suelo. Tropezar dos o seis veces con la misma piedra del suelo es mucho más probable y de hecho sólo puede pasar cuando se está mirando demasiado distraído hacia el cielo.
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