¿Justificarían los botellones los trabajos forzados?

En el año 2002 se produjo lo que algunos llaman el mayor robo futbolístico de la historia, cuando en junio de aquel año la selección de Corea del Sur eliminó a la selección de España en el Mundial que se jugaba en el país oriental. Más allá del debate futbolístico, al final del partido se produjeron en Seúl algunas escenas llamativas, reflejadas en los informativos de la época: los coreanos que habían salido a las calles a ver el partido en pantallas gigantes recogían la basura del suelo al terminar el partido, haciendo gala de un civismo inusitado. Después del partido y el paso de las multitudes los suelos de las ciudades coreanas estaban más limpios que antes del partido. Y a lo mejor es casualidad, pero en 2002 el PIB per cápita de España era de 18.000 euros mientras que el de Corea del Sur era de 14.000. En este momento, sin embargo, el PIB per cápita de España es de 23.690 euros y el de Corea del Sur de 27.600. Y todo por recoger el suelo. No exactamente por recoger el suelo, hablando en serio, pero quizá sí por encontrarse normalizadas el tipo de virtudes que llevan a la gente a no tirar cosas al suelo.

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Volvamos a ahora a España y a Pamplona.

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En los últimos tiempos son noticia los botellones ilegales que celebran los jóvenes en las ciudades en plena pandemia y contra las medidas y restricciones que dictan las autoridades. Obviamente la lucha contra estos botellones se enfoca desde el punto de vista de los contagios. No obstante, como la pandemia no puede agotar todos los aspectos de nuestra existencia, haríamos bien en fijarnos además en toda la basura que van dejando los jóvenes de los botellones a su paso. Es lo de Corea del Sur pero exactamente al revés. Seguro que la mayoría de los jóvenes del botellón se autodefinen como ecologistas, solidarios, defensores de lo público, del medio ambiente, del reciclaje y de la sostenibilidad, en teoría, pero en la práctica a lo que se dedican es a ensuciar los espacios públicos, a llenar todo de plásticos y basura, a no pensar en los demás, a obligar a dedicar recursos públicos extraordinarios (que harían falta en otros frentes) sólo para limpiar lo que ellos ensucian. Algunas imágenes recientes hablan por sí solas. Queramos o no, las imágenes de lo que la juventud deja a su paso puede ser un reflejo (parcial) de esa juventud y sus valores. No los valores de boquilla, sino los que realmente practican esos jóvenes.

Frente a todo esto, la policía dice que no da abasto y que habría que convertir el toque de queda en una situación permanente durante toda la pandemia. Y terminada la pandemia, ¿nos seguimos quedando con el toque de queda o volvemos a llenar las plazas y parques de basura? ¿O acaso no había botellones antes de la pandemia? ¿Y por qué habría que normalizar un recorte brutal de derechos esenciales en vez de buscar medidas específicas para acabar con los botellones?

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Desde luego acabar con los botellones mediante la represión es sólo una cara del problema, aunque no despreciemos por completo el poder de la represión. La otra cara es la educación. Es ridícula una sociedad en la que a los niños se les va a enseñar la autodeterminación de sexo antes que no llenar los sitios de basura. Hacer el pequeño esfuerzo de tirar un papel a la basura es respecto a quien lo hace un síntoma de que piensa en los demás. Conseguir esto es más importante que tirar el propio papel a la basura, pero quizá algo a lo que también se llega entendiendo que hay que tirar los papeles en la basura. Un vecino cuyos hijos tiran cosas al suelo tampoco pensará en los demás a la hora de poner música alta o aparcar el coche dentro de las rayas de su plaza. Esto hay que aprenderlo en casa, en el colegio y si no haciendo trabajos forzados. Volvamos por tanto a los trabajos forzados.

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Sea lo que sea que estemos haciendo para luchar contra el botellón no está funcionando. La solución al botellón no puede ser el toque de queda, igual que la solución contra los accidentes de tráfico no puede ser eliminar el derecho de circulación. La lucha contra el botellón tiene que ir en todo caso contra sus practicantes, no contra el conjunto de la sociedad. En este sentido a lo mejor resultaría aleccionador formar brigadas de limpieza con todos los detenidos, aunque sean menores, por participar en botellones. Una detención, 5 fines de semana limpiando parques y plazas por la noche. Dos detenciones, 15 fines de semana trabajando. Como la mili pero de fin de semana, con unos guantes de trabajo y una bolsa de plástico. Tú ensucias, tú limpias. Lo tuyo y lo de todos lo que no hemos pillado. Mejor que nada o que una multa que pagarán los padres o nadie. Multa y trabajos forzados (perdón, trabajos sociales y comunitarios no voluntarios) tampoco tiene porqué ser excluyentes. ¿Y esto quién lo vigila? Pues puede que la policía, o gente que está en su casa sin realizar ninguna contraprestación recibiendo una renta social o un subsidio. Se están pidiendo 4 años de cárcel a los jóvenes que se enfrentan a la policía en los botellones, así que comparado con eso trabajos sociales no optativos bien podrían entenderse como una medida más proporcional y centrista, acaso también eficaz.

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Digamos también, para no dejarnos nada en el tintero y ser completamente justos, que tampoco puedes tener a todos los jóvenes con el ocio nocturno cerrado, los fines de semana bajo toque de queda, sometidos a todo tipo de restricciones, y eso durante dos años y sin perspectivas claras de salida de la situación, y esperar que no pase nada y que no haya conflictos. Por no mencionar que si fueran un ongi etorri o un brindis por los presos la policía, los políticos y los jueces se cuidarían muy mucho de incomodarlos.

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Seguramente todo lo anterior es anticonstitucional, refractario a los objetivos de la Agenda 2030, contrario a la normativa europea e incompatible con varias docenas de resoluciones de la ONU, lo que ratificaría que efectivamente se trata de una idea magnífica. Claro que las leyes, las constituciones y las instituciones internacionales son lo que son y dicen lo que dicen hasta que son cambiadas. Y para que un cambio pueda ser llevado a cabo primero tiene que ser pensado, expuesto y calificado de barbaridad. Después puede que se quede para siempre en barbaridad o puede que no.

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