El foco de inestabilidad mundial en los últimos días se llama Irán. La tensión entre Irán y los EEUU viene de tiempos casi inmemoriales, por lo menos desde la caída del sha Mohammad Reza Pahlavi, la revolución de los ayatolás y la llegada al poder de Jomeini. No obstante, el último capítulo de la crisis actual comienza con la muerte del general iraní Soleimani en suelo iraquí, mediante un ataque con drones lanzamisiles. El general Soleimani obviamente no era un franciscano que predicaba el amor en Iraq, sino un tentáculo armado de los ayatolás que sembraba la muerte en los países de la zona al servicio de Irán. Enterrado como un héroe nacional en olor de multitudes obviamente no es la clase de terrorista del que se puede pedir simplemente la extradición. El problema es la cadena acción-reacción que la muerte de Soleimani podía desatar en la región.
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Pese a las advertencias de Trump, ayer se produjo un bombardeo con misiles lanzados desde Irán a una base iraquí en la que había -o supuestamente había- cierto personal estadounidense. Todo sin embargo parece dentro de un cierto control, al punto que el primer ministro iraquí, Adel Abdelmahdi, declaró haber sido avisado del ataque con antelación por Irán. Seguramente esto explica que no hubiera bajas y la tibia reacción de Trump. Más aún, la pregunta es si, más allá de un tanteo, a Irán y los EEUU realmente les interesa una guerra a gran escala. El bombardeo fake de ayer y la reacción serena de Trump parecen indicar que acaso no y que asistimos a una hostilidad hasta cierto punto teatralizada. La reacción de los mercados y el precio del petróleo sugieren algo de comprensible nerviosismo pero también escepticismo respecto a una guerra total.
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Existe sin embargo un móvil de fondo para una operación de envergadura contra Irán que es la amenaza del programa nuclear iraní. Bombardear las instalaciones nucleares iraníes siempre ha sido una carta encima de la mesa para los EEUU o Israel. La idea es impedir que un tipo como el general Soleimani pueda viajar por el mundo con una bomba nuclear en una furgoneta. Es por ello que una acción militar contra Irán no es descartable y que a Irán no le interesa hacer nada más allá de lo gestual que le ponga en bandeja la excusa para intervenir a ninguno de los países que razonablemente temen su poder nuclear.
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En medio de toda esta tensión se ha producido la muerte de 176 personas al estrellarse una avión de línea ucraniano en las cercanías del aeropuerto Imán Jomeini de Teherán, al poco de despegar. A nadie se le escapa que los accidentes aéreos de este tipo son poco frecuentes, que sólo se producen uno o dos al año en todo el mundo y que ya es casualidad que uno de estos accidentes tenga lugar justo ahora y justo en Irán. La sospecha velada es que el ejército iraní, en alerta ante una posible represalia estadounidense, derribara el avión ucraniano por error. Todos recordamos el derribo sobre Ucrania en 2014 de un vuelo de Malaysia Airlines, en el que murieron 298 personas a causa de un misil lanzado por los rusos o milicias pro-rusas. Para terminar de alimentar las sospechas, las principales aerolíneas de todo el mundo han decidido suspender los vuelos sobre Irán, algo que no apunta a la hipótesis del accidente sino a la del derribo.
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En espera de lo que se resuelva a este respecto, por otro lado, da la impresión de que los medios y los gobiernos más bien tratan de echar arena sobre este asunto del avión ucraniano que de utilizarlo como pretexto para alimentar la tensión y la presión sobre el régimen iraní. Si los EEUU realmente quisieran atacar Irán han tenido en pocas horas dos buenos pretextos para hacerlo: el ataque con misiles a una de sus bases en Iraq y el posible derribo de un avión civil lleno de pasajeros. En este momento parece más belicosa la actitud de Irán que la de Trump. Dicen que a Trump de cara a las próximas elecciones le interesaría un conflicto exterior, pero la mesura que muestra el presidente de los EEUU cuando no está escribiendo en Twitter no termina de alimentar claramente esta opción. A fin de cuentas sólo los marxistas (la famosa teoría del cristal roto) tienen totalmente claro que para los negocios es mucho mejor la guerra que la paz. Por otra parte nadie puede estar muy seguro del lado iraní respecto a cuál es la lógica de un ayatolá.
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