¿Quién es verdaderamente una amenaza para la libertad?
La última homilía dominical de Joseba Santamaría ha tenido como objeto la llamada “Ley Mordaza”. Evidentemente no hay ninguna ley que se llame “Ley Mordaza”, sino que este es un nombre que sus opositores ponen a la Ley de Seguridad Ciudadana. Es mucho más difícil mostrarse a favor de una ley si la llamamos “Ley Mordaza”, pura mercadotecnia.
El artículo de Santamaría comienza tras la exposición de un caso que emocionalmente predisponga nuestra actitud de partida respecto al resto de la exposición, concretamente el de una joven sobre la recae una petición de 3 años de cárcel por participar en una sentada pacífica contra el desahucio de una pareja de ancianos.
Sin embargo, cuando intentamos encontrar en Google cuál es este caso, tenemos severos problemas para encontrarlo, al menos en los términos planteados por el director del Noticias. La semana pasada ha estado bajo el foco mediático el inicio del juicio de una joven que participaba en una sentada contra un desahucio, a la que la Fiscalía pide una pena de 3 años. El problema es que la pena no se pide por participar en la sentada, sino por agredir a un agente. Es decir, que si Santamaría ha basado su reflexión en este caso ha empezado por no contar todos los hechos, ni siquiera reflejando el auténtico motivo de la acusación, que por lo demás nada tiene que ver con la llamada “Ley Mordaza”. Aparte de esto hablaríamos de una acusación, no de una sentencia, es improbable que nadie en España finalmente pase 3 años en la cárcel por pegar a un policía. Si algo caracteriza a España, más bien, es la desprotección en que trabajan sus policías.
El caso que aparentemente no es tal sirve a Santamaría para desplegar a continuación todo un discurso sobre el gobierno, la represión, el “ferreo control social y político”, o el interés por que los ciudadanos se queden “callados y en casa” frente a las actuaciones del poder.
Paradójicamente, no recordamos los editoriales del Noticias contra el poder cuando Uxue Barcos se ha puesto a interponer demandas a diestro y siniestro, la mayor parte de ellas desestimadas, incluyendo aquella en la que intentaba silenciar a quien la acusaba de ser la política navarra con los ingresos más altos, en un momento en que la cuantía de los ingresos de los políticos estaba en el centro del debate político.
O cuando el Departamento de Educación anunció una batería de denuncias contra quienes en las redes sociales, con mejor o peor fortuna, habían criticado no el vascuence, no la libertad educativa, sino la fuerte presencia en el profesorado del modelo D de personas relacionadas con organizaciones ilegalizadas. ¿Dónde estaba entonces Joseba Santamaría para llamar consejero mordaza al consejero Mendoza?
Por no hablar de los gritos imaginarios de “Asirón ejecución” en la concentración frente al Ayuntamiento contra la exposición anticatólica de Abel Azcona. A estos manifestantes puede que Santamaría los prefiriera «callados y en casa», a ser posible amordazados.
Con esto y con todo, al margen de las contradicciones de Santamaría, en el fondo del artículo estaríamos totalmente de acuerdo con el director del Noticias. Queremos libertad, queremos un gobierno bajo el control de los ciudadanos y no unos ciudadanos bajo el control del gobierno. Seguramente queremos todo eso mucho más que Joseba Santamaría, y lo queremos igual lo mismo cuando gobiernan los unos que cuando gobiernan los otros.
Cierto es que también tenemos una discrepancia importante de fondo con Santamaría a la hora de ubicar las principales amenazas contra la libertad ciudadana.
¿Es preocupante que el gobierno pueda tener la tentación de sobrepasarse en el control de lo que se dice en las redes sociales o en reprimir manifestaciones y actos de protesta? Sin duda. Ahora bien, los antidisturbios pueden ser la forma más aparente pero menos importante y preocupante de represión y control gubernamental.
Es mucho más importante, por ejemplo, que el gobierno decida y controle la educación de los hijos, por poner sólo un ejemplo.
Resulta bastante irónico ocuparse mucho de los antidisturbios y después ser un entusiasta de la inmersión lingüística, la educación gubernamental (pública, laica y euskaldún) y la televisión gubernamental. Es como preocuparse más por la caspa que por cáncer. Es frecuente en la izquierda asegurar que quiere un gobierno bajo el control de los ciudadanos y no unos ciudadanos bajo el control del gobierno, para a continuación promover toda una batería de medidas que prácticamente dan el poder absoluto al gobierno. Es más, hablar de mordazas y antidisturbios parece una cortina de humo para presentar como defensores de la libertad a quienes, en lo realmente importante, son férreos defensores del poder gubernamental.

2 respuestas
Si ya Churchill dijo que «en el futuro, los fascistas se denominarían a sí mismos como antifascistas», me temo que en el caso de España se queda muy corto, pues esto sobrepasa el esperpento y tres universos más allá.
Aquí el pacifismo es que un pacífico manifestante vaya a la manifa con un bolsa llena de explosivos, el comunismo exterminador se le denomina ‘leninismo amable’, al racismo que clasifica a la población por la lengua (y de paso por el Rh- y el tipo de cráneo), es algo moderno, democrático y chachiprogre), y el partido más corrupto es flirteado por los que venían para acabar con la casta, aunque yo creo es para «acabar con la pasta».
Lo que procede es darle la vuelta a la situación, dejarla en sus antípodas, o emigrar a las nuestras, con el peligro de convertir a la pobre Australia en una nueva España lleno de nuestras contradicciones.
Ayer se cumplieron 12 años del asesinato de Ángel Berrueta a manos de un policía nacional mientras trabajaba en su bar de varios balazos¿Es siempre el policía quien está desprotegido?