Desde España – Navarra Confidencial, hemos querido entrevistar, en exclusiva, a José Enrique Bustos Pueche, Profesor Titular de la Universidad de Alcalá de Henares, con motivo de la publicación, por parte de la editorial Libros Libres, de su libro La herejía de Lutero.
Así pues, por el interés que pueden suscitar estas obras de cara a conocer y comprender mejor, en clave histórica, ese proceso revolucionario que nos acecha a todos, sin incurrir en obsesivas y prejuiciosas divisiones automáticas entre cristianos.
A continuación, les dejamos la entrevista que le hemos realizado.
Se dice que la ruptura protestante fue consecuencia de las altas tasas de analfabetización del momento. ¿Qué hay de cierto aquí?
No creo que fuera la causa principal pero desde luego contribuyó de forma relevante. El pueblo venía oyendo desde principios del siglo anterior la necesidad que tenía la Iglesia de una reforma “en la cabeza y en los miembros”, de modo que cuando llega un predicador carismático que dice cosas piadosas, como las de toda la vida, y que sólo poco a poco va desvelando su rechazo frontal a las verdades que el pueblo creía, pensó que llegaba la reforma y le otorgó su confianza. Baste un ejemplo: hasta quince o veinte años después de la publicación de las bulas, en 1517, Lutero no se atreve a sustituir la Santa Misa por el nuevo servicio religioso, de forma que hasta entonces lo que ordena a sus seguidores clérigos es que digan la Misa pero omitiendo el canon. Y el pueblo no es consciente de ello.
Dicho esto, pienso que Lutero no sistematiza una doctrina coherente: de hecho incurre en frecuentes ambigüedades y contradicciones. Es un hombre angustiado por el peso del pecado que no podía evitar y la amenaza del castigo eterno que le obsesionaba. Con ello y poco más, se puede resumir sistemáticamente la doctrina de Lutero: todo lo demás es ir negando las verdades católicas en la medida que era necesario para sostener su premisa inicial.
¿Podemos decir que el proceso de la Revolución se puede remontar a 1517 en vez de 1789?
Sin duda. Como he dicho, el luteranismo se caracteriza ante todo por la nota del individualismo: el hombre se entiende directamente con Dios, sin Iglesia ni sacerdotes, sin Santa Misa ni Sacramentos, sin Magisterio ni Tradición, sin santos intercesores…; sólo con la Biblia…, pero interpretada sin límites por él mismo. Y el luteranismo, en paradoja impactante, que decía venir a liberar al hombre de las cadenas del Papa y del Emperador, lo entrega sin miramientos a la tiranía de los príncipes territoriales alemanes, a los que convierte en señores en lo político y en lo religioso de sus súbditos. Y les conmina a la obediencia absoluta y total: los campesinos alemanes experimentaron con su sangre las consecuencias de no seguir sus prédicas.
Y la Revolución Francesa se caracteriza fundamentalmente por dos notas: En primer lugar el individualismo que se traduce en la sacudida violenta de todo vínculo, religioso, político, gremial o asociativo. Es el levantamiento, por ende, contra la Monarquía y la aristocracia, pero también contra todos los entes intermedios que tutelaban al hombre frente al Poder. El súbdito frente al Estado: solo ante el peligro. Y en la realidad las cosas no son como en la película: el Estado triunfó sobre el ciudadano, conformándose un tipo de Estado que llega hasta nuestros días, totalitario y despótico, en una medida no soñada por gobernante alguno del Medievo, por mucho que la estulticia habitual piense lo contrario.
¿Por qué los países protestantes europeos son más secularistas y «progres» con diferencia (Países Bajos, Suecia, la antigua Prusia y Reino Unido principalmente)?
Por desgracia, esto que era verdad, no estoy seguro de que lo siga siendo. Pensemos en nuestra Patria sometida a un enloquecimiento ideológico que no cede en intensidad a ningún otro país. Pero es cierto, en general, lo que dice. Me parece que el rechazo de toda autoridad moral, y ésa es la consecuencia del libre examen y de la repulsa de la jerarquía eclesiástica, conducen al estado ideológico a que Vd. se refiere. En la medida que este mismo clima espiritual va infectando las naciones latinas, se generaliza el desastre.
¿Cree que el daño luterano tiene impacto en muchas de las actuales políticas, contrarias al principio de subsidiariedad y a la soberanía social? ¿Podemos considerar a Lutero como «padre» del Estado Moderno y precursor de Hobbes?
Sin la menor duda. Como me extendí quizás en exceso antes, ahora basta con remitirme a lo dicho al hablar de la revolución francesa. El Estado totalitario, desvinculado de la Ley Natural, que estima que su poder no tiene límites y que la mayoría de votos es el criterio de discernimiento entre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso, es de indudable progenie luterana. Nos llevaría más tiempo desenmascarar el artificio del Estado actual que se vale del señuelo de los derechos humanos para ocultar su despotismo, derechos cuyo contenido y significado es, cabalmente, el que determina ese Estado. Pero no hay tiempo.
¿Por qué hay ramas protestantes en Texas y Alabama con mayor firmeza moral que algunos católicos de Europa Occidental?
Porque han conservado en mayor medida la moral católica de siempre. Los hermanos separados tienen de valioso precisamente lo que se llevaron de la casa solariega cuando la abandonaron. Y unos conservaron más que otros.
¿Cómo se podría fomentar la reconciliación entre distintas ramas del cristianismo?
Para el hombre es imposible.
Basta con reparar en los magros resultados del ecumenismo. Pensemos, por poner un ejemplo, en el documento católico-luterano de 1999 sobre la justificación, que es el núcleo de la doctrina luterana. Con la mejor intención, muchos constituidos en autoridad o con prestigio teológico, sobre todo en lado católico, saludaron el documento como “avance histórico”. Ni avance, ni histórico. No pasa de ser el típico documento de consenso, en el que los firmantes se ponen de acuerdo en los significantes pero no en los significados, en los términos pero no en los conceptos. Y ello mediante el uso de palabras y expresiones ambiguas, equívocas, que pueden significar una cosa y la contraria.
Pienso que mejor que dedicar tiempo a reuniones, convenciones, comisiones, etc., es preferible intensificar la oración porque sólo el Espíritu Santo puede traer a la Iglesia Católica a quienes la abandonaron, porque en eso consiste el verdadero ecumenismo, y nada más.