¿Hasta qué punto es importante la politización de la educación pública? Hay políticos en este país que han cuestionado los resultados electorales porque tal o cual partido tenía una caja B o una sobrefinanciación mediante la cual podía concurrir dopado a las elecciones. Hay quien dice que en alguna medida a todos los partidos, de un modo u otro, se les puede hacer esa acusación. Por no hablar de la utilización de los medios públicos o de la financiación de medios privados pero afines. Hay quien añade que en tales circunstancias el sistema está corrupto y la democracia es imposible. Y no les falta alguna razón, aunque no toda. A veces porque quien más se queja es quien más debería callar. O porque quien denuncia no quiere en realidad purificar el sistema, sino suplantar a los actores del sistema y colocarse a su mando. En todo caso y volviendo al principio, si parece lógico desde el punto de vista democrático preocuparse por la financiación de los partidos o la neutralidad de los medios públicos, ¿hasta qué punto no es entonces importante preocuparse por la politización de la educación pública? Todo esto nos lleva, como tantas y tantas veces que hablamos de la politización de la educación pública en Navarra, al modelo D y al Instituto Iturrama.
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Por las imágenes que han llegado a nuestra redacción, el patio del Instituto Iturrama ha añadido a su decoración unos bancos cargados de significación ideológica. Concretamente uno está pintado del color morado del movimiento feminista y otro con los colores arcoiris de la bandera LGBT.
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La pregunta es qué hacen esos bancos pintados de ese modo en el patio de un colegio público. ¿El feminismo y la ideología de género son ya doctrina oficial y obligatoria? ¿Y cómo han llegado a ser oficiales y obligatorios esos puntos de vista? De algún modo los dos bancos nos están dando ya la respuesta: normalizando esas ideologías parciales y discutibles a través de la educación pública.
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Seguramente existen distintos modos de entender la educación pública. Alguien puede entender que la educación pública es un mero instrumento más a través del cual propagar las ideas particulares de uno. Alguien puede entender por el contrario que la educación pública, por existir dentro de una sociedad plural, debe ser un espacio tan neutral como sea posible También puede haber quien entienda que el espacio público, precisamente por existir en una sociedad plural, debe ofrecer distintas opciones no necesariamente neutrales, pero siempre que sea de forma voluntaria para las familias. Son modelos distintos y seguramente defendibles, pero lo que no resulta lógico ni coherente es pedir al vecino que no adoctrine cuando se está en la oposición y tratar de adoctrinar al vecino cuando se está en el gobierno. Si uno apuesta por un modelo adoctrinador, debe aceptarlo con todas las consecuencias.
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La educación púbica resulta especialmente sensible a este debate porque por un lado la educación pública la controla el gobierno, o sea el poder. Al poder no le gusta la libertad educativa de los padres no porque le preocupen los niños, sino porque le preocupa no tener el control de un instrumento de control social tan importante como la Educación. No hay ninguna tiranía en la que haya libertad educativa. No hay tampoco ningún país que se coma a los niños con libertad educativa. Lo peligroso para un país no es nunca la libertad educativa sino el control gubernamental de la educación. La educación pública, además, la pagamos entre todos, por lo que resulta especialmente injusto que una parte de la sociedad use el dinero de toda la sociedad para imponer a todos su particular visión del mundo, o que tus hijos sean adoctrinados por el gobierno contra tus valores y encima con tu propio dinero.
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Dicho todo lo anterior no cabe más que preguntarse de nuevo qué pintan esos bancos pintados de ese modo en el patio de un colegio público. Por un lado se enseña a los niños que la ortodoxia política, moral y mental es el feminismo y el movimiento LGTB. Por otro lado, esos niños ven que cada vez que hay una convocatoria feminista o LGTB hay partidos y colectivos que no participan de ellas, o que incluso son expulsados de esas convocatorias. También escuchan constantemente que el machismo o la homofobia son consecuencia del modelo económico capitalista y se predica la lucha de sexos igual y con el mismo propósito que la lucha de clases. Es decir, que el mensaje que se recibe desde el colegio es que hay una serie de partidos y formas de pensar que son indeseables y rechazables porque no comparten total o parcialmente la ideología feminista o LGBT que se imparte desde el colegio. O sea, el adoctrinamiento es absolutamente evidente. Por supuesto tampoco es puntual porque en el Instituto Iturrama o en general en los colegios públicos del modelo D lo raro es no encontrar constantemente en los elementos arquitectónicos motivos políticos e ideológicos.
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Por otro lado, podría discutirse que los alumnos del modelo D en virtud de todas estas virguerías ornamentales hayan desarrollado unos niveles de pluralismo y tolerancia abrumadoramente superiores a los estudiantes de otros colegios. En realidad, casi podría pensarse todo lo contrario. Para ser precisos, uno no busca la uniformidad de pensamiento pensando en el respeto a los que piensan diferente. Y lo que se busca con el adoctrinamiento desde las aulas públicas es la uniformidad de pensamiento. La uniformidad de pensamiento, por supuesto, alrededor del poder y del gobierno. Y si la cosa es tan notoria que colocan bancos pintados a la vista de todo el mundo, qué será lo sucede dentro de los muros y los espacios que ya no vemos.
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