Hace mucho que el mundo no hablaba de la inflación como de una preocupación. Desde hace muchos años, gracias a internet y a la globalización del comercio y la competencia internacional, los precios se han mostrado contenidos cuando no han tendido incluso a la baja en muchos sectores. Todo ello ha permitido a las autoridades monetarias globales mantener una política de tipos de interés prácticamente negativos. Esto ha permitido dejar el dinero a un precio casi regalado y financiar la increíble montaña de deuda en la que viven instalados los estados del bienestar de casi todo el planeta, no digamos el caso español. El problema es que todo el castillo de naipes sobre el que se asienta la sostenibilidad de la deuda es la ausencia de inflación y el mantenimientos de unos tipos de interés cercanos a cero. Si comienza a subir la inflación, y está empezando a suceder, nos podemos echar a temblar.
Lo nunca visto desde 1902… la deuda pública de España se dispara y alcanza el 117,1% del PIB
La deuda se disparó en 122.439 millones en 2020. pic.twitter.com/Iu9oeD2F7Q— INDEFENSO (@unodemadrid2) February 17, 2021
La deuda pública española, por poner un ejemplo cercano, ronda los 1,4 billones de euros. Esto significa, de una forma ilustrativa, que por cada 1% que subieran los tipos de interés por la inflación el coste de la deuda crecería en 14.000 millones de euros, bien es cierto que la inflación también puede ser una ayuda para los deudores en el sentido de que el dinero futuro con el que se pague vale menos que el dinero presente que se debe, lo cual esta vez tendrá que lidiar con la enormidad inconcebible acumulada de deuda. Una subida de 3 puntos nos llevaría a pagar unos intereses de 42.000 millones adicionales de euros. Un subida de 5 puntos a nos llevaría a unos intereses de 70.000 millones de euros… Otra forma de decirlo es que el estado español probablemente quebraría en cuanto subieran los tipos de interés. Cosa que por otro lado no sólo le sucedería al estado español sino a casi todos los estados del bienestar occidentales archiendeudados, que son casi todos.
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La tan cacareada subida de la factura de la luz es mucho más que la subida de la factura de la luz. Nos enfrentamos, sobre todo en Europa, a las consecuencias de haber apostado por un modelo energético basado en ciertas energías en vez de en otras, por criterios políticos. La subida del precio de la electricidad no es sólo ya una inyección letal en las economías familiares de los españoles más pobres, es también un intensificador de la inflación a todos los niveles.
La inflación está disparada no solo en España, con un alza interanual en agosto del 3,3%, sino también en toda la zona euro. https://t.co/gSUPMarCc6
— CincoDiascom (@CincoDiascom) August 31, 2021
Esto se junta a la escasez de muchos productos que se está observando en todo el mundo en muchos sectores, el más llamativo de ellos el de los semiconductores. Por un lado los confinamientos han disparado la demanda de cierto tipo de productos que nos han permitido aplicar la tecnología tanto al ocio desde casa como a las comunicaciones y el teletrabajo. Una demanda fuerte e inesperada para la que las empresas productoras no estaban preparadas. Por otro lado, los confinamientos, bloqueos y cierres de fronteras han provocado un retraso y un cuello de botella en la distribución de todo tipo de mercancías, el cual todavía no se ha solucionado del todo y aún se siguen acumulando retrasos. Sumemos los dos factores y tenemos problemas de producción, problemas de distribución, escasez y subidas de precios.
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La montaña de dinamita en forma de deuda sobre la que venimos construyendo nuestro bienestar en los últimos año no es ya noticia por conocida, aunque crezca de día en día, la novedad es la reaparición de la inflación en escena. Esto no quiere decir que demos ya por muerto a todo el rebaño de ovejas, pero sí que hasta ayer hacía tiempo que no se escuchaba por la noche el aullido del lobo y ahora el aullido del lobo ha regresado. Por tanto ahora todo es diferente y un poco más peligroso.
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