¿Ha sido la resistencia anti-comunista el motivo del Princesa de Asturias a la Concordia?

El pasado viernes, día 18, se celebró, en el ovetense Teatro Campoamor, la trigésimo-octava edición de la entrega de los llamados Premios Princesa de Asturias, entregados por Leonor de Borbón. Las categorías de galardón volvieron a ser Comunicación y Humanidades, Ciencias Sociales, Artes, Letras, Investigación Científica y Técnica, Cooperación Internacional, Concordia y Deportes.

En esta ocasión, el premio a la Concordia puede reunir, a su vez, las condiciones de algo que suscita considerable interés a la vez que merece bastantes aclaraciones, dado que algún que otro interesado en la cuestión puede adolecer de una ingenuidad bastante comprensible. El caso es que el receptor del mismo ha sido el consistorio de la ciudad polaca de Gdansk, a manos de Aleksandra Dulkiewicz.

¿Reconocimiento al impulso de la caída del comunismo en Europa Central-Oriental?

La historia de la urbe polaca en cuestión quedó marcada, en el pasado siglo, por dos eventos clave: la batalla de Westerplatte (uno de los momentos iniciales de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, que dio lugar tanto al comienzo de la misma como a la anexión de la llamada Danzig al Tercer Reich) y la fundación del sindicato católico Solidaridad.

Los astilleros de Gdansk fueron un escenario importante en la batalla de la mayoría social polaca contra el yugo del comunismo al que estaba sometido su país (allí se fundó el sindicato en cuestión, contando con la infiltración de Lech Walesa, otrora comunista y, actualmente, un representante del establishment progre-socialdemócrata europeísta en Polonia).

No obstante, apenas se sabe que, en realidad, los primeros movimientos de protesta social por parte de una resistencia anticomunista que nunca cesó ni se doblegó están en Lublin (ciudad del Este polaco). Un mes antes, en julio de 1980, tuvo lugar lo que en polaco se denomina Lubelski Lipiec, esta urbe fue escenario de protestas en fábricas y escuelas que pronto se expandieron a todo el país.

De todos modos, esa no es la cuestión, por muy conveniente que haya resultado puntualizarla, dado que creo, sin ningún género de duda, que conviene saberlo. Lo que ocurre es que, en realidad, no ha sido la mera cuestión de referencia de resistencia anti-comunista lo que ha podido motivar el fallo del jurado de cara a la edición del presente 2019.

Una urbe vista como un contrapeso «progre» en la «conservadora» Polonia

Quien recogiera el galardón, primera mujer alcaldesa de esta ciudad báltica en cuestión, está vinculada al principal partido de la oposición parlamentaria polaca, la Plataforma Cívica, de carácter centro-izquierdista y socia del PP español. Eso sí, la crítica no se debe a lo que podría considerarse como una circunstancia de cortoplacismo electoral.

Tal y como recogen varios medios, Dulkiewicz no centró la cuestión en todos los que arriesgaron su vida y libertad desafiando a la tiranía impuesta desde Moscú, sino en la progretada de la «tolerancia» (no se refirió tampoco a los cristianos perseguidos en el planeta, sino que utilizó el eufemismo bajo el cual vienen disfrazadas las políticas totalitarias de género y el llamado «multiculturalismo»).

Y sí, tras haberle cogido el testigo a su sucesor Pawel Adamowicz (asesinado por un enfermo mental, en un concierto benéfico, a puñalada en el corazón, el pasado mes de enero), también de la misma formación (aunque a los comicios de 2018 concurriera bajo la llamada Coalición por Gdansk mientras que por el que había sido su partido concurría, en coalición con Moderna, el hijo de Lech Walesa), ha querido conservar su legado.

Adamowicz sobresalió por tres cuestiones relevantes: el desafío al gobierno nacional, opuesto a abrirle las puertas a los llamados «refugiados» (inmigrantes musulmanes); su oposición al cambio de nombre de la calle dedicada al Batallón Dabrowski (de las Brigadas Internacionales) y el férreo compromiso con el totalitario lobby LGTBI (marchas homosexualistas, censura «progre»…).

Ahora bien, unos dirán que hay quienes les votan en mayoría mientras que otros no se explican o, directamente, tienen problemas para creerse que en la «muy conservadora, tradicional y católica» Polonia ocurran todas estas cosas. Pero, a continuación, se aclararán cuestiones sobre estas «anomalías» en el paradigma para muchos de los que libramos la necesaria batalla cultural.

Gdansk es una de las urbes más seculares de Polonia

Pese a que Polonia viene a ser todavía uno de los países católicos más relevantes y destacados en Europa, el sentimiento de fe y de apego a la tradición no es el mismo en toda su geografía polaca (la diferencia es considerablemente abismal entre áreas que en su momento formaron parte de Prusia y aquellas vinculadas al Imperio Austro-Húngaro).

Así pues, el voivodato de Pomerania es uno de los voivodatos con menor práctica religiosa (al contrario de lo que ocurre en Pequeña Polonia, Lublin y Subcarpacia… bueno, el «polo opuesto»). En general, la mitad oriental es más atomista e individualista, y la ciudad de Gdansk no viene a ser ninguna clase de oasis.

Esto explica que la Plataforma Cívica haya cosechado buenos resultados en la cuna del sindicato Solidaridad (bueno, este invierno, Dulkiewicz obtuvo un 82% dado que los nacionalistas de Ley y Justicia no presentaron a ningún candidato, optando por abstenerse en vez de votar al monárquico y tradicionalista pro-mercado Grzegorz Braun). Allí no fue tan contrarrestado el lobby LGTBI hace dos semanas.

La llamada «monarquía española» no es garante de tradición alguna

A la vista de lo explicado anteriormente, podría quedar más claro (eso creo yo) que la resistencia anticomunista no ha ido el motivo del fallo del jurado. Polonia es un escollo para globalistas y «progres» mientras que lo que realmente tiene España es una república coronada más comprometida con la corrección política que con los valores tradicionales católicos hispanos.

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