Cualquier persona interesada en la política, por otra parte, sabe que existen dos acepciones claramente distintas de la palabra “fascista”. La acepción más común del término “fascista”, en la actualidad, sería algo así como la forma es que es calificada toda persona empeñada en discutir sus ocurrencias a un nacionalista radical o a un radical de izquierdas. El mero hecho de mostrar algún desacuerdo con esta clase de personas suele llevar aparejado, automáticamente, el calificativo de “fascista”. Algo que, paradójicamente, podría ser considerado bastante fascista
Lo que en esta ocasión nos ocupa, sin embargo, es analizar lo que realmente significa ser un fascista.
Una primera aproximación al fascismo nos lleva directamente al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española.
fascismo.
(Del it. fascismo).
1. m. Movimiento político y social de carácter totalitario que se produjo en Italia, por iniciativa de Benito Mussolini, después de la Primera Guerra Mundial.
2. m. Doctrina de este partido italiano y de las similares en otros países.
Nuestra investigación, por tanto, nos lleva a la Italia de Mussolini.
De Benito Mussolini (1883) interesa destacar su carácter problemático desde la infancia (hirió a un compañero de internado con una navaja y amenazó a un sacerdote a los 11 años), su paso por la cárcel durante varios meses por amenazar a un dirigente de las organizaciones patronales, su temprano interés por la política y su militancia socialista. En 1910 alcanzó el puesto de secretario de la federación provincial socialista de su región natal, y llegó a convertirse en director del Avanti!, periódico oficial del Partido Socialista. Dirigió además otros medios y escribió diversos artículos, incluso una sátira anticlerical titulada “Claudia Particella, la amante del cardenal Madruzzo”. Posteriormente derivó hacia posturas ultranacionalistas y se mostró partidario de la participación de Italia en la Primera Guerra Mundial, lo que le valió la expulsión del Partido Socialista. Poco después, Mussolini crearía los Fasci Italiani di Combattimento, de los que posteriormente surgiría el Partido Nacional Fascista. En una Italia en descomposición, enfrentado ahora a socialistas y comunistas, organizaría en 1922 con varias decenas de miles de sus “camisas negras” la conocida como Marcha sobre Roma. El Rey Victor Manuel III, ante la emergencia nacional, le encarga entonces formar gobierno. Unos días después, Mussolini obtuvo el voto de confianza del Parlamento con 316 votos a favor, 116 en contra y 7 abstenciones. El resto, es historia.
Para arrojar alguna luz sobre la naturaleza del fascismo, se convierte en una obra fundamental el libro que él mismo escribió en 1932: “La doctrina del fascismo”. A través de algunas citas de esta obra, podemos encontrar los rasgos esenciales de la doctrina fascista.
Negación de la libertad individual.
Militarismo y nacionalismo. Rechazo de las instituciones supranacionales.
Rechazo de la democracia y del sufragio universal como consecuencia de la desigualdad de los seres humanos.
Intervencionismo económico.
Los derechos de los individuos son posteriores al estado.
Simbología y etimología.
El término “fascismo” proviene del latín fascis, nombre que recibían los haces de varas sujetos con cordones y un hacha, de origen etrusco, que portaban los lictores que escoltaban a los magistrados durante la etapa republicana de la antigua Roma. Fueron adoptados cómo símbolo de que la unión hace la fuerza. Juntas, las varas de los “fasces” o “fascis” son fuertes; una de ellas sola se puede romper fácilmente.
A partir de esta pequeña síntesis doctrinal del fascismo, puede resultar un poco menos confuso determinar en nuestros días qué es o qué no es el fascismo. Para muchas personas, el fascismo es en general un sinónimo de dictatorial o totalitario, cuando es evidente que existen muchas dictaduras y sistemas totalitarios al margen del fascismo.
Desde el punto de vista de las políticas concretas, sin comprender todo lo anterior, muchas de esas personas también se sorprenderían de que formaciones que ellas tacharían de fascistas, como La Falange, se sitúen en contra de la guerra de Irak, aboguen por la salida de España de la OTAN, califiquen de terrorista al estado de Israel, rechacen la globalización y el capitalismo o aboguen por la proclamación de la república. Políticas todas ellas que normalmente suelen situarse a la izquierda o incluso en la extrema izquierda.
Buena parte de esta confusión nos devuelve al inicio del análisis, a la acepción más comun y al vaciado conceptual del término “fascista”. En la práctica totalidad de los casos en que escuchemos esta palabra en la actualidad, sólo servirá para referirse a una persona que osa discutir cualquier planteamiento de un nacionalista radical o un radical de izquierda.
La verificación cotidiana de este hecho nos lleva a concluir el análisis con una cita esclarecedora. Concretamente una perla del Manual de formación interna del Partido Comunista de la URSS de 1943:
“Nuestros camaradas y los miembros de las organizaciones amigas deben continuamente avergonzar, desacreditar y degradar a nuestros críticos. Cuando los obstruccionistas se vuelvan demasiado irritantes hay que etiquetarlos como fascistas o nazis. Esta asociación de ideas, después de las suficientes repeticiones, acabará siendo una realidad en la conciencia de la gente”.
Un comentario
Interesante. Lástima que como cualquier lección de historia, necesite tener la cabeza despejada de prejuicios para hacerle el hueco que merece. ¿Lástima he dicho? Será que la técnica del no-pienso/sólo-califico es tan contagiosa como perniciosa.