Faltan coros, sobran solistas

Los Coros de niños no están de moda

Tampoco seguramente los de adultos, ni de voces blancas, ni graves ni esdrújulas. Pero especialmente los pueri cantores  están siendo absorbidos por la vorágine utilitarista de retorno inmediato, ignorando que son una soft skill de gran valor a largo plazo. Es cierto que se canta en formatos distintos, y que fenómenos como La Voz ‘Kidsy el éxito de Operación Triunfo han incentivado a toda una generación de  solistas. Sin embargo formar parte de un coro es una modalidad de trabajo y disciplina de equipo muy particular: discreto y de homogénea sonoridad de cara al público. A  diferencia de los equipos deportivos donde las singularidades siempre se ven desde fuera,en el coro se ven las diferencias sólo desde dentro.

Cuando con 11 años entré en la escolanía “Niños cantores de Navarra”, todavía era algo bastante común y de cierto prestigio. Cada pueblo, muchos colegios y parroquias tenían su coro o escolanía del que presumir y sentirse orgulloso. Ahora ha desaparecido incluso como extraescolar en la inmensa mayoría de colegios (y parroquias). Quizá sea un fin de ciclo cuyo liderazgo clave eran los directores vocacionales de masas corales. No en vano muchos de ellos eran clérigos o religiosos, herederos de una larga tradición secular ininterrumpida.
En mi caso nos lideraba el  carismático padre Goicoechea -misionero redentorista- que vivía su particular vocación docente y musical con pasión y gratuidad (No pagábamos un duro por ir al coro). Ensayábamos en el colegio de los Maristas, muy cerca del mío de los Paúles donde por cierto vivía el famoso organista padre Bacaicoa. A pocos metros estaba la escolanía Loyola, capitaneada por el jesuita Pedro Javier Sagües con muchísimos componentes. En Navarra había otros muchos coros infantiles propiamente dichos (no como secciones de otros coros de adultos) que ahora no procede enumerar.
Hoy se cuentan con los dedos de una mano.

Bendita paciencia la de todos aquellos directores, que gratis et amore nos dedicaban horas infinitas. Gary Cooper no hubiera aguantado sólo ante el peligro de decenas de niños de entre 8 a 16 años donde había que poner orden y disciplina. Bien es cierto que eran otros tiempos, y que podías ver volar la batuta de madera a tu lado o incluso el organillo casio vl tone -último grito de la época- si el follón lo requería. Eso sin olvidar que a los niños varones nos iba cambiando la voz para los 12, 13 o con suerte 14 años, pasando a una cuerda más grave en el mejor de los casos pero sufriendo una crisis de gallos infinitos que costaba meses encajar.

Allí estaba quien suscribe, junto a  otros 40 niños (y niñas) dispuestos a ensayar cuatro o cinco días a la semana al salir de clase (incluso algún sábado). ¿Expectativas? Pues cantar, actuar en conciertos, viajar, y en algunos casos la esperanza de ser solista en alguna ocasión. Tengo bastante claro que ser solista no era el objetivo principal ni mucho menos. De hecho la mayoría intuía pronto que nunca lo sería  y a pesar de ello seguía en el “equipo”. Éramos cuatro voces. Podría decir que nos llamábamos tiples, mezzos, contraltos y bajos, pero éramos primera, segunda, tercera y cuarta. La primera indicación que recuerdo era que debía fundirme en mi cuerda sin disonancias ni alardes. La segunda indicación, que si no vas a dar el tono o tienes dudas en entradas mejor cállate hasta estar seguro.

Y pronto descubres que bajo esa aparente homogeneidad, siempre hay un líder, un jefe de cuerda, un veterano, o simplemente alguien que tienes a tu lado a quien seguir y chupar rueda, o más bien acoplarte a su sonido. Cierto es que una vez iniciada la frase musical es relativamente fácil sumarse al carro del sonido existente. Lo difícil es dar la entrada cuando toca y no esperar a que otros acierten (o no). Desde el público suele ser imperceptible tras un silencio cuántos componentes de la cuerda han dado esa primera nota a la que se suman los demás. Quien ha estado en un coro sabe que de cara al exterior eres una sola sintonía sin destacar individualmente aunque por dentro cada uno es un solista.

Y es que a diferencia de otra actividad conjunta de equipo, en un coro solamente  aciertas fundiéndote con los demás y solo te equivocas destacando.

Quizá sea esta paradoja la que hace poco atractiva la disciplina coral en una sociedad donde sólo aceptamos que nuestros niños sean SOLISTAS en todos los aspectos de la vida.

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CLAVES EN OPINIÓN

2 respuestas

  1. Qué mañanas aquellas del sábado en las que ibas al colegio a ensayar y a jugar un rato en el patio. Hoy están todos cerrados, no sea que ocurra algo y denuncien al colegio.

  2. Gracias por traer estas imágenes de recuerdo. Quizá estamos muy centrados en que todos nuestros hijos sean solistas.. y no les preparamos para hacer equipo.

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