¡Falsificaremos como en el 36!

La precampaña electoral de los próximos comicios autonómicos catalanes ha comenzado ya, con vistas al próximo domingo 14 de febrero, Día de San Valentín. Una vez más, el prusés sigue formando parte de la monotemática de la campaña, con una serie de particularidades muy concretas para estos tiempos.

Las opciones del bloque nacional-catalanista concurren por separado (en el caso de Junts per Catalunya, vuelve a señalarse al prófugo Carles Puigdemont como presidente y candidato simbólico mientras que los herederos de Lluís Companys contaron con Oriol Junqueras para el estreno de los actos electorales).

A priori, es difícil descartar demoras de bloqueo en la formación de gobierno, aunque dos escenarios son posibles: nueva unión del bloque catalanista bajo respaldo de investidura de las CUPcoalición de izquierdas compuesta por ERC, PODEMOS y, en segundo lugar, el PSC de Illa.

Contarían en cualquier caso con un fuerte ariete en la oposición, en el que no importa tanto la cantidad como la intensidad dialéctica. VOX, cuyo principal campo de batalla es la defensa de la unidad nacional de España, conseguiría representación parlamentaria en Cataluña.

Eso sí, la intención de este ensayo no es centrarme como tal en el panorama político catalán, sino centrarme en una parte concreta de uno de los discursos de campaña o precampaña que se dieron este fin de semana en Barcelona.

Pedro Sánchez sabe que Donald Trump no perdió

Nuestro co-dictador monclovita Pedro Sánchez optó por viajar al noreste español (obviamente, daremos por hecho que recurrió a su medio de transporte preferido) para apoyar a «su» candidato a la Generalidad de Cataluña, el hasta ayer Ministro de Sanidad y filósofo ilustre Salvador Illa.

Su discurso podría pasar desapercibido pues, no hay nada de interés más allá del clásico y habitual argot político-partidista. Sí, se insistió algo más en el voto por correo, lo cual, ingenuamente, podría tener algo de sentido en la actual situación sanitaria y no tan sanitaria.

Pero no, no pudo pasarse página con facilidad a lo que dijo. Al llamar a la gente a votar por correo (a fin de que «el miedo al contagio por coronavirus» no incrementase la abstención electoral), sacó a colación la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca.

Sí, a supuestas sabiendas de que, en algunos distritos, muchas papeletas se perdieron por el camino, de que en algunos Estados hubo parones absurdos pero misteriosos del recuento y de que hubo algún acta falsificada directa o indirectamente, incluso de la dudosa fiabilidad del software de Dominion.

Todo ello, un cúmulo de irregularidades que permite, a cualquiera que esté dispuesto a indagar en la verdad, cuestionar la integridad del proceso electoral que, en principio, no habría perdido Donald Trump, víctima de un feroz acoso por parte de las hordas revolucionarias, el Deep State y otros aliados.

Recordemos que los españoles no somos advenedizos en la cuestión

En su momento, me atreví a afirmar que, por desgracia, los hispanos estábamos acostumbrados a irregularidades de determinado calado electoral, y no necesariamente por parte de los del llamado «socialismo del siglo XXI» en países como Ecuador, Bolivia y Venezuela.

Uno de los intentos más fuertes para consolidar el estatus de España como Estado satélite de la Unión Soviética (la que tenía su sede en Moscú, no en Bruselas) tuvo lugar a partir de las elecciones generales del año 1936, que «beneficiaron» al llamado Frente Popular.

Pero gracias a historiadores como Álvarez Tardío y Villa García, han salido a la luz unas pruebas determinantes a la hora de determinar la irregularidad de este proceso, tales como desvíos de votossobreescrituras a mano de actas electorales y papeletas que si no estaban abiertas estaban deterioradas o rasgadas.

Es más, tampoco hay que olvidar que también las hordas revolucionarias de nuestros lares desataron el caos y la violencia (no yendo a menos la brutal escalada anticristiana, contemplada en destrucciones de templos y asesinatos de religiosos), llegando incluso a aniquilar a un opositor como Calvo Sotelo.

Facetas del totalitarismo de PSOE-PODEMOS

Insisto en que vivimos en una dictadura posmoderna que no solo destaca en ello por no desviarse de las pautas del estatismo covidiano. Problemas que no son una novedad por cuanto la vinculación estatal ha existido, se han agravado bastante.

Hablamos del intento de consolidar un cuerpo policial que venga a ser una especie de NKVD soviética, las «comisiones de la verdad» en materia informativa, el aumento de la propaganda política de RTVE y la exploración de vías que hagan más quimérica la llamada «separación de poderes».

Eso sí, salvo que reaccionemos como es debido, nadie hará nada. El globalismo y la eurocracia soviética estarán plenamente conformes (del mismo modo que no tienen miedo a que Europa se convierta en un satélite del Partido Comunista Chino).

Con lo cual, ya finalizando, que conste que nada de esto ha de sorprender, sino preocuparnos, porque la invasión de libertades no va a ser menor bajo este ejecutivo social-comunista, mucho más estatalista y revolucionario que sus predecesores. Y como con la Desmemoria, gustan del 36…

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