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La inmigración es un asunto recurrente en el debate político. Los polos del debate oscilan entre quienes postulan la eliminación de todas las vallas y la apertura de todas las fronteras y quienes adoptan una postura xenófoba. Como ambas posturas se retroalimentan, ambas posturas experimentan un apreciable auge en Europa e incluso otras partes del mundo.
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Resulta llamativo que de vez en cuando también, al hilo de este debate recurrente, se publiquen encuestas que no siempre muestran un resultado políticamente correcto.
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¿Hasta qué punto estamos dispuestos a aceptar las decisiones mayoritarias? Si continuamente estamos atribuyendo a determinados conjuntos una especie de derecho absoluto a decidir, incluso la independencia, ¿cómo vamos a negar el derecho a decidir poner o cerrar fronteras? Lo cierto es que a la hora de hablar de inmigración deberíamos quizá hilar más fino, dejando para empezar de hablar de inmigración en general, o que la inmigración es un fenómeno esencialmente malo o esencialmente bueno.
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La inmigración no es ni siempre mala ni siempre buena
Parece bastante obvio que sería absurdo pretender que la inmigración siempre es buena en cualquier circunstancia y en cualquier cantidad. ¿Podríamos absorber en España toda la pobreza del mundo sin rebajar nuestros propios estándares? Es más, ¿es ésa la solución a la pobreza? ¿Que todos los pobres se vayan a vivir a países ricos en vez de solucionar sus problemas en origen? Lo de solucionar los problemas en origen también tiene su ironía, porque hay quien se escandaliza por los niños que llegan a las orillas huyendo de un conflicto, pero luego se niegan a intervenir para resolver ese conflicto, siquiera para intentarlo. Se horroriza si los refugiados mueren en el camino, pero no si los masacran en el origen. Esta gente no quiere ayudar, sino lavarse las manos, primero del conflicto y luego de las consecuencias del conflicto, ser estupendos a tiempo completo.
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Refugiados y naúfragos
De algún modo podría pensarse que cada país es un bote en el océano. Imagínense un naufragio. Imagínense que están en un bote salvavidas. Imagínense que más y más gente intenta subirse al bote salvavidas. Según el pensamiento políticamente correcto, hay que ayudar a subir al bote a todo el mundo. ¿Pero puede un bote salvavidas acoger a un número ilimitado de naúfragos? El resultado del pensamiento políticamente correcto llevado a su límite es que el bote salvavidas, superado su límite de carga, se hunde de modo que muere todo el mundo: todos los que estaban en el agua y todos los que estaban en el bote. El pensamiento políticamente correcto, aplicado a los naufragios, es la peor de las opciones posibles.
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El islamismo como epidemia
Siquiera como provocación, cabe pensar si no resultaría adecuado tratar al islamismo y la amenaza yihadista como una epidemia. Supongamos que en un país se produce un brote de ébola, ¿sería responsable no poner controles a las llegadas de personas específicamente desde ese país? ¿Qué clase de político insensato dejaría entrar a personas infectadas en nuestras grandes ciudades? ¿Cuántos contagios y cuántas muertes podría producir esa irresponsabilidad? Naturalmente no todas las personas procedentes de ese país estarán infectadas, por lo que la cuarentena con ellas sería innecesaria, pero los filtros y las cuarentenas se establecen precisamente porque no se puede saber quién está infectado y quién no y las consecuencias de no poner filtros serían devastadores. Algo así, tal vez, sería aplicable tal vez al problema del islamismo, lo que nos lleva al siguiente punto.
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No todos los inmigrantes son iguales
Del mismo modo que resulta una simpleza pretender que la inmigración siempre, en cualquier circunstancia y en cualquier cantidad es buena, o mala, igual simpleza es no darse cuenta de que no todos los inmigrantes son iguales. ¿Está creciendo o decreciendo la economía del país receptor? ¿Hay demanda de empleo o niveles elevados de paro? Como conjunto, los inmigrantes se pueden subdividir por creencias, valores y cultura. Es obvio que se van a integrar más fácilmente los inmigrantes con valores culturales similares. También es obvio que en la puerta de entrada no tiene sentido tratar igual a un inmigrante que era ingeniero en su país de origen que a uno que era violador o ladrón. Hemos hablado de la puerta de entrada al país asumiendo que hay una puerta de entrada, lo que nos lleva a señalar que todos los partidarios de eliminar las vallas en las fronteras, paradójicamente, suelen tener una puerta cerrada con llave en su casa, lo que constituye una flagrante contradicción.
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Un comentario
Lo primero es que hay que distinguir entre emigrantes económicos y refugiados. Estos últimos son cristianos, yazidíes, kurdos, etc, nunca árabes musulmanes, ya que pueden vivir en losnpaíses limítrofes hasta que se mejore la zona.
Y luego ya distinguir entre los emigrantes, los invasores del ISIS. No es muy lógico que los refugiados sean 72% hombres, 13% mujeres y resto niños. Las cifras de verdaderos refugiados son al revés…