Según informa el diario ABC, los belgas se enfrentan últimamente a un pequeño dilema. Un partido llamado “Islam”, en cuyo programa figura la implantación de la ley islámica, aspira a conseguir un resultado sorprendente en las elecciones municipales belgas. Este partido, de hecho, ya tiene dos concejales en dos barrios de Bruselas con una población musulmana marcadamente mayoritaria: Molenbeek y Anderlecht.
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Uno de estos concejales, Redouane Ahrouch, dijo al promover su candidatura que su propósito era «explicar la ley de Dios y si la gente lo quiere, implementar la Sharia después de un referéndum en 10, 15 o 20 años. Por supuesto, ahora es demasiado pronto. La sociedad no está lista, deberíamos cortar demasiadas manos».
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Este partido, no obstante, va proponiendo cosas como separa a los hombres y las mujeres en los transportes públicos y rechazar la paridad en los primeros lugares de las listas electorales. No parece que para poner al que más destaque al margen de su sexo, sea hombre o mujer, sino para eliminar a las mujeres.
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El debate ahora en Bélgica es si permitir a este partido que pueda presentar la sharía como su programa electoral o si aceptar el principio de que todas las ideas deben estar permitidas en democracia. ABC cita a Pascal Delwit, politólogo en la Universidad Libre de Bruselas (ULB), según el cual en Bélgica “está prohibido calumniar o difamar, pero no lo está hacer propuestas que no estén en línea con la Declaración Universal de los Derechos Humanos u otras convenciones. Se considera que entra dentro de la libertad de expresión, incluso si las declaraciones realizadas pueden considerarse inaceptables para muchos”.
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Según el secretario de Estado de Interior, responsable de inmigración y uno de los políticos más influyentes, el independentista flamenco, Theo Fancken, “en Bélgica no hay una ley que permita prohibir a un partido político por sus ideas, como sí sucede en Alemania con las formaciones fascistas”.
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Todo indica por tanto que Bélgica, en un plazo relativamente breve, puede ver cómo un partido radical islamista se presenta a las elecciones, obtiene un resultado relevante en algunas zonas e incluso puede empezar a condicionar mayorías y pactos.
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Sólo faltaría que los islamistas, emulando a Puigdemont, al que tan amorosamente han acogido los belgas como un refugiado político, empiecen a realizar referendos en los barrios que controlan, saquen las urnas a las calles, recuenten los votos a su manera y declaren unilateralmente la república islámica o la vigencia de la sharía en los lugares donde tengan mayoría.
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Afortunadamente para Bélgica, llegados a ese punto, es improbable que España acogiera al líder islamista como refugiado político para que dirigiera ilegalmente su pequeño califato independiente desde Madrid. Pero sería muy tentador.