Arrancamos un nuevo año y es tiempo de balance y propósitos. Tiempo para reflexionar sobre en qué nos hemos pasado y a qué no hemos llegado. Si tuviera que pedir hoy a los Santos Reyes Magos una cosa para los carlistas creo que les pediría equilibrio. No crean que me he pasado al rollo tibetano, no pienso en el equilibrio cobarde del equidistante, ni en el equilibrio ombliguista de quien huye de los problemas. Pienso más bien en esa figura típica que nosotros siempre hemos denominado como “carlista fino”. El carlista fino es un hombre comprometido, un hombre de acción, que se la juega en el momento decisivo porque sabe cuál es el momento decisivo. Pero, más importante aún: el carlista fino nos enseña cómo es posible andar -sin cortarse- sobre el filo de una cuchilla cada vez más afilada. El grosor de esa cuchilla es a veces el filo que tiene la ortodoxia política hoy y aquí; la cresta que separa un par de herejías antagónicas. Y es para andar sobre ella donde es preciso contar con un gran sentido del equilibrio.

Ojalá que siempre supiéramos andar por el camino de los verdaderos cruzados, identificando el “Deus lo volt” de cada coyuntura, apartando de nosotros tanto el espiritualismo como el voluntarismo. Nuestro lema de “Nada sin Dios” marca un equilibrio radical, nos exige sobrenaturalizarlo todo… mientras trabajamos en los pucheros de la política, los más sucios que uno pueda imaginar. Nos exige también amar como a una madre a la Iglesia sin obsesionarnos por lo que hagan o dejen de hacer los señores obispos. Tarea difícil en ocasiones… pero nada nuevo para cualquier viejo carlistón.

Ojalá que también supiéramos transmitir mejor a nuestros compatriotas ese ideal patriótico que nada tiene que ver con las ideologías nacionalistas, ni con las estatalistas, ni con las identitarias, porque consiste, ni más ni menos, que en atender y culminar el cuarto mandamiento. El querer honrar a los padres es lo que conduce al carlista fino por esa escala de afectos que asciende desde la familia hasta nuestra Hispanidad pasando por el municipio, la comarca, la región y la patria grande. Es lo que nos hace amar con toda el alma las lenguas maternas, las tradiciones antiguas, las hermandades logradas con sangre y sudor a lo largo de una historia compartida. Es lo que nos convierte en enemigos por tanto de las imposiciones, las copias acomplejadas de lo extranjero o las rupturas separatistas de toda clase. Enemigos por igual de la constitución, las autonomías y las tentaciones uniformistas; de los separatistas y de los separadores.

Ojalá, en fin, que siempre supiéramos ver, como el carlista fino, la vida de la sociedad palpitando detrás de cualquier paisaje. Porque es la sociedad, libre, viva y multiforme, y no el estado, no la burocracia, no el boletín oficial lleno de leyes asfixiantes lo que clama por una política justa. Y ojalá anheláramos al mismo tiempo, como el carlista fino, el retorno de un rey legítimo. Rey con su gobierno, y su estado, y mando apartidista. Arbitro de la justicia, defensor implacable de los débiles y motor exigente para el bien común.

Si fuéramos capaces de imitar en todos estos aspectos a nuestros carlistas finos, haríamos brillar al Carlismo como brilla el filo de una espada en alto. Marcaríamos un rumbo seguro para tantos compatriotas que pretendiendo ser fieles a la Iglesia acaban leyendo tonterías de teólogos liberales; queriendo ser buenos españoles se aglutinan en torno a una constitución antiespañola; amando la libertad cristiana se atan de pies y manos a la tiranía de la partitocracia; y soñando con una monarquía benéfica se conforman con unos personajes de telenovela.

Tenemos por delante un año turbulento. Es la cresta de una ola que se ha ido fraguando durante muchas décadas. Mantengamos la calma y, como nuestro equilibrado carlista fino, sepamos discernir las euforias repentinas y las manipulaciones de los movimientos con fundamento. Sospechemos de los convocantes que ahora llaman a rebato, asustados de las consecuencias de una revolución que ellos mismos alimentaron. Trabajemos con paciencia por todo aquello que sea más perdurable, por aquello que sea más estable. Trabajemos, por ejemplo, por la Causa que representa el Carlismo. No podemos garantizar una trayectoria sin curvas pero en la medida que seamos fieles a la Tradición podremos ofrecer un refugio a los españoles que busquen la roca de la España más auténtica. Dos siglos de experiencia nos avalan.

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