Cada 14 de abril la izquierda nos deleita con una sarta de mentiras sobre la Segunda República que sólo puede producir una sonrisa torcida en cualquiera que sepa un poco de historia. Como en lo que se refiere a mentir Pedro Sánchez es un auténtico experto, su intervención ayer en el Congreso reivindicando aquella república fue un auténtico alarde de cómo decir las cosas exactamente al revés de como realmente fueron. El presidente aseguró que hay “tres fechas gracias a la cuales España es un gran país” unidas por “un vínculo indisoluble” y “luminoso”, las cuales son la proclamación de la Segunda República, la aprobación de la Constitución del 78 y la entrada de España en la UE.
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Irónicamente, el luminoso Sánchez no tiene un socio que no quiera reventar el régimen del 78 y reescribir la Transición. Tampoco es que los socios de Sánchez se caractericen particularmente por su europeísmo, por no mencionar que el europeísmo español suele partir en primer lugar de un auténtico complejo de inferioridad, llámese xenofilia o autofobia. Pero todo esto, con ser relevante, es asunto menor. Tan sólo decir que la xenofilia y la autofobia hunden sus raíces en la ignorancia, lo mismo que los ataques de nostalgia por la Segunda República. La ignorancia es el vínculo indisoluble de luz.
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De los 3 hitos remarcados por Pedro Sánchez sin duda el más chirriante es de la Segunda República. Podríamos escribir un texto intolerablemente largo con las miserias de todo el período republicano. Desde luego el voto femenino se consiguió pese a la izquierda y no gracias a ella. El PSOE se dividió porque pensaba que el voto de las mujeres era más conservador que el de los hombres y que si se les dejaba votar eso favorecería a la derecha. De hecho las primeras elecciones con voto femenino, en 1933, efectivamente le dieron la victoria a la derecha. En cualquier caso fue todo un alarde de las convicciones feministas y democráticas de la izquierda el condicionar que las mujeres pudieran votar a que votaran a la izquierda.
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De todo modos, lo más decisivo y llamativo en todo este republicanismo impostado de socialistas y comunistas es que ellos dieron un golpe de estado contra esa república y esa bandera tricolor que ahora tanto ensalzan, con la que tanto se envuelven y de la que se sienten tan nostálgicos. Sánchez declaró ayer que la Segunda República fue un salto hacia adelante en la modernización, el progreso y la igualdad de los españoles, aunque este salto “se vio frustrado por el golpe de estado de 1936”. Hombre, y por el asesinato de Calvo Sotelo, y por el intento de asesinato de Gil Robles, y por la quema de iglesias constante, y por los tiroteos en las calles entre facciones, y por la censura de los periódicos… Pero lo que sobre todo olvida Pedro Sánchez es el golpe de estado contra la república del PSOE, dos años antes de Franco.
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La hemeroteca del PSOE es tumbativa. Los socialistas renegaron de la república en 1933, como grandes demócratas, en cuanto perdieron las primeras elecciones. Decían que había que arriar la bandera tricolor de la república, que representaba un régimen burgués, y que había que sustituirla por la bandera roja de la revolución. Decían que la república era una herramienta de la burguesía, que a través de la democracia era imposible llegar al socialismo y que a lo que ellos aspiraban era a la dictadura del proletariado como en la URSS. La revolución, la dictadura del proletariado y la instauración de un régimen de corte soviético no cuajo sólo porque el golpe de estado que dieron en 1934 para conseguirlo falló.
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Alguien podría pensar que las afirmaciones anteriores son calumnias de la derecha, pero podemos aportar una catarata de portadas de los periódicos oficiales del PSOE (El Socialista y Renovación, el periódico de las juventudes) confirmando absolutamente todo lo dicho. ¿Sabe Pedro Sánchez lo que decía su propio partido acerca de la Segunda República? ¿Le importa? Desde luego tanto da si los socialistas saben o ignoran su propio pasado porque lo fundamental es que lo sepamos nosotros, ya sea para no convertirnos en víctimas de sus mentiras o para no compartir su ignorancia. Y ni una palabra más. Sus propias palabras bastan. Revisen todas las citas con las que hemos ido ilustrando esté escrito y compruébenlo por sí mismos.
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