Antes de nada es preciso recordar que efectivamente estamos a 19 de noviembre del año 2019; pero sí, seguimos hablando de Franco, concretamente del testamento de Franco, como si hubiera muerto ayer.
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Cuando en 1982 Ridley Scott estrenaba Blade Runner, situaba la acción de la película en las calles de Los Angeles, casualmente en noviembre de 2019, hace ahora 37 años. En aquella Los Angeles sólo se veían chinos por la calle, era siempre de noche por la contaminación, llovía constantemente pero era lluvia ácida, el ser humano viajaba por la galaxia, construía robots indistinguibles de los humanos, los coches de la policía volaban… O sea, que el presente no tiene nada que ver con aquello que esperaban los visionarios hace 37 años. De hecho, el presente resulta sospechosamente parecido al pasado. Por supuesto en Los Angeles se sigue viendo el cielo, sigue haciendo sol, los chinos son muchos menos que los latinos y desde luego los coches no vuelan. Hasta el skyline de la ciudad sigue siendo casi igual con los mismos rascacielos. Antes de volver a Franco podemos concluir que el progreso ha sido mucho menor del esperado en aquellas fechas y que el apocalipsis medio ambiental tampoco se ha producido.
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A favor de Ridley Scott hay que decir que aquí murió Franco y algunos se han quedado en pause hasta hoy. En realidad a nadie le importa un pimiento Franco hoy en día, salvo a algunos partidos políticos que, eso sí, pretenden contagiar a toda la sociedad su fijación, de modo que los españoles con las heridas menos cerradas del franquismo y más ansiosos de revancha tienen 19 años. De algún modo vivimos un duelo entre el trauma franquista en que viven instalados los políticos de la izquierda y el dinamismo de la sociedad, en espera de que o el dinamismo de la sociedad obligue a los políticos de la izquierda a superar el franquismo o, por el contrario, los políticos de la izquierda paralicen el dinamismo de la sociedad y detengan el tiempo en 1975. O ya puestos en 1936.
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Dicho todo lo anterior, la herencia de Franco en su testamento ascendió a 28,5 millones de pesetas lo que en euros serían 171.000 euros, que crecerían hasta los 1,9 millones de euros aplicando la inflación acumulada. No es que la herencia valga ahora 1,9 millones, sino que los 28,5 millones de pesetas de entonces equivaldrían a 1,9 millones de euros de ahora. La cifra en definitiva resulta bastante humilde; es decir, hay algún personaje que otro en España cuyo patrimonio ha crecido mucho más y en mucho menos tiempo siendo político en vez de Generalísimo. Otro detalle del testamento es que todo lo relativo a sus restos mortales y lugar de enterramiento lo deja en manos de sus descendientes. O sea, que viene a confirmarse que a Franco le daba igual estar que no estar en el Valle de los Caídos.
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A lo que nos resulta difícil resistirnos es a establecer alguna odiosa comparación, como por ejemplo con la fortuna de la que gozan los hijos de Fidel Castro. Dicen que a los hijos de Franco les ha ido muy bien desde la muerte de su padre, pero a la vista de las cifras debe haber sido multiplicando por méritos propios lo recibido, o por suerte, o por la razón que sea. Caso distinto es el de los hijos de Castro, que se han enriquecido por la herencia de su padre, amasada mediante el expolio, la cual disfrutan fuera de Cuba y fuera del régimen comunista, mientras no obstante siguen predicando la ortodoxia castrista. Eso sí, los que viven bajo esa ortodoxia que aplauden Podemos e IU son los pobres cubanos. Y algo parecido podemos decir de las hijas de Hugo Chávez. Eso de ser comunista es maravilloso, salvo que tengas alguna alternativa. Por eso en los regímenes comunistas nunca puede haber libertad.
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Un comentario
En lugar de hablar de Castro o Chávez, lo propio sería citar a Juan Negrín, que huyó con un botín robado a los españoles, y que le permitió vivir lujosamente exiliado. Se llevó hasta el contenido de ahorros y alhajas depositadas en los Montes de Piedad por gente humilde.