El Ser se puede interpretar de dos formas. En primer lugar, el Ser como misterio, cuya característica es la no objetivación o conceptualización y solamente observable a través de una disposición interior, pues se trata de una percepción transcendental que se adopta en torno al misterio del ser. En segundo lugar, el ser de las cosas (aquello que determina al ente), en tanto que sus propiedades son la objetivación y la observación. Este último, en efecto, se trata de manifestaciones sensibles o fenómenos observables en el ser corpóreo de las cosas en la medida que son. (1). Pero, a diferencia, el Ser como misterio pertenece a un orden distinto, puesto que se funda en el Absoluto como eterno e inmutable y, por lo tanto, nos hallamos ante un misterio no fenoménico que, a su vez, es suprasensible.
Lo que se trasmite a través de la realidad vivida se va desarrollando como cumulo de experiencias existenciales que busca su “camino ontológico”, es decir, su “significado”, abriéndose paso a través de la contingencia y finitud del mundo, ya que, en muchas ocasiones, la realidad pareciera arrastrar una sucesión de acontecimientos fríos y mecánicos. Sin embargo, es necesario que la existencia se alumbre a partir de la búsqueda Ser que trasciende la vida, sobre la impotencia del devenir del tiempo, de la realidad del mundo y sus acontecimientos. Esta percepción se encuentra en la interioridad del hombre como una disposición natural para encontrar significado a cada experiencia vital y a cada circunstancia que debe transitarse necesariamente en la vida.
En este sentido, la impotencia ante el devenir del tiempo y de la realidad contingente del mundo antes mencionada, se puede contrarrestar a través del “peso ontológico” de la vivencia humana; cuyo concepto fue desarrollado por el existencialista francés Gabriel Marcel. En consecuencia, es necesario recuperar la trascendencia a la que estamos llamados y dotar a cada experiencia su significado en virtud de un llamamiento “metafísico”, sobrepasando esa realidad que puede no poseer un significado pleno o claro. Pero que, sin embargo, la interioridad del alma anhela recobrar toda su significancia ontológica a pesar de que en apariencia esa “realidad contingente y ambivalente” vaya en sentido contrario a la “verdad ontológica” que necesitamos hallar. De esta manera, el hombre tendrá la apertura necesaria al Ser que lo conducirá a vivir plenamente mediante el compromiso, la verdad, el amor y la autenticidad.
Esta búsqueda la lleva a cabo el sujeto-existente singular y concreto con la intención de encontrar una verdad que se encarna en la subjetividad, pues, se trata de una búsqueda que es radicalmente personal. En términos de Kierkegaard (1813 – 1855) «Debo encontrar una verdad que sea verdad para mí». Y esta no es otra que una búsqueda particular en torno al Ser, cuyo camino es propiamente individual en miras de comprender nuestra propia existencia y su recorrido a través de los “estadios existenciales” (estético, ético o religioso); además, se suma la pregunta fundamental sobre el Absoluto y aquellas paradojas que chocan con la realidad. A pesar de esto último, la realidad no puede vaciarnos de esa búsqueda perpetua por el Ser Primero que, al mismo tiempo, no se presenta como un problema fenoménico o racional.
Heidegger (1889- 1976) a partir de su famosa “diferencia ontológica” hará una distinción entre ser (Sein) y ente (Seiend). El ente es lo que la cosa es, o sea algo objetivable o tangible. Pero, a diferencia, el ser no puede ser pensado conceptualmente, pues se trata algo indefinido que actúa, precisamente, desde que hay entes o cosas que son (2). De modo que los entes son cosas, que a su vez presupone el Ser, ya que este último determina al ente a la vez que lo trasciende. En este sentido, el existencialista alemán autor del Ser y el Tiempo, pretendió devolverle al Ser su verdadero contenido existencial, que va unido indefectiblemente al hecho transcendental de que el Ser no puede atribuirse la misma objetivación o conceptualización de la gozan los entes. Asimismo, la idea de Ser se adopta como un misterio que supera el mundo objetivable de los entes y, por lo tanto, posee una amplitud que solamente puede buscarse a través de un llamamiento interior que intenta, justamente, acercarse a esa idea del Ser. Esta idea de que el Ser trasciende es lo que pareciera asemejarse a la concepción del Misterio del Ser de Gabriel Marcel.
La metafísica-existencial es un llamamiento tendiente a superar la “impotencialidad” emergente de la estructura misma de la realidad. En otros términos, la metafísica es sinónimo de trascendencia que no debe quedar en un campo abstracto, sino que debe ser vivenciada existencialmente y debe, precisamente, atravesar cada hecho significativo de la vida. Por ese motivo, el ser no puede quedar reducido a la realidad contingente del mundo e incluso llegar a la negación del mismo, puesto que el Ser se fundamenta como primer principio. Y, en efecto, su camino no es otro que integrar a la existencia concreta del individuo con la realidad, haciendo énfasis en aquellos misterios que sobrepasan el entendimiento humano y especulativo, pues la raíz del Ser no es otra que el Absoluto.
De esta forma, los conflictos vitales se superan a través de una puesta en confianza y esperanza en la metafísica, o sea con una visión transformadora a partir del amor y el entendimiento; viviendo, de esta manera, cada experiencia con su profundidad y no la mera superficie de los hechos que la realidad nos muestra. Finalmente ¿Hasta qué punto es necesaria la religión y la filosofía? Ambas, sin duda, se necesitan en miras de buscar y encontrar una respuesta al misterio del ser, de nuestro propio ser y del mundo. Naturalmente, podrá lograrse a partir del recogimiento y la contemplación ante lo incognoscible, es decir, a partir de un llamamiento que se encarna en la propia estructura del ser humano. Pero el Ser, a su vez, es un término que se muestra como algo inagotable e inabarcable. Y el peligro de quedarse solamente con esto último no es otro que el vacío y la desesperación se adueñen de la existencia, donde todo pierde su significancia o, en otros términos, la nada invada ese llamamiento. Por esta razón, el propio peso ontológico de la vida queda, en consecuencia, fragmentado. En definitiva, este camino conduce a una realidad contingente que nos devora, viviendo en una absoluta orfandad existencial sin compromiso alguno. No obstante, mientras la pregunta por el Ser siga latente en nosotros mismos, cada acto humano recobrará su significancia en miras de buscar su camino trascendental.
Bibliografía consultada
(1) Maritain, Jacques, Introducción a la Filosofía, ED. Club de Lecotres, Buenos Aires, 1963, P.159.
(2) Dr. Lozano, Vicente (Universidad de Barcelona), Heidegger y la cuestión del ser. ED. Espíritu: cuadernos del Instituto Filosófico de Balmesiana, Barcelona, 2004, P. 198.