Él, Rafael, no tiene quién le inscriba

Quienes crean que el mito del caudillo populista en Ecuador se ha acabado es porque conocen poco la realidad del país. Aunque la histórica sentencia de 8 años de cárcel y la inhabilitación de su participación en la vida pública del país han dejado momentáneamente a Rafael Correa fuera de combate, es muy cuestionable decir que su vida política se ha acabado.

La sentencia a Correa, su exvicepresidente Glas, algunos ministros de su régimen y empresarios involucrados en la trama de corrupción conocida como Caso Sobornos 2012-2016, originalmente con el título de “Caso Arroz Verde” (por una investigación periodística publicada en portales de investigación), agrega a la sentencia ya ejecutoriada otras implicancias: la pérdida de derechos de ciudadanía por el tiempo que dure la pena de cada uno, el pago de 14.7 millones de dólares como indemnización: 778 mil para cada autor y coautor y 368 mil para cada cómplice, el comiso de bienes inmuebles de todos los sentenciados y las disculpas públicas de todos los involucrados en la Plaza de la Independencia (la plaza mayor de Quito, un símbolo del poder).

Sus recientes intentos por ser candidato a la vicepresidencia (algo que sí lo consiguió Cristina Fernández en Argentina), en binomio con un joven desconocido, llamado Andrés Aráuz (ex funcionario de su gobierno), que fueron obstaculizados por el Consejo Nacional Electoral, con una norma que el mismo Correa instauró en 2012 (la presencia personal del candidato para aceptar su inscripción) y las impugnaciones que sus partidarios han intentado frente a este hecho, sumados ahora a su sentencia condenatoria, han creado cierta idea de que Correa es víctima de persecución política, por impedírsele participar en el proceso electoral de febrero de 2021, hacen que se pueda parafrasear esta definición de García Márquez: “él, Rafael, no tiene quién le inscriba”.

Históricamente, el fenómeno del caudillismo populista no es de data reciente en el Ecuador. Un personaje de la historia ecuatoriana, presidente por cinco ocasiones, dictador en cuatro de ellas y depuesto por asonadas militares en los mismos casos, el doctor José María Velasco Ibarra, fue en su tiempo llamado el “profeta” y gran árbitro de la política ecuatoriana durante el siglo XX.

Pocos personajes en la historia han logrado gobernar, sea por la vía de las urnas o por encargo del poder legítimamente, durante tres o cuatro períodos (Roosevelt en EE. UU. o Perón en Argentina). Hubo uno que llegó al poder seis veces, Joaquín Balaguer en República Dominicana. El ecuatoriano Velasco Ibarra fue uno de esos casos excepcionales. Fue cinco veces presidente porque bastaba que «le den un balcón y él les daba la presidencia».

A través de los años, la figura contradictoria de Velasco hombre, como decía él, «con el corazón a la izquierda», pero nada más, fue apologizado, pero también satanizado, por su confusa ideología, aunque nada se pudo decir sobre su honradez personal (pese a que muchos de los allegados en sus gobiernos amasaron gigantescas fortunas a sus espaldas).

Agustín Cueva, importante pensador ecuatoriano del siglo XX, analizó el fenómeno del populismo teniendo como objeto de estudio a José María Velasco Ibarra, cinco veces presidente del Ecuador. En su artículo “EI velasquismo: ensayo de interpretación”, publicado en el texto “El populismo en el Ecuador”, compilado por Felipe Burbano y Carlos de la Torre Espinoza y basado en el libro “El proceso de dominación política en el Ecuador”, del mismo Cueva.

El velasquismo constituye, a no dudarlo, el fenómeno político más inquietante del Ecuador contemporáneo, Baste recordar que Velasco ha logrado triunfar en cinco elecciones presidenciales y acaudillar un movimiento insurreccional (el del 44), fascinando permanentemente a los sectores populares, pero sin dejar de favorecer desde el gobierno a las clases dominadoras. Sorprende, además, su habilidad para apoyarse en los conservadores y buena parte del clero sin malquistarse con los liberales ni descartar en determinados momentos una alianza de facto con los socialistas y aun los comunistas” (pág. 115). .

Sorprende en este caso ver las semejanzas entre el modo de llegar al poder del cinco veces presidente con las formas de seducción que utilizó Rafael Correa. “Así, Velasco ha conseguido dominar el escenario político ecuatoriano por un lapso que bien podría ser de 4 años: desde 1932 en que apareció por primera vez como personaje público relevante, en el Congreso, hasta 1972, año en que debería concluir su quinta administración” (pág. 115).

Algunos rasgos del caudillismo de Velasco Ibarra: su llegada al poder fue en todos los casos como un ungido por las fuerzas superiores. “Era el único”. Una especie de mesianismo político. Otro rasgo interesante es el de no haber podido gobernar con la Constitución, pues la rompía constantemente y se declaraba dictador (razón por la que fue depuesto en tres ocasiones). También por la creación de un partido político que en esencia era él. Cuando murió Velasco, el “velasquismo” tuvo pocas participaciones electorales en la década de los 80, hasta desaparecer inexorablemente.

Mucha gente decía “que no votaba por él”, pero lo hacía (fue el primer caso de voto de vergüenza, que luego ocurrió con otro caudillo populista, Abdalá Bucaram). Por su apariencia física, Velasco difícilmente hubiese sido presidente en tiempos de la televisión. las redes sociales y el internet. Fue un caudillo de “balcón” y siempre retaba a sus contrincantes a ganarle elecciones (algo que también hizo Correa). La única vez que perdió, denunció fraude.

El “dueño del país”

Velasco es el personaje al que más se puede asimilar a Rafael Correa, el caudillo neo populista ecuatoriano del siglo XXI. En tiempos más recientes se estableció en América Latina una nueva forma de gobiernos autoritarios que consolidaron su mandato mediante sucesivos y repetidos procesos electorales donde el mismo pueblo escogió la permanencia de estos personajes en el poder por largos períodos de tiempo, incluso algunos de ellos modificando la Constitución de sus países para reelegirse infinitamente (como fueron los casos de Hugo Chávez y Maduro en Venezuela, Evo Morales en Bolivia o Daniel Ortega en Nicaragua). Lo intentó, sin éxito, Cristina Fernández en Argentina, aunque hábilmente maniobró en la política de su país para pasar a ser senadora, luego de ser presidenta y, posteriormente, llegar a la vicepresidencia en el actual período de Alberto Fernández (con lo que logró evadir múltiples procesos por corrupción).

Oswaldo Hurtado, en su obra “Las Dictaduras del Siglo XXI” (Paradiso Editores), bosqueja que este tipo de mandatarios, poniendo como ejemplo al expresidente ecuatoriano, lograron consolidar un poder absoluto, refrendado a través de las urnas por los votantes.

Hurtado advierte en su obra que en los últimos 50 años no existió un Presidente ecuatoriano con más poder, y que incluso, ni las dictaduras militares de los 60 y 70 tuvieron tanto control en las demás funciones del Estado como, a su juicio, sucedió en la década de Correa. “No hay memoria histórica de un presidente elegido por el pueblo que se haya comportado de forma tan abusiva”, sostiene el ex mandatario

Una frase de Rafael Correa, pronunciada el 7 de marzo de 2009, en el Coliseo Abel Jiménez Parra de Guayaquil, definió cuál era el papel que el mandatario ecuatoriano se atribuyó desde casi el inicio de su gobierno: “Escúchenme bien. El Presidente de la República no es sólo jefe del Poder Ejecutivo, es jefe de todo el Estado ecuatoriano, y el Estado ecuatoriano es Poder Ejecutivo, Poder Legislativo, Poder Judicial, Poder Electoral, Poder de Transparencia y Control Social, Superintendencias, Procuraduría, Contraloría, todo eso es el Estado ecuatoriano” (Marco Arauz, en Poder vs. Derechos)

Rafael Correa no sabe lo que es una República, ni para qué sirve. Olvida que, desde tiempos de Montesquieu en Francia, tras la revolución francesa, el Estado clásico se divide en tres poderes: legislativo, ejecutivo y judicial. No vamos a comentar sobre los cinco poderes que existen en el Ecuador, añadiendo al “poder electoral” –que se sobreentiende con el tema de la “democracia plebiscitaria”: que obliga a votar cada cierto tiempo a las personas- y un risible “poder ciudadano” (ahora muy cuestionado, buscándose la supresión de este denominado Consejo de Participación Ciudadana y Control Social mediante enmienda constitucional).

Pocas veces, en los análisis políticos efectuados por el autor de este ensayo, se ha encontrado un personaje tan complicado en sus frases y en sus actuaciones, por la sumatoria de contradicciones en las que cayó en un lapso de no más de diez años, desde que hizo su aparición en la escena política, hasta la actualidad.

Casos emblemáticos como el tema de la reelección indefinida, en el que el expresidente y algunos de sus partidarios se empecinaron, las relaciones con su hermano Fabricio (hoy candidato a la presidencia) y su primo Pedro Delgado (que ejerció cargos importantes sin tener títulos académicos y luego huyó a Miami), así como lo que Correa manifestaba hace algunos años sobre los organismos financieros internacionales (a los que expulsó del país) y lo que dijo luego (cuando buscó su ayuda tras la crisis de 2015), demuestran una muy poco sólida consistencia política e ideológica, entendiendo eso como una característica habitual de los caudillos y los líderes populistas, quienes tienen mucha facilidad para cambiar sus formas de pensar y sus hábitos de acción, que van de acuerdo con las encuestas, las circunstancias y las coyunturas momentáneas.

Al igual que García Moreno, Eloy Alfaro, Juan José Flores y José María Velasco Ibarra, la presencia de Rafael Correa en la presidencia del Ecuador nunca podrá pasar inadvertida, precisamente porque con este mandatario se “reinauguró” el viejo estilo de hacer política (el del caudillismo y del populismo) pero sustentado por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) que Correa y su equipo de asesoría manejan con mucha solvencia, corroborando las tesis que manejaba, desde la década de los 90, el pensador italiano Giovanni Sartori en su obra “Homo Videns”, donde se señala que el ser humano contemporáneo está imbricado con la comunicación visual, especialmente, que es la que prevalece, fundamentalmente entre las nuevas generaciones. Es decir, es el “tecno populismo”, del que hablan De la Torre Espinoza y Rodrigo Borja Cevallos, al que nosotros denominamos “tecno roldosismo”.

Es muy decidora una parte de la investigación donde hicimos un seguimiento del apego o desapego del mandatario –de acuerdo con conveniencias y coyunturas- a las tesis del Socialismo del Siglo XXI, a las que se adhiere al inicio de su mandato y que va eliminando hasta el séptimo año y que, súbitamente, vuelven a reaparecer en eventos políticos de grupos progresistas en el tercer semestre de 2014, dejando poca claridad sobre la real ideología del personaje (que pasa de católico progresista, enemigo de las trasnochadas ideas de la teología de la liberación, al socialismo del siglo XXI o del buen vivir, hasta el capitalismo moderno o el capitalismo de Estado…)

Los eslóganes de campaña (por cierto, Correa sigue campaña permanente desde el 15 de enero del 2007, cuando comenzó su prolongado mandato, hasta su actual exilio en Bélgica) se han ido modificando de acuerdo a las coyunturas y las frases que se siguen usando repetidamente y de manera indiscriminada en cualquier escenario (“la prensa corrupta, la triste, oscura y larga noche neoliberal, los sicarios de tinta, los odiadores, los sufridores, los tirapiedras, los mismos de siempre, la restauración conservadora, el pasado, el socialismo del siglo XXI o del buen vivir”), que han sido elementos que se convirtieron en ejes transversales de un discurso y una puesta en escena cargados de emotividad, apelando a la vieja retórica de Aristóteles, en donde era más importante la persuasión que el discurso en sí mismo.

Vale destacar algunas intervenciones, en este trabajo de investigación, de personajes que estuvieron muy ligados al gobierno correísta, que expresaron sus opiniones, que son publicadas en estas páginas, así como de personas que no comparten sus puntos de vista. Incluso, antiguos camaradas y aliados del mandatario que lo analizaron desde una perspectiva mucho más objetiva, si se toma en cuenta su paso por el régimen y por el movimiento político.

Algunas disciplinas como la semiótica y la lingüística no bastan para explicar las afirmaciones y puestas en escena del discurso correísta, que presentan rasgos, no solo de discurso verbal y textual, sino de códigos sociales que se han ido construyendo a lo largo de estos casi diez años de presencia y exposición mediática y no mediática del personaje analizado.

Es importante hacer notar que este trabajo no pretende hacer una crítica per se del personaje, por las simpatías o antipatías personales que podrían existir que, sin embargo, no fueron obstáculo para efectuar un tratamiento objetivo en esta investigación. Para lo otro constan los apologistas y los detractores, que han existido a lo largo de la existencia de esta república y desde tiempos inmemoriales y que han escrito a favor y en contra de aquellos personajes que han dejado huella y que han logrado una trascendencia –para bien o para mal-.

Correa es definido como un caudillo y esto se puede demostrar con evidencias muy claras y, sobre todo, gracias a las opiniones de connotados analistas que lo han ubicado en esa especie de pedestal caudillista que sigue encabezando, todavía, el cinco veces presidente de la República, José María Velasco Ibarra.

Correa es un neopopulista o tecnopopulista, porque su ideología no puede ser determinada por sus acciones de gobierno ni por sus antecedentes de lucha política, ya que su vida estuvo ligada a lo académico –incluyendo viajes de estudio en el exterior- hasta cuando hizo irrupción en la política, hace quince años. No se recuerda de él ningún episodio de salida a las calles (una breve aparición en las protestas contra Lucio Gutiérrez en 2005), prisión o situaciones de amenaza de muerte, por expresar sus ideas, como sí ocurrió en el pasado con personajes como Eloy Alfaro, Gabriel García Moreno, Jaime Roldós, Otto y Carlos Julio Arosemena, Oswaldo Hurtado, Rodrigo Borja y hasta el mismo Velasco Ibarra.

Es un personaje que construyó su lucha, no desde las trincheras de la política partidista a la que decía detestar, sino desde el ejercicio del poder, que es desde donde fue cimentando una imagen de mito, redentor político y refundador del país. Hay evidencias muy claras de una vinculación de Rafael Correa a movimientos políticos que existieron en el país en su temprana juventud (algunos de ellos vinculados a la socialdemocracia, al socialcristianismo y la democracia cristiana), a los que luego atacó con el membrete de “partidocracia”.

Rafael Correa no estuvo en el país cuando ocurrieron los sucesos de 1999, donde el país se sumió en el caos económico durante el gobierno de Jamil Mahuad, que devino en la crisis bancaria, la fuga de capitales y la dolarización, pues estaba estudiando en el exterior. Cierto es, tenía 36 años y no se le podía pedir otra cosa y es bastante poco probable que haya tenido un conocimiento de primera mano de lo que estaba sucediendo en el Ecuador.

Quedan algunas interrogantes sobre algunos episodios de su vida que, quizás, algún panegirista podría comparar con los “años desconocidos de Jesús de Nazaret” en los que el caudillo neo populista no tuvo ninguna participación en la vida nacional, lo que no sería criticable, tomando en cuenta que estaba en el exterior aprovechando becas de estudio que obtuvo, gracias a personajes políticos y académicos a quienes él luego, al devenir en político, despreció (caso del ex presidente Gustavo Noboa Bejarano).

Su ideología es calificada por algunos analistas como muy cercana al roldosismo de Abdalá Bucaram, pero matizada con un perfil tecnócrata (“tecno roldosismo”, lo bauticé en un artículo de diario la Hora), que da una idea de modernidad a la que se suma la construcción de carreteras, hospitales y escuelas, que el país en su momento le agradeció, aunque era su obligación hacerlas y, lo que es peor para los que le antecedieron y no lo hicieron, esto finalmente, habló bien de Correa.

Es un personaje de difícil definición en todos los ámbitos. Así como existe una confusión sobre su doctrina política por sus sinuosidades ideológicas, también existen ciertas dudas sobre sus posturas económicas que, en su gobierno, mutaron de un izquierdismo radical en algunas decisiones, hasta un neo o “sacha” (falso keynesianismo, por John Maynard Keynes, economista inglés) en otras e incluso hay críticos que sostienen que sus últimas acciones políticas desviaron su postura inicial hacia un neoliberalismo camuflado (o neo institucionalismo, de acuerdo con el investigador de izquierda René Báez) e inclusive un capitalismo del siglo XXI o moderno, tras sus lecturas de Thomas Piketty, autor francés.

Un tema en el que existe clara contradicción es en sus definiciones respecto a temas como el aborto, la unión de personas del mismo sexo, los programas de prevención del embarazo adolescente, que dejaron a las claras cierto perfil moralista y muy conservador del exmandatario, inclusive desechando posturas de sus propios asambleístas y de movimientos feministas y de otras minorías, que apoyaron a la revolución ciudadana, casi con frenesí, desde sus comienzos.

El político Correa no tiene aún un techo político. Aunque la sentencia ejecutoriada del 7 de septiembre de 2020 lo inhabilita políticamente, todo nos hace presumir que será un constante árbitro de la vida nacional. Desde su exilio en Bélgica dejó un camino sembrado entre sus militantes, añorando su retorno, volviendo a escribir la historia del “eterno ausente”, que el país ya vivió con Velasco Ibarra. Pero, él, Rafael, por ahora no tiene quién le inscriba.

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