Recuerdo vivamente el acto de campaña electoral del Partido Popular ocurrido en Pamplona ahora hace diecisiete años, en el frontón Labrit. Mariano Rajoy, entonces candidato, había decidido presentar un perfil bajo, negándose a hacer un debate electoral con el presidente de la oposición, José Luis Rodríguez Zapatero. La excusa presentada era que en realidad no sabía con quién tendría que debatir, pues se adivinaba que Zapatero pactaría con nacionalistas y comunistas. Pero todos sabíamos que esa no era la verdadera razón de evitar el debate. Entonces un socialista apellidado Arriola asesoraba al PP: no había que quemarse en ningún cara a cara, porque las elecciones estaban ganadas; era el complejo de ser de derechas. Zapatero, el ahora asesor del Gobierno de Venezuela, ya había mostrado su vil oportunismo en una oposición demagoga a cuenta del Prestige. Rajoy se lo habría podido merendar con el pulpo a la gallega que cuando quería repartía sin pudor. La estrategia acabó favoreciendo, con la manipulación de los atentados del 11 de marzo por parte de la izquierda, a Zapatero, como bien recordamos.
El que aquí firma piensa de sí mismo que o es un agudo analista político o que la gente se deja engañar muy fácilmente: lo que vino después nunca debió extrañarnos. Cuando veía a Mariano Rajoy negarse a debatir con un político que no tenía media torta a su lado, intuí que ese Partido Popular no iba a hacer nada para combatir la progresía ideológica que lleva copándolo todo desde 1982. Y así ha ocurrido.
Cierto es que Aznar tiene su dosis de responsabilidad en esta anestesia de la derecha: no reformó el poder judicial y no limpió las cloacas del estado socialista (razón por la que se utilizaron los atentados del 2004 en contra del PP) y por eso hoy tenemos al cuerpo político etarra legalizado. Dejó parcelas fundamentales sin reformar o reformadas tarde, como la educación. Educación, medios de comunicación, poder judicial politizado: España está en manos de la progresía que, en los últimos años, ya desde Zapatero, es una combinación de izquierda supuestamente moderada con separatistas, comunistas y filoterroristas. Aznar, decíamos, no es ajeno a la omnipresencia progresista. Pero Mariano Rajoy, presidente de España con Mayoría absoluta no movió una sola ficha del ajedrez: ni memoria histórica, ni leyes de igualdad, de agresiones, ni reformas judiciales, ni educativas, ni cerró televisión pública alguna ni defendió el español en Cataluña. Nada de nada. Y se atrevió a decir en una ocasión que total, para qué iba a legislar sobre el aborto si sabía que cuando llegara la oposición al gobierno cambiarían la ley. Qué cachondo el argumento.
Ahora tenemos a Pablo Casado. Casado no apoya una moción de censura contra Pedro Sánchez ni tiene iniciativa alguna contra él, ataca a VOX, saca a Rajoy en sus actos públicos, expulsa a Cayetana Álvarez de Toledo, se apropia de la victoria de Ayuso, la pone zancadillas, acepta a Ángel Gabilondo como defensor del pueblo y calla ante el menoscabo del español por Feijóo en Galicia. Desde el primer momento, aunque se presentara como la oposición de Soraya, Casado tenía ese aire de niño bien del PP que no quiere complicarse la vida pareciendo antipático como Abascal. A veces engola un poco la voz, como si fuera a decir algo muy fuerte, tío. Pero se queda en eso, en el hala tío. El Partido Popular, con Mariano Rajoy y su mayoría absoluta, no derogó ni una sola de las leyes de la agenda progre y soltó a Bolinaga (razón por la que muchos afiliados abandonamos el partido). Ahora Casado habla de que ni VOX va a querer compartir su programa, de lo novedoso y rompedor que va a ser y nos lleva al encanecido Rajoy al púlpito. Quiere aparecer a toda velocidad, fulgurante, bajando la pista de invierno, pero se le ven las pegatinas de Snoopy en los eskís. El votante del PP no sé qué espera de este joven que supo camuflarse en su propio partido en un ministerio vacuo, como es el de comunicación, pero Casado parece más que dispuesto a pactar con el PSOE, como ya va demostrando aceptando magistrados de Podemos. Y su argumento va a ser que el PSOE debe volver al centro izquierda.
En último término, escúcheme bien, amigo lector, con un pacto PP-PSOE todo va a seguir más o menos igual de mal. El PP ha aceptado lo mismo la desintegración de la identidad española en diecisiete comunidades que la agenda 2030. No se atreve a rechistar al gran negocio del cambio climático, no muestra sensibilidad alguna ante el aborto, aplaude las películas progres, acepta como inevitable que los terroristas salgan de la cárcel antes de tiempo, juega a los cromos de los jueces, no tiene un proyecto educativo en pro de la unidad de España ni tiene un mensaje contundente ante chorradas mayúsculas como esa de dar categoría de lengua al «bable» o la «fala», porque Feijoo habla un gallego artificial que si Alfonso X levantara la cabeza le daba con las cantigas en la cabeza. Nadie espere que se afloje la presión fiscal. Nadie espere que se restrinja el gasto público. Nadie espere que se cierre. Nadie espere que hagan por levantar las alfombras de alguno de los escándalos de los últimos meses, desde la gestión desastrosa en la pandemia hasta las implicaciones de la izquierda en el narcogobierno de Venezuela, según va cantando el Pollo «Carvajal». Al igual que en su día el PP no hizo nada porque se ejecutara la sentencia del llamado «antenicidio», ni hizo cumplir las sentencias respecto del uso del español en Cataluña o le faltó tiempo para cumplir la derogación de la doctrina Parot, en un próximo gobierno PP-PSOE España va a seguir la estela socialista.
El PP decidió hace años navegar al vórtice del remolino del centro, levadas las anclas de los principios; sólo un cambio radical desde el seno del partido podría cambiar este rumbo. Tal vez Cayetana esté esperando su turno, quién sabe, pero lo tiene difícil. Los seres humanos tenemos una enorme y sibilina capacidad para engañarnos a nosotros mismos. Casado aparece trajeado, correcto en las formas y, dicen, va a misa los domingos, pero la
realidad de sus actos es que cada día se acerca más al PSOE y se aleja más de VOX.
Recordemos que el PP fue asimilado al nazismo en la última campaña de González con aquellas imágenes de los dóberman; en la moción de censura, Casado consiguió el aplauso de Podemos. ¿De qué se trata esto, de caer bien a la izquierda o de ser valiente? El PP ha decidido esconderse tras los carteles del nadie tolerará las agresiones sexistas. Hagamos un titular para la «Sexta»: España necesita un partido con muchos huevos para quitarlos.