Ayer tuvo lugar un pequeño debate en el Parlamento de Navarra referido a Venezuela. Se presentaron dos mociones una a favor de Maduro y otra a favor de Guaidó. A favor de Maduro votaron Bildu, Podemos e IE. A favor de Guaidó se posicionaron PPN y UPN. Geroa Bai y PSN se pusieron de canto. Ninguna de las dos mociones prosperó por falta de apoyos.
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Para Bildu, Podemos e IE, Maduro es el presidente legítimo que ha ganado las elecciones. La oposición al chavismo protagoniza por tanto un golpe de estado y Maduro merece el apoyo de los demócratas para que sus milicias bolivarianas masacren a los manifestantes.
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Seguramente no merece la pena intentar convencer a nadie de Bildu, Podemos o IU de que está equivocado. Es decir, si alguien cree que Cuba no sólo es una democracia, sino que además es una democracia muy superior en calidad a cualquier otra democracia del mundo, obviamente no le va a parecer que Maduro es un tirano.
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Tampoco será fácil explicar los principios democráticos fundamentales a alguien cuyos lemas han sido “Rodea el Congreso” o “No nos representan”. Eso por no hablar de Laura Pérez y su «madurada» al perder las primarias.
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Qué decir de aquellos otros que concedían más legitimidad democrática a ETA que por supuesto al parlamento español, pero también más que al parlamento vasco o al parlamento navarro. Ya podían decidir estos parlamentos por mayoría que había que hacer una autovía o un tren, por ejemplo, que la izquierda abertzale consideraba a ETA legitimada democráticamente para detener las obras a bombazos. O ya podía haber una mayoría no nacionalista en el Parlamento de Navarra que la izquierda abertzale se consideraba legitimada para pegar tiros en la nuca a todo aquel que no creía que Navarra es una colonia de España, o que Navarra no formaba parte de Euskadi.
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Dicho lo cual, obviamente Maduro no es un representante democrático ni el presidente legítimo de Venezuela.
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Como ya se señalado en anteriores análisis, Maduro queda deslegitimado desde las elecciones a la Asamblea Nacional de Venezuela (el Parlamento de Venezuela) de 2015, en las que la oposición arrasa y, con una participación del 75%, el chavismo sólo obtiene el 32% de los votos frente al 65% de la oposición. Maduro inicialmente reconoce el resultado, pero a continuación le quita todos los poderes al parlamento salido de las urnas y se los concede a una Asamblea Constituyente que él mismo se saca de la manga y en la que los chavistas son mayoría. Ahí se acaba cualquier apariencia de democracia en Venezuela.
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Partiendo del hecho anterior, todo lo que sucede después es una farsa y nada tiene legitimidad democrática. Uno no se carga el parlamento democráticamente elegido para poner otro en el que también tenga mayoría la oposición, o para ceder más tarde la presidencia. Cuando en 2017 Maduro se presenta para ser reelegido en las presidenciales, los principales líderes de la oposición están detenidos y los principales partidos de la oposición inhabilitados por el Supremo venezolano, un tribunal por supuesto bajo el control de Maduro. El Supremo, por ejemplo, inhabilitó a los partidos de la oposición para poder presentarse unidos en coalición, de manera que cada partido de la oposición hubiera debido presentar un candidato diferente por cada una de las formaciones que lo componían en un sistema en el que gana el candidato con más votos, aunque sea con mayoría relativa, sin segunda vuelta. Dividiendo a la oposición Maduro tenía la reelección casi asegurada, más aún con sus principales líderes a su vez inhabilitados o hasta detenidos como ya se ha indicado.
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Pero hay más. Hablamos de un país en el que hay hambre y enormes capas de la población necesitan una cartilla de racionamiento para poder alimentarse, el llamado “Carnet de la Patria”. Pues bien, las personas con un Carnet de la Patria tenían que acudir a las urnas con este carnet para pasar a continuación su código QR por los puntos rojos que el chavismo había instalado frente a los colegios electorales. Así y todo Maduro no consiguió más que una participación del 47% y de ese 47% de votantes sólo el 68% de los votos. Incluso asumiendo que se contaron bien los votos apenas pasó de los 6 millones de votos frente a los casi 8 millones que obtuvo la oposición en 2015 y que respaldan a Guaidó. Desde luego casi nadie ha reconocido ningún resultado electoral en Venezuela desde 2015, salvo Izquierda Unida, Zapatero y los rusos.
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Los comunistas del resto del mundo miran con envidia la manera de tratar a la oposición en Venezuela
Obviamente bajo estas condiciones presentarse a las elecciones no tenía sentido. No lo tuvo en ningún momento. Maduro ya demostró en 2015 que no estaba dispuesto a aceptar un resultado democrático adverso. Como se indicaba uno no se carga un parlamento por mantener el poder para después entregar el poder. Si la oposición se prestaba a presentarse a unas elecciones en las que sólo podía perder, legitimaba la celebración de las elecciones, ya que si no reconocían la derrota les dirían que a qué se presentaban a unas elecciones si no pensaban que eran limpias. Y si no se presentaban, se les acusaría de quejarse de que ganara Maduro en vez de haberse presentado. Obviamente el chavismo, bien asesorado, tuvo la inteligencia de no cerrar el parlamento o dejar de convocar elecciones, sino de ir creando una realidad paralela en la que se mantuviera una cierta apariencia democrática para facilitar siquiera una precaria defensa del régimen a los portavoces comunistas de todo el mundo. Por otro lado, puesto que tanto lo defienden, los portavoces comunistas del resto del mundo seguramente consideran a Venezuela como un modelo de cómo tendrían que vivir quienes se oponen al comunismo también en el resto del mundo.
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