Un año más, ayer se celebró el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. La pregunta sin embargo es qué se celebró exactamente ayer, o el año anterior. ¿En qué se ha convertido el 8M? ¿Qué se reivindica en estos momentos? Para empezar llama la atención agresividad que rodea todas las concentraciones del 8M y las del llamado movimiento feminista en general. Los eslóganes, las caras, los gestos… todo expresa en esas manifestaciones un resentimiento y una violencia apenas contenidos. Lo cual es bastante llamativo porque el feminismo ha ido ganando agresividad conforme la mujer iba alcanzando más y más cotas de igualdad. Es decir, el feminismo es mucho más agresivo ahora que tiene muchas menos razones objetivas para ser agresivo que en el pasado. No hay una relación entre la realidad de la mujer y la violencia del discurso feminista. De hecho hay una relación que casi parece inversa. La agresividad máxima se dará cuando se produzca la igualdad absoluta.
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Volviendo al asunto de cuáles son las reivindicaciones actuales del feminismo, la respuesta equivocada es que la igualdad de oportunidades y derechos. Es decir, nadie con dos dedos de frente está en contra de la igualdad de derechos y de oportunidades de las mujeres. Por tanto no puede ser esa la lucha puesto que sencillamente no hay enemigo. Nadie está frente a eso. No en el mundo real, por lo menos.
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Obviamente hay diferencias y brechas estadísticas entre los hombres y las mujeres. Muchas de ellas naturales. Muchas de ellas derivadas de no de un sistema opresivo sino de un reparto de labores que, al menos hasta hace muy poco, resultaba bastante lógico. Es decir, hasta las últimas décadas casi no ha habido ninguna generación de hombres a la que no le haya tocado ir a la guerra, a vivir a la intemperie a una trinchera, mojados y congelados, enfermos, hambrientos, insomnes, inciertos sobre si el siguiente minuto de su vida sería el último. Mientras tanto, las mujeres se quedaban en los hogares cuidando de los hijos o los mayores. No era el matriarcado opresor, sólo que este reparto de papeles, como el del trabajo físico, parecía más lógico que el inverso.
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La brecha salarial tiene mucho que ver con un escenario que de algún modo es sucesor del anterior. Las mujeres no cobran menos por hacer el mismo trabajo. Cobran menos porque tienen más trabajos parciales y temporales, en parte porque siguen asumiendo mayoritariamente el cuidado de los hijos. Tomando como referencia sólo las mujeres sin hijos, la brecha salarial resulta casi inexistente. Muchas de las feministas que se manifestaban ayer, sin embargo, son fervientes partidarias de que las mujeres sean madres solteras o que no se establezca la custodia compartida como criterio normalizado en las separaciones. Salta a la vista que unas reivindicaciones colisionan con las otras. Salta también a la vista que si las mujeres cobraran menos que los hombres por hacer lo mismo ningún empresario contrataría hombres mientras hubiera mujeres en paro. Es verdad que sigue existiendo un “techo de cristal” en, por ejemplo, un IBEX 35 dirigido por sexagenarios, pero probablemente la clave de ese techo no es ya el género, sino la edad.
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Un feminismo que defienda la igualdad de resultados en vez de la igualdad de oportunidades es incompatible con la libertad. Una cosa es que la mujer que quiera pueda estudiar ingeniería, pero otra muy distinta que tenga que haber un 50% de ingenieras. Es decir, la igualdad consiste en que las mujeres puedan elegir lo que quieren ser, pero si eligen cosas distintas de las que eligen los hombres eso no debe ser problema del gobierno, ni de los hombres, ni del resto de las mujeres. Para conseguir un 50% de ingenieras o un 50% de maestros habría que obligar por la fuerza a una parte de los hombres a ser maestros y a una parte de las mujeres a ser ingenieras. O pedir un 8 a los hombres para ser ingenieros y un 2 a las mujeres. La brecha vendría luego, cuando las turbinas diseñadas por las ingenieras explotaran 10 veces más a menudo que las diseñadas por hombres, por lo que la demanda de ingenieros por parte de las empresas sería muy superior a la de ingenieras, con el consiguiente reflejo en los sueldos.
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Sería un tanto simplista tratar de explicar el comportamiento masculino por la testosterona, pero sin embargo puede resultar una simplificación ilustrativa. Es decir, si inyectáramos testosterona en las mujeres hasta igualar el nivel de los hombres, o si castráramos a los hombres, seguramente igualaríamos la agresividad y otras características de los dos sexos. Pero entonces no tiene sentido tratar de explicar la violencia “de género” sólo en virtud de factores culturales, mucho menos en virtud de una especie de complot cósmico masculino para oprimir a la mujer. Su biología, por otro lado, le hace al hombre tener unos cuantos años menos de esperanza de vida o ser víctima él mismo y en mucho mayor medida que la mujer de la violencia de otros hombres. Un hombre tiene el doble de posibilidades de morir asesinado que una mujer.
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Podría pensarse también que el hombre que mata a una mujer no lo hace por odio a la mujer, sino a su mujer. O sea, los hombres que matan mujeres normalmente no matan desconocidas, ni entran con un arma al Corte Inglés a matar sólo mujeres. Matan a una mujer concreta que es la suya, con la que tienen una relación sentimental tóxica y fracasada. Hoy en día es tabú sugerirlo, pero en realidad quizá era más lógico cuando en vez de violencia de género se hablaba de crimen pasional. No por ello menos crimen ni menos horrible, faltaría más.
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Prefieren reventar el feminismo a que no sea suyo
Finalmente, un año más las concentraciones feministas han sido testigo de los insultos, la intimidación y la expulsión de las mujeres que, como las de Ciudadanos, han acudido a las manifestaciones sin compartir el modelo mezcla de misandria y marxismo del feminismo izquierdista. O del feminismo sin más. Es decir, ya no se puede hablar de un feminismo que reivindica la igualdad de derechos. Por una lado porque, como comenzábamos diciendo, eso ya no lo niega nadie. Por otro lado porque el discurso feminista actual incluye todo un pack ideológico que nada tiene que ver con la igualdad de derechos, sino con abrazar enterito el ideario izquierdista en todos los ámbitos de la vida. La izquierda no quiere al feminismo para otra cosa. Por eso mismo los insultos a las representantes de Ciudadanos y su expulsión de las manifestaciones no es algo que pasa en el 8M, sino que es el 8M. El 8M consiste precisamente en eso. En expulsar de la sociedad, con el pretexto de la defensa del los derechos de las mujeres, a todo el que no piense como la izquierda. En 1934 la izquierda se negaba a conceder a la mujer el derecho al voto por si votaba mayoritariamente a la derecha, y hoy en día vemos que la izquierda sigue sin conceder a la mujer el derecho a no ser izquierdista. En realidad la estrategia de la izquierda es muy sencilla. Sólo el 45% de la sociedad, por decir algo, es izquierdista, pero el 99% de la sociedad quiere que las mujeres tengan los mismos derechos que los hombres, por lo que se trata de identificar la defensa de los derechos de la mujer con la izquierda, para saltar la barrera del 45% tomando una bandera que defiende el 99%. Tampoco tendría sentido que la izquierda estuviera empeñada en adoctrinar a los niños en el feminismo si pudiera haber un feminismo que no fuera de izquierdas. Cuestión aparte es que cuando gobierna la izquierda el tiempo suficiente a todo el mundo le va peor a todos los niveles, sea hombre o mujer o niño.
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