El nivel de crítica que debe aceptar la izquierda debe ser, como mínimo, el que tuvo que soportar la derecha

Si alguien sabe lo que significa sufrir una campaña de acoso esa es Yolanda Barcina. Obviamente no sólo Yolanda Barcina, pero es un caso bastante claro por lo notable de la doble vara de medir y porque todavía sigue fresco en la memoria. Lourdes Goicoechea tampoco iría muy a la zaga en esta comparativa.

Como todo el mundo sabe, Barcina padeció una campaña brutal por las dietas cobradas de la CAN poco antes de su colapso. Fuimos los primeros en criticar aquellas dietas, por lo que tenemos cierta legitimidad para hablar sobre ello, pero lo cierto es que la Justicia archivó por completo la causa contra Barcina. El cobro de las dietas, que por otro lado Barcina devolvió, era totalmente antiestético pero no ilegal. Como la captación de fondos de Begoña Gómez, podríamos decir. En realidad, por lo que se refiere a Begoña Gómez todavía no podemos decir de sus actividades de captación de fondos que seguro que sean legales. Que son anti-éticas y anti-estéticas no es sin embargo dudoso. No es normal que la mujer del presidente del gobierno se dedique a captar para terceros fondos del gobierno, no digamos cuando se trate de empresas, personas u organismos con los que además la mujer del presidente tiene una relación interesada.

Se reprocha que el denunciante ante la Justicia del caso Begoña haya sido Manos Limpias, pero en el caso de Barcina la denunciante fue Kontuz, una plataforma afín al mundillo de la izquierda abertzale. No hubo ni una denuncia de Kontuz que llegara a buen puerto en los tribunales. Tampoco nadie que defendiera la invalidez de las denuncias sólo porque la denunciante fuera Kontuz.

Sin duda Yolanda Barcina tuvo un beneficio directo por el cobro de las dietas, pero también cabe pensar que lo pueda tener Begoña Gómez por sus cartas de recomendación, particularmente aquellas en las que busca captar fondos para empresas u entidades para las que a su vez trabaja o con las que tiene relación. Lo que desde luego está claro es que el nivel de presión mediática y política que tuvo que sufrir Yolanda Barcina no tiene nada que ver con el que está sufriendo Begoña Gómez. Es cierto que la comparación más precisa quizá sería entre el acoso a Yolanda Barcina y el acoso a María Chivite, la cual por supuesto practica el más puro seguidismo de Sánchez tanto en victimizarse como en considerar intolerable el nivel de crítica y bulos que dice que tiene que soportar. No deja de tener su gracia sin embargo oír hablar de bulos y mentiras a políticos que antes de las elecciones dicen que no habrá amnistía, o que no pactarán con Bildu, o que no entregarán a Bildu la alcaldía de Pamplona. Es contra las mentiras de los políticos contra las que a lo mejor necesitaríamos un nuevo marco legislativo, no contra las publicaciones de los medios.

Desde luego Barcina estuvo permanentemente amenazada por ETA, situación que por suerte no tienen que padecer Pedro Sánchez, ni su mujer, ni María Chivite, entre otras cosas porque ahora gobiernan de la mano de los filoetarras. De lo que Barcina no se libró fue de que le estamparan una tarta en la cara. No de que le lanzaran una tarta, sino que se la estamparan. Cuando después muchos de los que ahora son socios de Chivite y sustentadores de su gobierno grabaron un vídeo de apoyo a los “tartalaris”, buen cuidado tuvieron de lanzarse la tarta en la cara con suavidad. Por otro lado un tartazo consentido como el de los vídeos es como un pico consentido, el problema es que el tartazo a Barcina ni fue suave ni fue consentido. Lo que fue es aplaudido. Y todos los que aplaudieron el tartazo están hoy con Chivite indignados por la presión que tienen que soportar Sánchez o Chivite.

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Barcina también tuvo que aguantar que la desearan una bofetada y que la llamaron “fulana” y “la puta más cara” en una canción que Bildu usó hasta como parte de su campaña electoral en Pamplona. Ahora no se tolera llamar “zorra” a Chivite, lo cual está muy bien, pero Chivite gobierna de la mano de los que jaleaban a la Chula Potra llamando fulana y puta a Barcina. Eso no era por lo visto machista. Los que aplaudieron aquello eran clones de los actuales socios de Chivite.

Cuando gobernaba Barcina, a nadie se le ocurrió tratar de acallar los reproches porque fuera una mujer, tildando de “machista” a cualquiera que la criticara. Ahora en cambio no es fácil criticar a nadie del gobierno sin que se use como escudo la palabrita.

Existen por tanto, en esto también, dos claras varas de medir. Hay un nivel de criticas y de presión contra la derecha y otro contra la izquierda. Hay unas líneas rojas cuando se critica a la derecha y otras distintas cuando se critica a la izquierda. En realidad, ¿hay líneas rojas cuando se critica a la derecha? El problema peor sin embargo no es la doble vara de medir o la hipocresía, sino que ya directamente pasemos a un código penal distinto para el gobierno y sus socios que para el resto, o que sólo se pueda publicar o emitir lo que le parece bien y verdad al gobierno. ¿Cuál es el nivel de presión que tiene que aceptar el gobierno? Como poco el mismo que aceptaba el gobierno anterior cuando eran los actuales partidos que mandan los que estaban en la oposición. ¿Cuál es el nivel de control de los medios o los jueces que tiene que establecer el gobierno? El mismo que le parecería aceptable cuando estaba en la oposición.

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