Hay que distinguir la realidad física de la realidad virtual. Del mismo modo, uno ha de entender que la ficción de los videojuegos y determinadas producciones cinematográficas no tiene nada que ver con lo que nuestros ojos perciben fuera de las pantallas de los dispositivos electrónicos.
No obstante, hay quienes, directa, indirecta, sutil o explícitamente demuestran ser incapaces de discernir en condiciones. En este caso no está haciendo uno referencia a la creencia en las hadas o en la posibilidad de nadar. Tampoco se trata de cuadros de psicosis, esquizofrenia u otra alteración de la realidad.
Hablamos de niños que en sus ratos de ocio (tales como la hora de recreo en las escuelas o sus momentos sociales en los parques), de manera inconsciente, tratan de imitar un juego cuyas consecuencias son tan funestas que les ponen en alto riesgo de mortalidad.
Todo este revuelo lo trae «El juego del Calamar»
El problema a abordar en este artículo no ha sido una consecuencia de la crisis sanitaria y no tan sanitaria ocasionada por el coronavirus codificado como COVID-19. Se está desarrollando en los momentos de «mayor relajación estatalista» de directrices sanitarias.
A mediados del pasado mes de septiembre, la multinacional cinematográfica Netflix estrenó una serie de narrativa surcoreana denominada El Juego del Calamar, que escenifica cómo centenares de personas tratan de ganar alrededor de treinta y tres millones de euros.
Para ello participan en un juego en el que se trazan varias formas geométricas que simulan, en su conjunto, la forma y silueta de un téutido. Si tras seguir las instrucciones, no consiguen superar los desafíos establecidos, es probable que acabes siendo asesinado en el mismo entorno de juego.
¿Demasiada exageración alarmista?
Varios profesores europeos han dado la voz de alarma. Están siendo conscientes, con razón, de la problemática. De hecho, concretamente, están alertando de que no pocos niños simulan las escenas de la serie simulando estar muertos y provocando peleas (esto puede devenir en bullying).
En general, se han enviado cartas a los padres y otros guardadores legales de los alumnos para que les prohíban visualizar una serie que en teoría no está recomendada a menores de dieciséis años. Pero la situación ha ido más allá.
Por ejemplo, en un colegio de la urbe matritense de San Sebastián de los Reyes, la dirección educativa ha prohibido el uso de disfraces de esta serie, lo cual habrían estado esperando ante festividades paganas y ajenas a nuestra tradición como Halloween.
Asimismo, las advertencias han llegado a ser emitidas por cuerpos policiales, como es el caso de la Guardia Civil de Albacete. Desde el Instituto Armado apuntan que la serie no es recomendable para alumnos en edad escolar.
Igual no son los padres los únicos culpables
Obviamente, sin entrar en un escepticismo hacia la participación de los niños en la digitalización de la sociedad, son los padres quienes tienen la responsabilidad de educar a sus hijos conforme al Bien, la Verdad, el respeto y otras virtudes.
De hecho, existen tanto opciones en los proveedores de banda ancha como aplicaciones de software concretas que permiten a estos restringir los contenidos virtuales que sus hijos deben visionar o no. Aunque no pasa nada tampoco por ayudar a discernir sobre los mismos.
Pero quiero abordar algo que va más allá de las ententes que pudieran formarse entre padres y profesores. No me referiré al personal sanitario y psicosocial. Más bien quisiera entrar en el fondo práctico de corporaciones como Netflix.
Normalmente, estas compañías están involucradas en las mal llamadas «causas sociales» de la progresía. Ya saben, bajo eufemismos emocionales, apuestan por el exterminio abortista, por el totalitarismo de género, por el disfraz ecofriendly del socialismo, por la pedofilia y la zoofilia…
«Libertad», «tolerancia», «derecho a decidir» y «respeto» son los términos que suelen utilizar en su estrategia manipuladora. En cambio, no se pronuncian tanto sobre problemas menos ideológicos como el acoso escolar, los hábitos alimentarios no saludables y otras tendencias negativas.
Con lo cual, dentro de los ejercicios de democracia económica misesiana, tampoco estaría mal pedir una reconsideración social a estas empresas cinematográficas, del mismo modo que se les debe reprender por su compromiso con la ingeniería social revolucionaria.