El Frente Popular del 2020 no es un accidente casual

Con altísima (por no decir toda) probabilidad, mañana martes, día 7 de enero, España podrá volver a tener un «gobierno operativo». Pedro Sánchez dejará de ser «presidente en funciones» y tendrá un gabinete compartido tanto con compañeros de partido como con sus socios de gobierno (hablamos del primer gobierno nacional de coalición en España) de cierta filial ayatolá-bolivariana.

Pablo Iglesias será vicepresidente, y ya se han acordado medidas concretas y esperables tanto con PODEMOS como con otros operandos clave para el éxito de la investidura, tales como la formación nacional-catalanista e izquierdista a la que perteneció Lluís Companys (otro genocida con todas las letras), el brazo político de la banda terrorista ETA y los ya conocidos como «recogenueces».

A la vista de lo que se avecina, es lógico que haya una considerable preocupación (de hecho, haberla hayla, aunque no todos sean conscientes mientras que, por el otro lado, haya disenso en cuanto a líneas de acción y de diagnóstico en cierto modo) que sin ninguna duda comparto. Ni la sociedad ni la economía, así como tampoco la patria en general, pueden esperar nada bueno de este ejecutivo.

De todos modos, más a modo de reflexión moral y desarrollo de perspectiva estrictamente personal (pero dicha con pleno convencimiento de razón) que de disertación analítica de distintos tipos de datos no necesariamente económicos e historicistas, procederé a realizar, a lo largo de las siguientes líneas, una especie de disertación.

Consumación no es sinónimo de accidente

Por mucho que se pueda hablar acerca de los errores de la ley electoral, de los no aciertos de la oposición parlamentaria o de la usurpación legal pero ilegítima del poder (esto último, en junio de 2018), conviene no desorientarse y ser consciente de que nada de esto se ha debido a meras puntualidades que nos permitirían hablar de situación resultante de accidentalidad.

En pocas palabras, podemos decir que «no era de extrañar que esto acabara pasando» (lo mismo se da en otras muchas circunstancias de la vida cotidiana) pero, ¿por qué? Comenzando con la exposición textual de la respuesta, conviene indicar que se dan factores tanto sociológicos (más allá de la cuestión del depósito de papeleta en una urna, con cierta periodicidad) como jurídico-políticos.

Una hegemonía izquierdista consolidada en varios aspectos, por varias vías

En cuanto a la cuestión sociológica, conviene señalar que, por lo general, existe una mayoría de ciudadanos españoles que siente la necesidad de que el Estado les garantice la llamada «falsa seguridad», alejándose de nociones de responsabilidad (tampoco nos hemos escapado a la crisis de valores y negación de fe y tradición cristiana que asola a Occidente, salvo excepciones).

De hecho, la «derecha sociológica española» ha sido, por lo general, bastante esnobista y acomplejada, con cierta pero absurda necesidad de procurar pedir perdón a la izquierda por existir (por otro lado, cabe indicar que ciertas facciones de la izquierda más moderada no han sido consideradas sino como derecha moderada o light).

Por otro lado, en relación a la cuestión jurídico-política, conviene puntualizar que la Constitución del 78″ (un artificio iuspositivista en toda regla) no solo sirvió para sentar las bases de un régimen partitocrático articulado en el consenso progre-socialdemócrata (con ciertas externalidades del nacionalismo periférico), sino para avalar la contra-natura expansión del Estado.

De hecho, hay quienes han cometido no ya el error de combinar el Estado y Nación en su manera de entender y defender la Hispanidad, sino de asimilar, no necesariamente bajo la más estricta perspectiva filosófico-política habermasiana, que «consagrar» el texto jurídico constitucional que entró en vigor pocos años después del fallecimiento de Francisco Franco es parte del ejercicio patriótico.

Obsesionarse con el consenso y la concordia equivale a apretar más la horca

Hay quienes piensan que «se ha perdido el espíritu de la Transición» (incluso llegan a preguntarse por el antiguo «socialismo constitucional», término que se ha escuchado últimamente, de vez en cuando). Empero, sin negar bajo ningún concepto la totalmente cierta deriva de radicalización del PSOE (realmente, un retorno a sus orígenes fundacionales), conviene hacer alguna que otra puntualización.

Incierto no es que pueda haber algún socialista (o, simplemente, votante tradicionalmente obrero) que no vea motivos para cuestionar la integridad y la unidad de España. Puede haber, por lo tanto, alguna preocupación compartida ante lo que está ocurriendo en regiones como Cataluña, Navarra y las Provincias Vascongadas.

Pero en realidad, que el PSOE sucumba ante peticiones de formaciones como ERC, CUP, Bildu y PNV no es sino un compromiso que no solo se limita a su antiespañol ADN, sino al indiscutible propósito de la izquierda en general: erosión de la Hispanidad, no solo por facetas tradicionales, sino por su indiscutible Catolicidad. Por lo mismo soñaba la masonería con destruir la Corona Hispánica.

Esto lo puntualizo además pues no hay que distraerse con la ignonimia del consenso que nos ha traído a donde nos ha traído. No es sectáreo sino cuestión de aproximación a la verdad el hecho de afirmar que la izquierda, en cualquiera de sus modalidades, es un problema que hay que combatir en toda regla.

Conviene librar una batalla contra el estatismo, que vaya pareja a una defensa sin complejos de la dignidad humana y una buena reivindicación de la tradición católica hispana. Seamos conscientes de que estamos ante la cuarta fase revolucionaria. Y si hace falta una unidad, esta ha de implicar a conservadores, libertarios de derecha y tradicionalistas.

A su vez, puestos a poner ejemplos, tengamos presente tanto la incansable resistencia de la mayoría social polaca (combinación de profunda fe y de aguerrida acción) como la fertilidad de un movimiento cristiano y conservador en Brasil que ha permitido el éxito político de un líder no nacionalista sino antiestatista y conservador-libertario como Jair Bolsonaro.

Así pues, ya concluyendo, creo que hay que tener claro que hemos llegado a una consumación de la expansión del Estado (con garantía normativa y consentimiento sociológico), viéndose la Hispanidad católica como un escollo. Dicho sea que, ante esto, conviene librar una contrarrevolución, sin complejos, sin juegos de consenso son los revolucionarios de modalidades cualesquiera.

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