El feminismo excluyente del 8M

El 8M se ha convertido, de la mano de la extrema izquierda, en un espectáculo escasamente atractivo e interesante. El 8M de ayer, de hecho, vino marcado por dos consecuencias lógicas de su forma de proceder y ser entendido en los últimos tiempos. Para empezar, al hablar del 8M de este año resulta imposible no hacer referencia a la bomba vírica que supuso la celebración del 8M del año pasado. El 8M ha pasado de ser el Día de la Mujer a ser el Día de la Plaga. No es que el feminismo radical estuviera lo bastante chiflado como para haber celebrado el 8M el año pasado, es que estaban dispuestas a celebrarlo como si tal cosa incluso este año. De hecho algunas celebraciones de ayer fuera de Madrid se celebraron como si no hubiera pandemia. O como si los sacrificios y restricciones que llevan soportando un año todos los españoles no fueran con las feministas radicales.

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Más allá del lastre insoportable del año pasado, el otro elemento característico del 8M es la división. La cantidad de personas y colectivos a los que ya no representa el 8M resulta abrumadora. Ya en los años anteriores las exclusiones empezaban en muchos casos hacia los hombres, a los que se excluía de las convocatorias. Podríamos hablar de convocatorias segregacionistas, como le gusta hablar a la izquierda. Pero además se excluía a todas las mujeres que no eran de izquierdas. A las representantes del PP o Ciudadanos se les expulsaba físicamente de las concentraciones.

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La política de sectarismo y exclusión no ha hecho sino ahondarse en los últimos tiempos. Ayer, por ejemplo, resultó notorio el enfrentamiento entre las propias feministas, por un lado, y colectivos feministas y transexuales por otro, en base a cuestiones como las teorías queer. O pensamos que la identidad de género es una mera construcción social, inventada artificialmente con fines opresores, o pensamos que existe una identidad natural al margen de las construcciones sociales por la que se puede hablar de personas que nacen con un cuerpo equivocado, que se sienten hombres o mujeres precisamente frente a toda la educación y las presiones sociales que habrían recibido. Si ser mujer es una construcción cultural, por otro lado, cualquiera puede ser mujer y ser mujer es no ser nada, el feminismo acaba con la mujer. Como todo al mismo tiempo no puede ser, el conflicto resulta inevitable. Más aún cuando el Ministerio de Igualdad pretende promover medidas tan controvertidas, incluso entre las propias feministas (no digamos entre la población general), como  cirugías irreversibles y terapias hormonales para menores.

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Otras cuestiones que dividen a las feministas son la prostitución, la pornografía o los vientres de alquiler. Para muchas feministas se trata de cuestiones absolutamente rechazables. Por otro lado, se han tropezado a la hora de intentar abrir el debate con los modos impositivos y estalinistas de los señores de Galapagar, lo que ha ahondado la división. Ayer las redes sociales eran un auténtico hervidero reflejando esta división. El manifiesto contra el 8M de ayer incluye, además de feministas de otros ámbitos, la rúbrica de 1.700 cargos, militantes e inscritas de la formación morada e Izquierda Unida, lo que una idea de la gravedad de la división.

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Por supuesto también está la enorme masa compuesta por todas las mujeres que no se sienten representadas por la idea del feminismo secuestrado por la izquierda. Todas las mujeres provida. Todas las mujeres creyentes. Todas las mujeres libertarias. Todas las mujeres que no creen en el marxismo. Todas las mujeres que no se sienten en guerra con los hombres.

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Por si fuera poco, a fin de cuentas el feminismo trata de crear un conflicto frente al que no hay enemigo. O sea, no hay nadie, más allá de algún chalado, que crea que las mujeres son inferiores a los hombres, o que defienda que tengan menos derechos. Otra cosa es que las mujeres y los hombres, siempre que tengan libertad para elegir, no elijan exactamente las mismas cosas, o con los mismos criterios y preferencias. ¿Pero cuál es el problema si colectivamente a veces eligen cosas distintas siempre que individualmente elijan con libertad? De hecho este es el problema del feminismo marxista. Sólo está dispuesto a reconocer a las mujeres la libertad de que piensen y actúen como el feminismo marxista quiere que piensen y actúen. El tipo de igualdad que quiere el feminismo del 8M no es que los hombres y las mujeres puedan decidir con igual libertad, y allá cada cual con lo que decida, sino establecer una igualdad a costa de la libertad. Realmente no quieren libertad sino uniformidad. Claro, la libertad y la uniformidad son dos ideas que nunca terminan de casar. Como si una tiranía, pero igual para todos, fuera una idea atractiva. Normal que el feminismo del 8M, incluso entre sus propias filas, cada vez genere más rechazo, más crispación y más división.

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