Ustedes recordarán que cuando fue detenido Txeroki, penúltimo jefe militar de la banda terrorista, fue hallado en su posesión hachís suficiente para liarse 500 porros.
La semana pasada, ETA se quejaba de la misteriosa e inexplicable desaparición de uno de sus militantes. Casualmente, el desaparecido llevaba un maletín con la recaudación de la banda. Ambos, etarra y maletín, continúan desaparecidos. Dice la banda que se trataba de un etarra enfermo, como si no lo fueran todos.
El último episodio acaba de escribirlo Iker Esparza Ortega. Su conducción errática llamó la atención de la Gendarmería en una localidad cercana a París, dando lugar a una persecución que concluyó con la detención del etarra. Fuentes judiciales francesas habrían asegurado que el etarra se encontraba en un “estado de impregnación alcohólica muy avanzada”.
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El perfil de los últimos militantes de esta organización muestra que el sentido de esta banda no es ningún difuso conflicto político, sino el conflicto psicológico de los perdedores radicales que la componen, cada vez más evidente. Lamentablemente, eso no los hace menos peligrosos.