Justo hace ahora 84 años, siendo todavía 1932, tuvieron lugar en Pamplona unos sucesos que reflejan bien el ambiente real que se vivía en España en aquella época, no el que algunos ahora nos quieren maquillar. Es bueno por tanto que no se pierda la memoria real, contada por sus propios protagonistas, por esa otra impostada con la que ahora se pretende reescribir la realidad, que no significa nada, que sólo pretende ganar votos y generar odios en el presente y que, además, no sirve para entender cómo es posible que llegara a desencadenarse la Guerra Civil de 1936.
Lo que van a leer a continuación es el relato de la quema de la Casa Baleztena en Pamplona, tal como lo escribió una de las protagonistas del suceso y como puede leerse en el blog premindeiruna.blogspot.com.es/. Algunos párrafos han sido eliminados para abreviar la narración.
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Recuerdos de un día trágico. Antecedentes
El domingo 17 de Abril de 1932 a las 22:00 horas, en la calle de Doña Blanca de Navarra, actual Mercaderes, un grupo de elementos izquierdistas blasfemó al paso de un sacerdote, tratando de agredirle, teniendo que ser defendido por varios transeúntes. A raíz de este hecho se produjeron enfrentamientos entre jóvenes tradicionalistas y socialistas, produciéndose insultos y golpes cruzados entre ambos grupos. Los tradicionalistas se dirigieron a refugiarse al Círculo Tradicionalista de la Plaza del Castillo, perseguidos por grupos de izquierdistas radicales, que desde la esquina del Hotel de la Perla trataron de asaltar el Círculo, mientras unos cuantos socios del mismo lo trataban de evitar desde la puerta.
Entonces, desde las proximidades del bar Torino, debajo de los porches, sonaron varios disparos, resultando muerto un joven tradicionalista, José Luis Pérez, y varios heridos, uno muy grave que falleció en la Casa de Socorro, el joven socialista Saturnino Bandrés.
Cuando los muertos y heridos en la Plaza del Castillo eran trasladados a la Casa de Socorro, ante cuya puerta se había congregado mucha gente, sonaron nuevos disparos a consecuencia de los cuales resultó herido gravemente Aurelio Guindo, de 30 años.
Detenciones y clausura del círculo tradicionalista
A raíz de todo esto, la policía entró en el Círculo Tradicionalista para proceder a la detención de cuantos en él se encontraban y de dos socios que se hallaban en el piso superior. El local fue registrado y todos ellos cacheados. La Guardia Civil y la de Seguridad tuvo que realizar varias cargas para desalojar la Plaza del Castillo y evitar los nuevos intentos de asalto al Círculo.
De madrugada se produjo el registro de la redacción y talleres de “El Pensamiento Navarro” (periódico tradicionalista). También esa madrugada se produjeron varios registros de casas de carlistas, sin encontrar ningún indicio respecto a los causantes del tiroteo, ni en el círculo, ni en el periódico, ni en los domicilios particulares. Contrariamente, no hubo detenciones ni registros entre los izquierdistas. Esta doble vara de medir seguramente se irá clarando conforme se vaya conociendo la forma de actuar del delegado del gobierno según avance el relato.
Huelga general
A las cinco de la madrugada, los representantes de la Federación de Sociedades Obreras afectas a la Unión General de Trabajadores (UGT) convocaron una huelga general de 24 horas a partir de ese momento. Pese a ser ilegal, la huelga no fue evitada por el gobernador civil. Por el contrario, la policía encargada de vigilar el precintado Círculo Tradicionalista se retiró dejándolo abandonado.
Asalto al círculo
En la mañana del lunes 19, un grupo de izquierdistas asaltó el local subiendo por los balcones, saqueando el interior, llevándose el dinero de la caja del conserje y lanzando por la ventana un cuadro de D. Jaime III y del Papa Pío X que fueron quemados en una hoguera en la Plaza del Castillo. Finalmente, la fuerza pública acudió al lugar después de repetidas llamadas hechas a la comisaría por vecinos alertando del hecho, sin efectuar detenciones.
Los anteriores sucesos nos sitúan en el contexto en el cual se iba a producir la quema de la Casa Baleztena. El relato queda a partir de ahora en manos de una de las protagonistas de lo sucedido, Dolores Baleztena.
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La tía Lola escribe en su “Diario de una Margarita”
En Pamplona vivíamos tranquilos. “La casa Baleztena”, como todo el mundo la llamaba, gozaba de afecto, respeto y simpatía. Dejo modestia aparte para decir la verdad.
Nuestros padres, con su caridad, la sencillez de su trato y esa amabilidad tan suya, que se extendía para todos, habían afianzado sólidamente el prestigio de la casa.
Pero la envidia de unos cuantos quería acabar con ella, y aprovechando un desgraciado encuentro habido entre carlistas y socialistas, de los que se registraban tantos en España en estos desgraciados tiempos, tomaron pie de ello gentes sin honor y sin conciencia.
Hicieron correr las más enormes calumnias sobre el buenísimo Joaquín: dijeron que pagaba pistoleros para matar a la gente del pueblo, que él mismo empuñó su pistola (nunca la tuvo) contra un desgraciado que era conducido a la Casa de Socorro, durante aquella noche de revueltas; que excitaba a la rebelión.
Y hay que decir, que mientras en la Plaza del Castillo ocurrían los sucesos que tales consecuencias acarrearon, nosotros, ignorantes de todo, rezábamos el Rosario en familia.
Y ese pobre pueblo, ese pueblo ignorante y sin voluntad, eternamente engañado, que grita: “Hosanna” el Domingo de Ramos, y “Crucifige” el Viernes Santo, y que ha servido en todas las épocas de instrumento de ambiciosos, ese pueblo que nos conocía, creyó sin embargo lo que los calumniadores propagaban, y de él se sirvieron, una vez más, para satisfacer sus pasiones aquellos desalmados.
Con la conciencia bien ajena a lo que contra nosotros se fraguaba, dormimos tranquilos la noche del domingo, y a la mañana siguiente, 18 de abril, la huelga general estaba declarada en Pamplona. “Huelga sentimental”, como la denominó el gobernador Andrés, que se pasó por alto lo ilegal de tal huelga declarada sin previo aviso.
Hojas revolucionarias se repartían profusamente acusando a los Jaimistas de la muerte de dos jóvenes que fallecieron la noche anterior, socialista, el uno, de los nuestros, el otro.
Las turbas dominaron las calles, saquearon el círculo Jaimista, clausurado de antemano por la autoridad gubernativa, que dejó romper los sellos y retiró la fuerza que lo custodiaba, para que los asaltantes pudieran ejecutar sin trabas su hazaña.
En la hoguera se quemaron, un cuadro al óleo de Jaime III y otro de S.S. Pio X con una dedicatoria especial a la juventud, y Joaquín, que salió, según costumbre, a las ocho de la mañana a dar una vuelta con los perros por las afueras de la ciudad, oyó decir a los huelguistas: “¡a las cabezas! Hay que degollar a las cabezas”. Comprendiendo que la calle no ofrecía seguridad para las personas decentes, volvió a casa, y nos advirtió que no saliésemos para nada, pensando que aquellas turbas excitadas nos propinarían al vernos broncas e insultos.
Yo para entonces, había vuelto de misa, y al pasar por los grupos obreros con la Cruz y la Margarita nadie me dijo nada ni me molestó.
A Ignacio se le advirtió por teléfono que no se moviera de casa, que no era prudente abandonar la suya, y como Joaquín veía la cosa mucho peor que lo que quería aparentar, le dijo que estuviera bien prevenido, y Silvita, valiente y audaz, tomando su cartera de estudiante unos cartuchos de caza que Joaquín le entregó, pasó por los grupos que delante de casa se iban formando y entregó a Ignacio el peligroso envío. ¡Si la llegan a registrar!
También a Pello Mari se le advirtió lo mismo, pero contestó que quería venir a casa porque estaría más tranquilo con todos. Joaquín fue a buscarlo, y los dos atravesaron las calles observando que las gentes les miraban hostilmente, pero sin que nadie se metiera con ellos.
Mientras tanto, Angeles, María Isabel, Santita, Lolita y yo veíamos como la gente se iba reuniendo en la plaza de la diputación, pero como nadie iba al trabajo por estar en huelga no dábamos la importancia que tenía este estacionamiento.
De pronto se oyó en la calle un ¡viva la república! E instantáneamente, un tiro de pistola, pasó a unos dedos de Josefina y vino a dar encima de la cabeza de María Isabel. Los ángeles de la guarda empezaban su faena.
Como si aquel grito odiado fuera la señal de ataque contra nuestras desprevenidas personas, una lluvia de piedras rompió con estrépito los cristales del comedor y cayeron a nuestros pies sin tocarnos.
Los hermanos y los sobrinos, como movidos por un resorte, sin decirse una palabra, corrieron a la galería, y tomando escopetas de caza y cartuchos, volaron a colocarse en lo alto del tramo de escaleras que está tras la cancela de cristales de la entrada, y allí se situaron serenos, dispuestos a jugarse la vida defendiendo la casa, la familia. Recuerdo que sonreían y nos animaban.
Como los perros ladraban, Chan riéndose decía: se ponen contentos porque oyen tiros y se figuran que vamos de caza.
Los vi tan expuestos, ellos tan buenos, tan nobles, tan generosos, que corrí al teléfono y llamé al gobernador. Creía, ¡pobre de mí!, que a penas se enterara de nuestra situación, daría órdenes para ayudarnos.
En el acto, acudió a mi llamada, yo le dije, poco más o menos: grupos muy numerosos están tirando tiros y piedras contra nuestra casa. Nuestros hermanos tendrán que defendernos si llegan a entrar en ella. Haga el favor de dar órdenes para que no nos veamos en ese caso. Y mande la fuerza cuanto antes. El asalto a una casa particular es inadmisible.
Josefina, que estaba conmigo, cogió el teléfono para insistir y apremiarle más. “Tengan calma, contesto, todo se arreglará”.
Mientras tanto, aumentaba el vocerío y la confusión de los de afuera. Joaquín, no sabiendo qué partido tomar, se asomó al balcón, y enseñando el arma para indicarles que teníamos con qué defendernos, les hizo ademán de que se alejaran y les gritó: “iros, dejadnos en paz”. María Isabel, ante el temor de que disparara, le sostenía la mano derecha.
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Pello Baleztena herido. Nueva llamada al gobernador
¡Qué horror! Cantidad de balas dispararon contra ellos y sin hacer el blanco apetecido. Vinieron a dar en el marco del balcón donde ellos estaban. “¡Los asesinan!”, gritaron algunos horrorizados, mientras otros, celebraban la brutal agresión.
Angeles aquella mañana tuvo la inspiración de colocara a Joaquín un “Detente” del Corazón de Jesús.
Una enorme piedra rompió los cristales de la cancela e hirió a Pello en medio de la cara, en el momento que éste se disponía a abrir la puerta amenazando. Un chorro de sangre le caía al pobre.
Aquellos canallas, al ver los caños de las escopetas, echaron a correr gritando: “Están armados”, y furiosos por nuestra posible defensa, marcharon a contar al gobernador que desde nuestra casa estaban disparando.
Pello subió al cuarto de baño a limpiarse la herida y Chan le acompañó. Entonces, José Joaquín se quedó sólo en la escalera, al descubierto, sereno ante el peligro, con la escopeta en la mano, conteniendo a las turbas que nos querían asesinar.
Dice que pensó en lo desesperado de su situación, pero que le animó y sostuvo la idea de morir defendiendo la casa que siempre le acogía.
Una nueva llamada le hicimos al gobernador, contándole que Pello estaba herido y acuciándole para que enviara la fuerza y terminara de una vez con aquellas escenas salvajes. El infame , aún nos pidió cuentas:
–“Tengan cuidado –dijo. Sus hermanos están disparando contra la gente. Ahora mismo mando la policía para que registre la casa”.
-No es verdad –le repliqué indignada. Mis hermanos no han disparado todavía, pero no respondo de que puedan estar mucho tiempo sin hacerlo. Si no viene la fuerza, ellos nos tendrán que defender. Ya pueden venir a registrar la casa, que no han de encontrar pistolas.
¡Había que registrar nuestra casa atacada, pedirnos cuentas de que pretendíamos defendernos, mientras los que estaban en la calle con un teniente alcalde a la cabeza, disparaban sus pistolas impunemente!
En aquellos momentos de angustia, las hermanas, las sobrinas subimos al oratorio, y a esa amada Dolorosa que ha presidido nuestras fiestas, a quien hemos confiado penas y alegrías, temores, esperanzas, que ha velado la última noche que nuestros queridísimos padres pasaron en casa antes de que los llevaran para siempre, ante esa bendita imagen suplicamos con toda la fuerza de nuestra fe que no nos abandonara en aquellas horribles circunstancias.
De abajo subía cada vez más intenso el ruido del tiroteo. La señora Pía prorrumpía en exclamaciones que en momentos más normales, nos hubieran hecho reir de veras.
Ya la cosa parecía perdida: creíamos que la gente, ya dentro de casa, andaba a tiros con los hermanos y que estos contestaban lo mismo. Entró Santita, y Luisa con una voz que nunca olvidaré le pregunto: ¿Ha caído ya algún hermano? Su hijo de quince años estaba también en el lugar del peligro. No preguntó por él, y es que en aquella hora nadie, hijo, sobrinos todos eran hermanos,caballeros del Chaparro que defendían la casa de sus padres, el santuario de los recuerdos, el solar de nuestra raza.
No pudiendo encontrar tranquilidad en ninguna parte, bajamos, nuevamente, al primer piso, en el momento mismo que entraban cuatro policías con el encargo de registrar la casa»…
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Retirada de la Policía y quema de la casa
«…No pudiendo encontrar tranquilidad en ninguna parte, bajamos, nuevamente, al primer piso, en el momento mismo que entraban cuatro policías con el encargo de registrar la casa.
-“Ustedes disparan, y la gente se excita” – explicaron para disculparse.
–“Y aunque así fuera –replicamos- ¿no han sido ellos los primeros en disparar?, aquí no se ha tirado todavía pero si nos invaden la casa, entonces, no les dejaremos pasar adelante.
–“Y tendrán ustedes razón” –contestaron sacando sus pistolas pues tenían un miedo horrible al sentir tan de cerca el peligro.
¡Qué lejos estaban entonces de cumplir la orden que se les había dado de ver si había armas en la casa! Lejos de ello, se parapetaban detrás de las escopetas. Deseando resguardarse más dijeron a Angeles que bajara a cerrar la puerta principal, a lo que ésta se opuso, como era natural. ¡Que bajaran ellos si es caso!
Decidieron telefonear al gobernador para informarle, lo cual era inútil, pues nada se le podía contar que ya no supiera, y ¡para el caso que hacía! Cuando bajábamos al teléfono, pasando un momento ante el ventanal deshecho y quedando al descubierto de tiros y pedradas cayeron estrepitosamente los cristales del escritorio; le di el auricular al policía encargando le contase al gobernador cómo estábamos.
Nos reunimos todos en el rellano del segundo piso, Pello, sangrando, todos muy serenos y apercibidos a la defensa. Nunca la voz de Lolita tendrá que anunciar cosa más horrorosa:
–“Tío Joaquín, Te queman la casa. He visto a unos hombres traer rodando un bidón de gasolina”. Josefina lo vió también, y añadió que aquellos demonios bailaban alrededor del bidón, y que cinco policías se apartaron para dejarlos pasar. Nos parecía imposible esta nueva infamia, pero, inmediatamente, una inmensa humareda subió por la caja de la escalera.
-Contra esto ya no puedo nada, dijo valiente el buenísimo Joaquín. Todos a la terraza –añadió-.
Silvita y Josefina, con unas palas de jugar a pelota, golpeaban fuertemente las paredes de la casa contigua para darles idea de que vinieran por allí los vecinos en nuestra ayuda. El humo nos cegaba: jadeantes, con los labios ennegrecidos, llegamos al tejado
-Hoy pereceremos algunos. No llegaremos todos a la noche –dije a Lolita que subía conmigo-…»
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Casa Baleztena en llamas
Llevaba angustias de muerte en el alma; y es que me parecía imposible que las diecisiete personas que estábamos pudiéramos todas escapar de tan horrendo peligro.
Cuando los desalmados nos vieron aparecer en el tejado, prorrumpieron en burlas e insultos
-¡Que griten ahora Viva Cristo Rey! ¡Que los salve su Dios!
vociferaban aquellos blasfemos, y nos hacían burlas con las manos. Y Dios a quien llamábamos desde el fondo de nuestros angustiados corazones; Dios a quien pretendían provocar aquellos malvados; Dios nos defendía. Contra su soberana protección ¿qué podía la perfidia de los hombres?
Lolita extendió los brazos en ademán de súplica, y la valiente Silvita, agarrándole de la muñeca con entereza digna de un héroe, le dijo imperativamente
–“No implores. Moriremos, pero no implores”
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Ignacio Baleztena defendiendo a su familia durante el asalto y quema de Casa Baleztena
Mientras esto ocurría, el pobre Ignacio, que se había quedado sin venir para defender su familia, muy amenazada también, asistía impotente, con la angustia que es de suponer, al salvamento de los suyos, desde un tejado lejano, al que llegó trepando desde el de su casa. Alternativamente, veía una persona ponerse en pie en la pared de la terraza y enseguida desaparecía en el vacío. Como los que quedaban no daban muestras de terror, pensaba que uno por uno, todos se iban salvando.
Chan y Apico nos ayudaban a descolgarnos y al encontrarnos en el tejado, nos abrazábamos emocionados. Angeles andaba muy torpe por su reuma, pero también resultó ilesa del salto, así, como la señora Pía, con sus setenta años a cuestas; y Josefina tuvo el rasgo de presumida la precaución de unos zapatos de lagarto y unas medias muy finas para no estropearlos.
¡Pero qué angustia al notar la falta de María Isabel y de Santita!
Santita, que fue la primera en saltar, se dirigió al borde del tejado y llamó fuertemente a las ventanas de una buhardilla. Como nadie le abriera pasó a la casa próxima, siempre en el mismo alero. Golpeaba las ventanas inútilmente; desde la calle gritaban con regocijo
“Esa se tira, ha perdido la cabeza”
Y se gozaban de antemano con el espectáculo. Miguel Tuero la vio desde el Casino, y como la casa en cuyo tejado estaba era la suya, corrió desalada a socorrerla.
María Isabel, siempre magnánima, al sentir el peligro inmenso que corría, marchó al oratorio pensando ofrecer su vida por la de todos y morir al pie de la Dolorosa. Pero el humo, cada vez más denso, le hizo casi desvanecerse y salió buscando respiro. No pudo llegar hasta la terraza pues el humo le ahogaba, y tuvo que asomarse a un balcón de la galería. Y el infame Garbayo, que se decía nuestro amigo, que nos saludaba en la calle, y que conociendo lo que contra nosotros se tramaba en la casa del pueblo, no había hecho nada para impedirlo, le gritaba hipócritamente, así como Larache, amigo de Ignacio y autoridad entre aquella canalla:
“¡Calma María Isabel! ¡calma, por favor!
Un grupo de comunistas, más humanos que los miserables de la U.G.T., trepó por los balcones hasta llegar al tercer piso. Una vez allí, le animaban a que se descolgase que ellos la recogerían. Esto era imposible, al pretenderlo se hubiera estrellado en la calle. Alfonsito Gaztelu le gritaba preguntando qué podía hacer por ella. Cara le costó esa muestra de compasión. Unos cuantos se abalanzaron contra él y le golpearon la cabeza contra las piedras de la Diputación.
Mientras todo esto ocurría en el tejado y en el balcón, Camino Jaurrieta, que vivía encima de la habitación del gobernador, al ver llegar la vida de sus primos a tal extremo peligroso, acompañada de Juan Pedro y de sus hijas irrumpió en el despacho del Poncio (así llama la autora al gobernador civil en alusión a Poncio Pilatos) airadamente. El gobierno, sus pasillos y escaleras estaban materialmente llenas de guardias civiles. Al pasar junto a ellos Camino les gritó:
“Pronto, a casa Baleztena, que la están quemando”
Siete guardias echaron a correr impresionados por aquella demanda, pero la policía les contuvo advirtiéndoles que no había orden…»
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La extinción del incendio. Un favor del Lignum Crucis y la Dolorosa
Camino, con la elocuencia que el cariño aumentaban, obligó por fin al gobernador a coger el teléfono para dar la orden de salida a los bomberos. Juan Pedro le apremiaba, y la voz de la sangre le hacía decir:
“Pronto, que es la casa de mi madre”
Los bomberos acogieron la orden precipitadamente, porque la estaban deseando, y salieron con el salvamento.
Entonces culminó la barbarie de la plebe. Se lanzaron contra las escaleras y las rompieron vociferando
– ¡Que se quemen todos, que es la casa de un carlista!
– ¡Qué importa eso, si peligra toda la manzana! – Gritaban los bomberos entre aquellos desalmados. Uno de ellos sacó un puñal y fue a metérselo a un bombero, pero éste pudo esquivar el golpe y el arma quedó clavada en el carro. Quiso dios, que llegaran, a pesar de todo, y la guardia civil, que por fin salió a la calle, facilitó su actuación. Imposible parece que cincuenta litros de gasolina ardiendo en la entrada de una casa vieja no terminara rápidamente con ella.
Pero aquel día, escogido por los malvados para cometer inaudita barbarie, era también el designado por la Divina Providencia para realizar prodigios de amor sobre quienes en ella confían.
El Lignum Crucis, reliquia tan venerada por nosotros, que es llevada a la cabecera de los miembros de la familia cuando están enfermos, fue en esta ocasión colocada por Santita en lo alto de las escaleras. Las llamas que ascendieron precipitadamente por ellas fueron como ahogadas, y la labor de los bomberos, extinguió rápidamente el incendio. Estos se lanzaron por la casa para prestar auxilio y llegaron a la habitación donde se encontraba María Isabel.
“¡Qué infamia, qué horror -repetían indignados-, salga pronto de aquí, el humo es horrible!”
Cuando nos vimos todos reunidos ¡qué abrazos! ¡qué emociones! ¡qué alto de relativa tranquilidad en aquellas horas de tragedia! Poco duró este respiro. Un grupo de desarrapados subía las escaleras del Cisne y nos gritaban imperiosamente que saliésemos con ellos, que querían salvarnos… (tuve una imagen de las turbas en Versalles)
¿Quiénes son ustedes? –les preguntamos.
– Somos comunistas y acompañaremos a ustedes, aquí corren peligro con estos cochinos de socialistas; no teman, somos hombres.
-Pues lo disimulan a veces –les replicó Silvita.
Ignorando la extinción total del incendio, Angeles y Chan, penetraron por el boquete abierto por los bomberos y cogieron la Virgendel Oratorio para salvarla de las llamas. Junto a ella estábamos los hermanos y sobrinos, más Carlos y Patro que habían llegado trémulos: Gozábamos de vernos con vida. Pello tenía la cara ensangrentada, todos la teníamos negra por el humo, especialmente los labios.
¡Qué escenas las que íbamos viviendo!, y aún nos faltaba camino para recorrer el calvario que nos tenían preparado.
La policía se presentó en casa diciendo de parte del gobernador que fuéramos al gobierno, especialmente las señoras, que quería ampararlas.
-Si quieren ampararnos, replicó María Isabel- que nos mande guardia que nos proteja. Estamos en nuestra casa y no tenemos por qué salir de ella.
Entonces, avergonzados, nos declararon:
-Es que no pueden quedarse, tienen que ir detenidos al gobierno, y dense prisa, pues la gente se impacienta.
Era tan inesperada, tan insólita aquella determinación, que nos resistíamos a darle crédito.
-Y ¿cómo salimos de aquí? –les preguntó Joaquín- Vista la actitud de la gente y sus intenciones son capaces de todo al vernos en la calle. ¿Quien responde de nuestra seguridad visto el desamparo en que nos han dejado?
-Nosotros respondemos: irán custodiados por la guardia civil.
-¡Custodiados por la guardia civil!, pero, ¿por qué crimen nos veíamos así?
-Dense prisa –volvieron a insistir- es peligroso retardar la salida. Los autos esperan ya.
Pello José Joaquín y Juanico salieron los primeros. Al verlos aparecer, ni la juventud de los unos, ni la cara ensangrentada del otro, apiadaron a aquellas fieras que los recibieron vociferando:
-¡En auto, no! ¡Que los lleven a pie como a los criminales! ¡a Bata con ellos! ¡Pareja de tal… chulo… ya te mataremos, y se lanzaron contra el auto.
Pero la guardia civil arremetió contra ellos y protegió la marcha.
¡Cómo nos quedamos en casa al presenciar aquella horrorosa escena!, ¡y qué angustia tan indescriptible! Viendo que los minutos corrían sin saber si habían llegado con bien al gobierno.
A un sujeto de pésimos antecedentes, amigo de Andrés (¡y es decir algo!) que se erigió en nuestro protector, y aprovechando aquella circunstancia para florear a Loló y ponerse sentimental con ella, le hicimos ver, que después de la salida de los primeros, no queríamos exponernos a que se repitiera la escena y que nos sacaran por la puerta de la Plaza del Castillo, a la sazón desierta, pues la chusma, no queriendo abandonar el puesto tomado para tan regocijante espectáculo como era vernos, a su parecer humillados, estaba estacionado a lo largo de la avenida de San Ignacio. No olvidaré nunca la sonrisa hipócrita y repugnante de aquel hombre al contestar:
-No puede ser, tienen ustedes que salir por la principal,- y luego añadió – hay que contentar a las gentes.
Joaquín, Luisa, Santita y Lolita se dispusieron a salir en el auto segundo. Al aparecer Joaquín en el umbral de la puerta de su casa le llamaban ¡asesino! Sobre Luisa y las chicas caían los insultos más groseros que se pueden dirigir a una mujer.
Llegamos al gobierno al gobierno; ya estábamos todos allí (Josefina y Silvita se quedaron en El Cisne en calidad de detenidas). La policía, los guardias que allí estaban nos miraban con caras compasivas.
-Aquí nos tienen ya a toda esta familia de facinerosos- les dije sonriendo al entrar.
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Arrestados en el Gobierno Cívil
El infame Andrés, muy pálido y nervioso, nos veía entrar desde la puerta de su despacho.
-¿Ya están todos aquí?
Y fijándose en el luto de Luisa, pensando que no era de la familia, le preguntó:
-Y usted, ¿por qué viene aquí?
-Porque estaba en la casa con mis hermanos y con mi hijo –le contestó.
-Los señores se quedarán aquí y las señoras pueden subir a casa de sus primos, los señores de Arraiza, y queriendo aparecer amable y servicial, añadió:
-No tienen por qué salir a la calle; les pasaré por mis habitaciones particulares.
Desde el teléfono del secretario, avisé a Ignacio y Josefina que todos habíamos llegado con bien. Los pobres nos habían visto salir de casa y pasar por aquella calle de amargura, con la angustia que es de suponer.
Cuando volvía del teléfono, tropecé con Andrés que me dijo bruscamente:
-¿Todavía está usted aquí?
-Sí, he ido a comunicar a los otros hermanos nuestra llegada, ¡qué día señor gobernador!
-¡Se pensará usted que yo lo estoy pasando mejor!, me contestó airado.
-Es muy distinto, añadí. Dese una vuelta por nuestra casa y verá cómo ha quedado.
-Sígame y no salga de casa sin advertírmelo.
Y me llevó por un pasillo sin añadir palabra. Iba muy nervioso.
¿Por qué tendrá una educación y conciencia en ciertos momentos? Aquel hombre que iba delante de mí, con la autoridad y fuerza en la mano, nos había dejado desamparados y expuestos a la muerte durante horas y horas angustiosas.
Aquella tarde fue una verdadera pesadilla. El cansancio físico, después de tantas emociones, se dejaba sentir al fin. Pensar en el peligro del que acabábamos de escapar, y que todavía nos perseguía, era para estremecerse de horror. Las gentes amigas desfilaban llorosas, nos abrazaban, nos ofrecían sus casas.
A las diez de la noche, se formó una manifestación ante nuestra casa mutilada y abandonada
-¡Muera la familia de Baleztena! ¡asesinos! ¡que los arrastren! –gritaban.
Las pobres Josefina, Silvita y Patro oían aterradas desde El Cisne las infamias que contra su familia se decían impunemente…»
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Triste despertar
«…Aquel día infernal tocaba a su fin. Ya, las gentes cansadas de vociferar se retiraron a sus casas, dejando desiertas las calles de la ciudad. Un silencio pavoroso, extraño, reinaba por todas partes. Era tan siniestro, que hacía temer algo horroroso.
Ignacio, con varios jóvenes, velaba en su casa, temiendo un ataque inesperado. Además, como enfrente de la iglesia San Nicolás, se había organizado aquella tarde un tumulto, organizó con algunos jefes que llegaron hasta él, una guardia para conventos e iglesias.
El Poncio nos mandaba que saliésemos cuanto antes de Pamplona, y resolvimos trasladarnos aquel mismo día a Leiza. Santita y yo, medio disfrazadas, fuimos a casa Baleztena en el auto de Estanis Aranzadi a recoger algunas cosas indispensables para la marcha.
No es explicable la impresión sentida al penetrar en ella: en la escalera, medio quemada, obscurecida por el humo, se percibía un potente olor a gasolina; el comedor, aquel comedor tan alegre, con tanto cariño arreglado siempre, presentaba un aspecto desolador; bien podría decirse: “por aquí pasó la revolución”. Los muebles derribados, un sin número de piedras confundidas con trozos de cristales cubrían el suelo; el espejo roto; los búcaros con sus flores caídos; en el cuadro de bronce del cazador, se notaban las huellas de los impactos. Pero la estatua del Sagrado Corazón, con los brazos amorosamente abiertos, seguía en pie y bendecía el hogar en el que se le había entronizado.
No había tiempo en detenerse en sentimentalismos. Hicimos muy deprisa los baúles, un bulto con las mantas, confiamos a Angeles y Jesusita Aranzadi, que nos acompañaban, los objetos de más valor, y tras una rápida despedida, en la que la emoción anudaba la garganta y oprimía el corazón, al oratorio, ¡tan desmantelado sin la Dolorosa!, a las habitaciones de los padres, abandonamos, sin saber cuando ni cómo volveríamos a ella, aquella casa en la que habíamos nacido los nueve hermanos; en la que nuestros padres se durmieron en la Paz del Señor, y en donde las penas y alegrías habían sido gozadas y sufridas al calor de la unión de la familia.
Ya de vuelta, al pasar el auto por delante de casa vimos la puerta quemada; las señales de las balas dejaban su huella en la fachada. Partieron los autos. Dejamos atrás Pamplona.
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Todo lo anteriormente relatado seguramente tampoco es toda la verdad. Pero sí que es una parte de la verdad, esa parte que ahora nos están tratando de ocultar. No se puede entender lo que sucedió hace 80 años y cómo se llegó a una guerra civil sin conocer también esa parte de la verdad. Y conociendo toda la verdad será más difícil utilizar el pasado para atacar políticamente a una parte de la sociedad en el presente, o quedarnos atascado en 1936 para siempre.
9 respuestas
Cambienle las fechas y nombres, y esto se puede repetir el día de mañana, tan extremista se ha vuelto la izquierda que ya babea por otra guerra civil que llevarse al coleto.
Y de seguro que si llaman a la Barcos o al Asirón pidiendo protección ayuda, ya saben qué respuesta van a encontrar, Poncia Pilotas, y los Txikos de la Gasolina.
Josefina Campos, modista de profesión, pertenece a una familia de izquierdas que, como tantas otras, fue represaliada a partir del golpe militar del 36 por los grupos de matones y asesinos que camparon a sus anchas en la Ribera de Navarra y en La Rioja, llenando las cunetas con un reguero de muerte sin límite en los primeros meses de la sublevación. En Peralta las partidas de asesinos carlistas y falangistas contaron con la participación directa o el impulso de varios miembros de la Junta de Guerra, de los guardias civiles, del párroco y algunos curas. Heredera del socialismo femenino republicano, Josefina mamó desde niña el cariño hacia los familiares de los asesinados y, junto con otros peralteses, pusieron en marcha en 1978 la llamada Operación retorno, pionera en el Estado, recorriendo hasta 1981 toda la Ribera de Navarra y varios pueblos riojanos, hermanados para recuperar los restos de las víctimas. Apoyada en una sagaz recopilación de la historia oral y en la investigación en el Archivo Municipal de Peralta, este libro constituye un monumento a la memoria de las personas asesinadas y de las familias represaliadas, que sufrieron la larga noche de la dictadura franquista. Un relato pormenorizado que llena de ternura y emoción el recuerdo de todas las víctimas.
Peralta rindió un emotivo homenaje a sus 86 fusilados
El cementerio albergó un acto de recuerdo y la presidenta Uxue Barkos destapó una placa en el consistorio.
Menudo papelón tiene la derecha navarra, defendiendo el legado franquista y justificando sus miles de crímenes en estas tierras.
Defender las burradas y asesinatos cometidos por el franquismo, está mal.
Defender las burradas y asesinatos cometidos por las milicias republicanas y e frente popular, está bien.
L.A. Ribera, explíquemelo, por favor.
A mi el relato de Dolores Baleztena me ha recordado mucho al estilo realista fantástico de Gabriel Garcia Marquez (manteniendo las distancias, claro está). Solo me ha faltado ver a la Guardia Civil entrando en la casa con sus alfombras voladoras.
Pero aparte de eso, la señora Baleztena debió dar gracias a su Dios de que los exaltados no fueran carlistas y ellos comunistas, porque entonces el relato hubiera sido mucho más sangriento.
Ha tenido que venir la libertad a Navarra para que veamos el reconocimiento a las miles de victimas del franquismo. Solo por esto ha merecido la pena.
¿Libertad en Navarra?… ¿seguro?, ¿en Echarri? ¿en Alsasua?, ¿en Leiza?.
Piensa contestar lo que le he preguntado… ¿o no tiene libertad para hacerlo?.
SIIIIIIIIIIIIII…………. libertad como la tarta que le tiraron a Yolanda Barcina, el punto de mira en casa de Goikoetxea, o el acoso a Enrique Maya, y así podría seguir con 2748590 ejemplos mas de la libertad que existe en nuestro MILENARIO REYNO DE NAVARRA, o en el norte del Reyno de Castilla (cuna de Vardulos, Caristios y Autrigones) con sus cementerios llenos de políticos del PP, PSOE, etc etc…, así que eso de libertad creo que será en la luna, porque aquí…. ufffff…., los únicos que tienen libertad hoy en día son los Asirones…., Barkos, Koldos Martinez, Mendozas…. etc etc, sin olvidar la inmunidad que tienen algunas a el ATROPELLAR a ancianos e irse de rositas sin hacerle ninguna prueba de DROGAS o ALCOHOL, vamos que a el final solo Beloki sabe si conducía (supuestamente) fresca como una rosa, o (supuestamente) hasta el CUL… de alcohol o drogas…, vamos que eso es si es LIBERTAD …. pero según el partido político a el que perteneces.