Uno no ha de obsesionarse demasiado (sino observar de una manera un tanto superficial, por decirlo de alguna manera) con los medidores de crecimiento en base al Producto Interior Bruto (PIB) en cuanto viene a tener más en cuenta el valor de los bienes y servicios producidos en un periodo, en torno al llamado «factor demanda-consumo».
El indicador en cuestión no tiene suficiente precisión. De hecho, a ello habrá que sumarle la intencionada arbitrariedad de determinadas instituciones del orbe en las que la transparencia es plenamente nula. Es el caso de la tiranía comunista china, que está a punto de consolidar tres trimestres consecutivos de crecimiento en términos de PIB (el incremento podría ser de 8 puntos en este ya presente 2021).
No conviene confiar, como se ha dicho, en esto, sobre todo, cuando los números rojos están copando otros indicadores macroeconómicos en Occidente (ciertamente, la intensidad del daño no es la mismo, lo cual depende, entre otras razones, de la situación previa, aunque no profundizaremos ahora en factores con su interés: fracaso de la reserva fraccionaria, endeudicidio, rigideces de mercado laboral, etc.).
Pero es cierto que se ha explotado, en las circunstancias actuales (sí, marcadas por el COVID-19, al que también hemos de llamarle «virus chino»), en mayor medida, el llamado Made in China. Esto no es de extrañar en tanto que la demanda de determinado material sanitario se ha disparado (principalmente, las gafas y pantallas de protección facial, así mascarillas varias).
Con lo cual, algo de sentido puede tener la variación cuantitativa sobre la que estamos hablando. De todos modos, se quiere ir algo más allá, abordando otro factor relevante en el debate. Hay quienes sostienen que, «paradójica o evidentemente», China ha sido un caso de éxito del capitalismo en el que la libertad no ha sido estrictamente necesaria.
La bonanza económica no es algo generalizado en todo el territorio chino
Es verdad, al menos de acuerdo con el Banco Mundial, que a partir de la década de los ochenta, la proporción de pobreza extrema comenzó a desplomarse (a comienzos de siglo, esta ya era inferior al cuarenta por ciento, suponiendo esto un descenso de alrededor de cincuenta puntos con respecto al punto de referencia temporal indicado antes).
Al mismo tiempo, hubo un crecimiento notable en las principales áreas urbanas (en «detrimento» de los entornos rurales), entre los cuales podríamos incorporar ciudades como Pekín, Shenzen y Shangai, que son focos relevantes en los ámbitos de la industria tecnológica, las finanzas y el sector servicios en general, aparte de ser hubs para extranjeros.
Todo esto tuvo una razón. Tras la inhumana y catastrófica gestión de Mao Tsé Tung, Deng Xiaoping, guiado por cierto utilitarismo y consciencia sobre la conveniencia de sacar a China de la hecatombe del colectivismo económico, optó por una mayor apertura a la inversión extranjera y el establecimiento de «zonas económicas especiales» en urbes.
Ahora bien, la cara más rural de este país asiático, si bien experimentó un trasvase poblacional del que se beneficiaron las principales ciudades, no deja de representar alrededor de un noventa por ciento de esa población china por debajo de los umbrales mínimos relacionados con el factor de la pobreza.
Tengamos también en cuenta medidas como la devaluación del yuan y la distorsión de los precios en el mercado (lo cual no solo resulta de los bajos estándares de seguridad industrial y calidad de los productos, sino de unos subsidios que crean unos conceptos artificiales), aparte de unos aranceles que en el largo plazo, como es habitual, acaban perjudicando a quienes se dice querer beneficiar.
¿Libertad económica?
Si por libertad en lo económico nos queremos referir a la no distorsión e injerencia intromisiva estatal en el curso natural y espontáneo que facilita el intercambio de bienes y servicios (así como el desarrollo del ahorro y la inversión), es imposible aseverar que son respetuosas con esto las políticas de devaluación y artificialidad crediticia (lo mismo respecto a subsidios e impuestos arancelarios).
No obstante, para intentar corroborar lo indicado, voy a recurrir a indicadores de libertad económica de dos think tanks norteamericanos que estudian asuntos de esta índole: el Fraser Institute y The Heritage Foundation (los datos de la primera entidad son de 2018 mientras que los de la segunda se corresponden al 2020).
Fraser Institute ubica a China en el cuartil de las economías más libres a nivel global, mientras que The Heritage Foundation viene a considerar que esta tiene aún bastantes restricciones. En cualquier caso, haciendo una lectura rápida, conviene advertir sobre los excesivos controles sobre las transacciones de capital, las burdas garantías de propiedad y la acumulación burocrática.
De hecho, cabe destacar que los directivos de algunas de sus empresas más importantes, tales como Baidu (motor de búsqueda online), Aliexpress (comercio electrónico) y Huawei no son sino personas con alguna considerable vinculación a las esferas del Partido Comunista Chino, que pretende ahora someter a sus directrices a empresas extranjeras que quieran instalarse allí.
Es más, cabe recordar que hay bastantes servicios electrónicos que están censurados por el régimen, de modo que la única manera de conectarse a ellos pasa por recurrir a redes privadas virtuales. Y no, no olvidemos la masiva monitorización, auxiliada por la Inteligencia Artificial, sobre determinados movimientos de las personas, de una índole muy variopinta.
Una nueva modalidad política de totalitarismo, nada más
Finalmente, hay que dejar claro un par de cosas. La propaganda habitual a los Ministerio de la Verdad no escapa a un régimen que está inspirando a muchos Estados -modernos- occidentales. Pero no solo eso, ya que hay que tener en cuenta que no ha podido triunfar lo que pueda resultar del respeto al libre mercado y los derechos de propiedad porque no se ha dado como mínimamente desearíamos.