El acierto de los alemanes orientales contra sus antepasados políticos comunistas

Ayer, día 23 de febrero, los residentes de la llamada «locomotora de Europa» fueron a las urnas, llamados tras el fracaso político del socio alemán de Pedro Sánchez. La coalición del semáforo había empezado a hacer kaputt (precisamente, por problemas con la bombilla de color ámbar, a la que fácilmente, por ser simplistas, se le puede considerar amarilla).

Ha sido una campaña de agitación y vértigo, al más puro estilo de una montaña rusa. Pero no necesariamente por ciertas desgracias que hayan podido acontecer. Tanto dentro como fuera de los distintos territorios teutones ha habido mucha expectación, tanto en un sentido como en otro. Ha habido una macedonia de esperanzas, preocupaciones y mieditis muy variopintas.

Algunos han estado demasiado desesperados, pero no necesariamente por la progresiva pérdida de libertades y de paz pública que están sufriendo los vecinos alemanes. Se habla de quienes, pese a hablar de «más Europa» y de «nuevos derechos» están fomentando una desgermanización contraria al orden occidental y desprotegiendo a las mujeres, los homosexuales y los más desfavorecidos (incluso dando rienda suelta al Judenfrei otrora nazi).

Para ser justos, les parecía demasiado, además, preocuparse por las cifras macroeconómicas. Pese a tener unos precios más moderados y un esfuerzo fiscal mucho más ligero con respecto al español, no les importaba tener que sacrificar la pujanza industrial automovilística, como gesto de lealtad y arrodillamiento ante las deidades de la «religión climática» (sí, la de cierta niña sueca muy preocupada por la causa de Hamás actualmente).

Todo, evidentemente, tiene su recompensa. En estos momentos solo pueden aspirar a recoger algunas migajas berlinesas a efectos de cuota de poder y promover el encarnizamiento terapéutico de un sistema que necesita un cambio de rumbo si no se quiere llegar a una desaparición que no acercará ni a los alemanes ni al resto de los europeos al paraíso terrenal.

Pero no solo cabe hablar de esa escasez fruto del descalabro del PSOE alemán, del estancamiento resistente de Los Verdes y de unos «liberales» que, como bien reconocen, han pagado los platos rotos de dar oxígeno temporal a una coalición ecosocialista y woke que solo ha brindado pérdida de pujanza económica e inseguridad en las calles.

El hecho de que la AfD haya duplicado sus resultados es una señal importante para más de uno, al margen de lo que quepa atribuir o no a Elon Musk. Pero lo importante es destacar cuál ha sido el principal motor del impulso de esa llamada «ultraderecha» (tildada de machista, nacionalista, xenófoba, putiniana y neonazi, pese a ciertos puntos del programa económico en materia fiscal y a las visiones pro-mercado de Alice Weidel).

Ese motor no ha sido la católica Baviera, donde hay bastante religiosidad en contraposición con otros Länder. Se trata de Brandeburgo, Mecklemburgo-Pomerania Occidental, Sajonia, Sajonia-Anhalt y Turingia, que formaron parte de la antigua República Democrática Alemana (RDA), la llamada «Alemania comunista». Más de doce millones de alemanes, en cualquier caso, residen ahí.

Incluso tras la caída del Muro de Berlín, en esos territorios se seguía brindando un considerable apoyo a partidos como Die Linke y el SPD. Pero desde hace unos lustros, se ha dado un despertar considerable en esos territorios. Es cierto que, en el plano espiritual no han sufrido ninguna revitalización de fe, pero se dice que no discrepan tanto con ciertos conservadores polacos que puedan vivir a orillas del río Óder.

La AfD ha sido la más votada en la gran mayoría de la RDA (con la notoria excepción de Berlín, vista como un bastión del izquierdismo a más no poder, en casi todos sus distritos). De hecho, se ha dado el hecho de sumar cierto grado de mayoría absoluta con la CDU (segunda, por cierto) en muchos de esos territorios (algo que, por ejemplo, no se ha dado en Augsburgo y Münich). Por ejemplo, en Görtlitz, Frankfurt del Óder y Schwerin.

Con lo cual, del mismo modo que el socialismo está peor visto en Polonia y en las Repúblicas Bálticas que en España, puede que la Alemania que otrora fue prusiana y hastiada por los soviéticos (con lo que ello conlleva a efectos de ingeniería social) sería el principal motor de reacción contracultural y contrapolítica contra la degeneración moral, económica y urbana de Alemania.

Los alemanes que mejor vivieron los frutos del comunismo son quienes están menos dispuestos a aceptar las novedades de cualquier clase de izquierda, por mucho que se utilicen disfraces sobre «teorías de la raza crítica», «transgenderismo», «mundo verde y sostenible» o «sociedades abiertas, iguales e inclusivas». Le han enmendado la plana tanto a Marx como a Gramsci.

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Un comentario

  1. El problema de los de Alternativa para Alemania es como el de la Falange, en realidad son comunistas de derechas que para el caso patatas

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