El aberchalato no es compatible con la belleza

Los “txabales” de la izquierda abertzale han derribado el toro de Osborne que se alzaba sobre el horizonte en los alrededores de Tudela. Han filmado su hazaña y la han enviado a sus medios afines, esos que todos subvencionamos con nuestros impuestos por su afinidad al gobierno. Estos medios por supuesto han publicado la grabación del derribo con previsible entusiasmo.

Lo cierto es que el toro de Osborne en principio no es un símbolo político. Inicialmente era el anuncio publicitario de una marca de brandy. Será que la Euskal Herria en la que sólo el 5% utiliza el euskera (ni eso en Tudela) no tolera los anuncio de brandy. El brandy es imperialista y españolista.

El toro de Osborne de hecho estuvo a punto de salir de nuestro horizonte cuando las leyes prohibieron precisamente la publicidad que pudiera distraer a los conductores. Hay que legislar el paisaje, faltaría más. Hay que legislarlo todo. Cuidado que no quede nada sin que nos lo regule el gobierno. Salvo que seamos delincuentes de verdad no nos podemos mover un milímetro sin que suene una alarma. Vivimos en libertad vigilada, o en libertad regulada, rodeados de normas visibles e invisibles que estamos a punto de vulnerar sin querer como los rayos del sistema de seguridad de Misión Imposible.

La silueta del toro se salvó del implacable legislador al pasar a ser considerada como una obra de arte en vez de como una mera valla publicitaria. El paso de la frontera entre arte y publicidad no es una cuestión inusitada y es bidireccional. Los carteles publicitarios de Toulouse-Lautrec se convirtieron en obras de arte igual que el toro de Osborne, y los botes de sopa Campbell pasaron de ser una obra de arte a publicidad para la marca. En el caso del toro de Osborne, las diversas administraciones se limitaron a recoger lo que era un extendido sentimiento popular entre todos los españoles. De este modo, la Junta de Andalucía lo catalogó como bien cultural y la Comunidad Foral de Navarra aprobó una ley para mantener la figura del toro en su territorio. El Congreso de los Diputados declaró el toro de Osborne como «patrimonio cultural y artístico de los pueblos de España» y, en 1997, el Tribunal Supremo dictó sentencia permitiendo la permanencia de las figuras por su interés estético y cultural.

Y entonces es cuando aparece la izquierda abertzale con su “txabalada”.

El problema de seguir alimentando el discurso de la violencia y seguir teniendo activa a una tropa de “txabales” es que de vez en cuando hay que tenerlos entretenidos con algo. No es la primera vez que la izquierda abertzale atenta contra una obra de arte. Recordemos la saña con la que atacó por ejemplo el Bosque de Oma, del escultor Agustín Ibarrola. El artista vasco, miembro del Partido Comunista y encarcelado 9 años por Franco, tuvo la ocurrencia de condenar pública y energicamente la existencia de ETA. El resultado fue que la “txabalada” aberchale atacó con hachas los árboles de su bosque, entrenando para lo de Beloso, y pintando sobre los troncos “Ibarrola español. ETA mátalo». Se comportan como los nazis creyéndose distintos que los nazis. Observan a los nazis como si fueran un cuadro cuando lo que miran es un espejo. A los dirigentes del tontorulato aberchalado les conviene por otro lado que de vez en cuando haya algún detenido (de cuya detención después se escandalizarán y lamentarán mucho) para victimizarlo y organizar movilizaciones de apoyo. Se precisan por consiguiente ekintzas periódicas de algún tipo.

Pensándolo bien, lo raro sería que la misma txabalada de la izquierda abertzale que atacaba la librería Lagun o el Bosque de Oma viera algo bello y no lo atacara. No hay más que verlos para verificar que el primer conflicto que tiene esta gente es con la verdad, el segundo con la libertad y el tercero con la belleza. Con la inteligencia tampoco tienen profunda amistad.

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