Donald Trump y el mundo libre

Hoy, 20 de enero de 2025, se ha producido un acontecimiento de gran importancia política en el orbe. No tanto por las ideas políticas que puedan estar implicadas, sino por el peso geopolítico que aún mantiene el territorio de desarrollo de los acontecimientos.

Se habla de los Estados Unidos de América, donde Donald Trump ya ha tomado posesión como presidente (precisamente, la persona número cuarenta y cinco con esas responsabilidades), tras una arrolladora victoria en votos y en delegados el pasado mes de noviembre.

Más de uno aguardaba con esperanza el día de hoy, en la medida en la que se pudiera potenciar el liderazgo de una especie de contracorriente política que desafíe al establishment mediático e institucional que existe, contrario a las esencias y pilares del orden natural y espontáneo.

El retorno de Donald Trump refuerza las tendencias que se están dando en varios países occidentales, ya sea en la medida en la que alguna fuerza política concreta emerge o en concepto de líderes sólidos con equipos competentes, que no tienen pudor para cuestionar la agenda económica y social de la izquierda.

Se lidera, por ende, una especie de bloque, algo heterogéneo, que puede cuestionar el desprecio a la vida humana, la corrupción de género, el mito ecologista, las restricciones a la libre circulación, la cultura de la cancelación, las estrategias de espionaje, el descontrol migratorio y la islamización del Primer Mundo (Europa Occidental).

Hablo de heterogeneidad porque no todos esos integrantes están de acuerdo en cuestiones de cosmovisión espiritual o de política económica (por ejemplo, el marco religioso de Javier Milei es totalmente distinto al de Giorgia Meloni, mientras que las propuestas económicas de Slawomir Mentzen no son homólogas a las de Marine Le Pen). Sí, pese a que, de una u otra forma hacen temblar los cimientos de la Revolución.

De hecho, se puede decir que, lato sensu, lo que, de manera peyorativa, la izquierda denomina «Internacional Ultraderechista» u «ola trumpista, xenófoba y misógina» podría considerarse como una apuesta por el mundo libre, por una sociedad abierta que no malinterprete las ideas de Karl Popper.

Ahora bien, el hecho de que más allá de Javier Milei, nadie hable de acabar con el Estado en algún que otro momento, puede surgir la duda sobre una aparente contradicción por cuanto y en tanto esta ola de contrapolítica no necesariamente está en contra del esquema nacido en la Revolución Francesa.

A mi jucio, ser estrategia no equivale a incurrir en una constante contradicción. Es cierto que eso que llaman Estado es un artificio contranatural y satánico que tiende a expandirse y a estrangular a la sociedad, de modo que los individuos puedan estar muy atomizados así como convertirse en esclavos (aún con propaganda retorcida y biensonante).

Es real que una sociedad sin Estado sería más respetuosa con el principio de subsidiariedad y con las reglas de propiedad que asientan cierto orden civilizatorio. Se sabe que los contravalores woke o progresistas se imponen con la ayuda de los estatistas, siendo útiles para acabar con la familia, la comunidad, la religión y el fuero interno individual, que son contrapesos frente al socialismo en cualquiera de sus modalidades.

Así pues, quizá no se llegue a ningún culmen en lo que se refiere a liberación de las cadenas del artificio de encarnación demoníaca. En términos más sencillos, quizá no se llegue al punto ideal de la ventana de Overton. No obstante, el cortoplacismo también sería un error en estrategia política.

Las medidas que se puedan adoptar para combatir problemas como la falta de libertad monetaria, el descontrol migratorio delictivo y la negación de la patria potestad educativa no solo serán un paso en la buena dirección, sino una contribución a la promoción del anti-progresismo y del anti-socialismo.

La presencia de liderazgos fuertes en países como Estados Unidos y Argentina no solo implicará la cosecha de unos frutos positivos (por ejemplo, la caída del número de abortos o el aumento de la oferta de la vivienda), sino una actividad sísmica que hará que las ideas relativistas sean cada vez más cuestionadas, de modo que haya gente que directamente se desengañe.

Además, recuérdese que en más de un territorio occidental se ha dado la existencia de bloques de derechas que, en realidad, son una especie de falsa oposición ideológica que, más bien, explota la alternancia en el poder y la eufemística electoral. Algunos hicieron creer que eso se trataba de «sosegada moderación» ante unos «exabruptos populistas que no solucionarían nada».

El mayor logro del trumpismo y de las corrientes similares será el debilitamiento del progresismo, en cualquiera de sus expresiones. Del mismo modo, las estructuras globalistas que bajo inspiración chino-soviética pretenden contribuir al empobrecimiento anulador del individuo se verán debilitadas y espoleadas.

Se verá, del mismo modo, bajo la confianza en Dios, un mundo menos proclive al belicismo alentado por las ambigüedades, las historias corporativistas y lo que coloquialmente se considera como «papanatismo» (sin necesidad de llevar a cabo costosas y arriesgadas operaciones de «policía global»).

En estos momentos, aparte del cryptoaño, ya se ha escuchado a responsables de multinacionales como Meta y Disney rectificando con disimulo por años de censura algorítmica y por una desmesurada promoción de películas contrarias a la familia natural y, en algunos casos, favorables a la pederastia y la pedofilia.

Con lo cual, consideremos como victoria del mundo libre el mero hecho de que haya líderes fuertes con capacidad de enfrentarse dialéctica, normativa, política y legislativamente a las ideas corruptoras y opresoras del progresismo, el relativismo y el socialismo. La tradición, la familia, la propiedad y la libertad están más cerca (esto beneficiará a quienes creemos en la venida del Reinado de Cristo).

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