Pongamos dos países imaginarios en el punto de partida. Al frente de uno colocamos de presidente a don Derrochón, mientras que en el otro ponemos a doña Austera. A los dos les damos un presupuesto anual de 1000 millones.
Doña Austera convoca a sus ministros, evalúa sus necesidades, establece sus prioridades y elabora un presupuesto de 1.000 millones.
Don Derrochón hace lo mismo, pero aprueba un presupuesto de 1.500 millones. Como sólo tiene 1.000, pide prestados 500 millones.
Y esto mismo pasa el año siguiente y el siguiente y el siguiente y así durante 10 años.
Al cabo de esos 10 años don Derrochón es mucho más popular en su país que doña Austera en el suyo. Mientras que doña Austera ha gastado 10.000 millones, don Derrochón ha gastado 15.000 millones. Por esta razón, don Derrochón puede presumir de haber construido muchos más aeropuertos, muchos más estadios y también muchos más colegios y hospitales que doña Austera. Como doña Austera ha gastado menos, ha tenido que medir muy bien cuánto y en qué invertía cada millón. Aunque es mucho menos popular, doña Austera no debe nada a nadie y don Derrochón debe 5.000 milllones a sus acreedores.
Los acreedores, sin embargo, no están tan contentos con don Derrochón como sus electores.
Diez años después de llegar al poder, don Derrochón tiene que dedicar 250 millones de los 1.000 que ingresan las arcas públicas a pagar los intereses de su deuda.
Como consecuencia, el presupuesto de don Derrochón se queda en 750 millones frente a los 1.000 que puede gastar la impopular doña Austera.
Para mantener su popularidad, don Derrochón ahora tiene que pedir prestados otros 750 millones. Es decir, que para mantener sus 1.500 millones de gasto necesita los 1.000 que ingresa más otros 750, teniendo en cuenta que 250 de ellos van destinados al pago de intereses.
Decíamos que los acreedores no estaban tan contentos con don Derrochón como sus electores, lo cual es lógico porque observan que para devolver lo que les debe les tiene que pedir prestado lo que les devuelve.
Por si esto fuera poco, además este año ha habido una crisis en la economía. Por consiguiente, los ingresos fiscales de don Derrochón han caído a 900 millones.
En ese momento, lógicamente, todas las alarmas se han encendido entre los acreedores.
¿Cómo vas a esperar que te devuelva el dinero que le prestas alguien que gana 900 y gasta 1.750 millones?
¿Y si la crisis continúa y el año que viene gana 800 en vez de 900?
Doña Austera, por su parte, ha decidido seguir sin gastar más de lo que ingresa, por lo que como sus ingresos también han caído a 900, recorta los gastos a 900. La decisión no ha sido muy popular, pero en cambio los acreedores no tendrían ningún problema para prestarle dinero si alguna vez se lo pidiera.
Por el contrario, don Derrochón se encuentra con que este año no le salen los presupuestos y su estado se encuentra en riesgo de quiebra.
Don Derrochón ingresa 900, debe 250 y de repente nadie le presta los 850 que le harían falta para mantener su gasto de 1.500 y pagar lo que debe.
La situación se vuelve dramática para don Derrochón.
Si nadie le presta nada, tiene 900 millones de ingresos de los que debe 250 en intereses. Es decir, que si nadie le ayuda sólo le quedan 650 millones.
¿Cómo les explica a sus electores que de gastar 1.500 millones limpios hay que pasar a gastar sólo 650?
No sólo eso, sino que doña Austeridad puede gastarse 900 millones sin problemas.
Cierto que durante unos años don Derrochón ha parecido mucho mejor presidente y ha sido mucho más popular que doña Austera, ha pagado salarios más altos a los empleados públicos, ha construido más aeropuertos, más trenes, más estadios y hasta más colegios y hospitales, ¿pero cómo los mantiene ahora?
Si don Derrochón va a tener que pasar los próximos años gastándose un máximo de 650 frente a los 900 que se puede permitir doña Austera, al final resulta que doña Austera podrá tener abiertos más colegios, hospitales y aeropuertos que don Derrochón.
¿Quién será más popular entonces?
Naturalmente don Derrochón ha ido a hablar con sus acreedores y les ha explicado su situación, pero como es lógico sus acreedores no están dispuestos a dejarle aún más dinero si no empieza a equilibrar sus gastos e ingresos. El mundo es injusto, pero cuando alguien te presta dinero suele tener la intención de que se lo devuelvas. Como consecuencia, a cambio de nuevos préstamos que eviten su quiebra don Derrochón ha tenido que aceptar un plan de recortes para gastar sólo 1.100 millones el año que viene, 900 el siguiente, 800 el siguiente y así hasta equilibrar sus gastos e ingresos. El plan es duro, pero menos que bajar a 650 de golpe. Mantener un estado del bienestar de 1.500 millones, en todo caso, se revela completamente imposible.
Los recortes de don Derrochón han caído como una losa sobre su país, acostumbrado a gastar 1.500 millones todos los años. Han caído de golpe los salarios, las pensiones, el número de funcionarios, se han cerrado hospitales, colegios, aeropuertos, circuitos…
Aunque el estado del bienestar de don Derrochón llegó a ser mucho más grande que el de doña Austeridad, al cabo de los años resulta que doña Austeridad puede gastar más que don Derrochón en mantener ese estado del bienestar, no debe nada a nadie, la gente sabe a qué atenerse y además tiene sus cuentas equilibradas.
La gente comienza a preguntarse quién era en realidad el enemigo de lo público, del desarrollo y del bienestar.
Naturalmente todo esto es un cuento sin parecido alguno con la realidad y además una simplificación un tanto grosera, aunque ni tan cuento, ni tan distante de la realidad, ni tan simple y grosero como algún discurso político de la vida real.
3 respuestas
Falta un personaje, don Barbas, que tiene que llevar adelante el país que Don Derrochón le dejó destrozado, y que como es amigo de Doña Austera, le está echando una mano para poder sacar España adelante, sin que los jubilados y trabajadores del país de doña Austera tengan que fastidiarse para pagar los gastos y fastos de Don Derrochón, que no es ni siquiera de su país, ni ellos lo eligieron.
Esto lo debe entender todo el mundo; y el que no lo entienda, o es tonto de baba (y se perdona) o es idiota en el sentido político del término (y se asume), o se es directamente un canalla de la peor especie (en este caso ya no hay perdón que valga). Y no vale mentir…
La votación a Caña en este momento es 1(+)3(-). Queda claro que el nivel de la ciudadanía – comentarista (en este momento).
Extrapolémoslo a la ciudadanía:
Manuel tiene un trabajo en la construcción (por ejemplo) donde gana 3.000€. Manuel decide comprarse un piso donde la hipoteca le supone 1.200€/mes porque le han dado el 100% de la hipoteca más un plus para amueblar y cambiar de coche, y puestos hacer un viaje.
Durante dos años Manuel sigue cobrando esos 3.000€, paga su hipoteca, se da sus caprichos gastando 2.400€ mensuales.
Un día estalla la burbuja inmobiliaria** y Manuel tiene la suerte de mantener el trabajo, pero le rebajan la nómina a 1.400€. Suponiendo que hubiera ahorrado 15.000€, y por mucho que se apriete el cinturón, tiene 200€ para gastar (comunidad, agua, luz, gas, ayuntamiento, comida…y supongamos que no tiene hijos) y tiene que sobrevivir con el dinero que tenía ahorrado. Y dándole el respiro que no suban los tipos de interés y tenga hipoteca variable.
Resumen: salvo los que hemos tenido dos dedos de frente, el resto de la población ha sido Don Derrochón, y como la ciudadanía lo ha sido se le ha permitido a nuestros políticos serlo pensando que íbamos a vivir toda la vida en El Dorado. El problema es que la crisis no ha arrastrado sólo a unos, sino que nos ha arrastrado a todos.
**construir viviendas por encima del número de habitantes que tiene un país, teniendo una tasa natal del 1’3%, por ende al morir los padres heredas la vivienda, era de ciegos no verlo.