¿Qué ocurre?
¿Qué ha cambiado desde el pasado mes de julio 2018? Quizás no muchas cosas, pero sí algunas suficientemente relevantes: un Gobierno cómplice de secesionistas, un profundo reajuste en el PP, la irrupción de Vox, etc., todo como consecuencia del independentismo agresivo, la inmigración ilegal y la crisis económica que asoma en el horizonte.
¿Qué pasaba antes de ayer?
La situación previa era la del poder omnímodo de lo “políticamente correcto” que no había dejado de crecer y crecer. Lo políticamente correcto ha sido dirigido y tutelado por las izquierdas, aplaudido por casi todos los medios de comunicación y por las propias derechas que han hecho suyos algunos de los “mantras” como la LGTBI, la visión tontuna de la emigración, etc.
Esta corrección política lo impregna todo, lo abarca todo, y casi nadie se le opone porque las fuerzas sostenedoras del Nuevo Orden Mundial (NOM) son muy poderosas. Cuentan con todos los apoyos oficiales, y en España también. Pero hace algún tiempo en el firmamento de lo políticamente correcto empezaron a aparecer algunos nubarrones: el fracaso de Hillary Clinton, que contando con toda la prensa y teniendo las élites a su favor antes de las elecciones USA, se estrelló. Luego el Brexit, el Gobierno italiano, el grupo de Visegrado, el Gobierno Austriaco, el ascenso en toda Europa de lo que los instalados llaman la nueva derecha, o la extrema derecha. Lo último de momento Brasil.
Los de lo políticamente correcto han sido tan omnipotentes y han ocupado tanto espacio que de ahora en adelante probablemente no les quede otro camino que el de ir perdiendo posiciones debido a la aparición y al avance de fuerzas opositoras. Se ha empezado a invertir la percepción social, y quizás hoy sea más favorable a las fuerzas de la derecha. Pero todavía conservan ingentes y potentísimas palancas de poder, cuentan con la legislación, los medios de comunicación y con un apoyo aún mayoritario de los ciudadanos.
¿Que le pasó a la derecha?
Lo que ocurre con la derecha sociológica española hoy tiene más que ver con lo que ocurría en tiempo de la República que con los pasados años de Democracia. La CEDA –grupo mayoritario- trató de constituir una derecha homologable a la de los países del entorno. Gil Robles, acató la Constitución de 1931 y se mostró neutral ante el problema de la forma de Gobierno, intentó consolidar la República, pero la Revolución de Octubre del 34 acabó con esta posibilidad. Recordemos que la CEDA convivía con los Tradicionalistas, Renovación Española, Partido Radical, etc.
Después vino la guerra civil y una dictadura que duró casi 40 años. Con la Transición, la derecha sociológica empezó a jugar en un nuevo campo. La izquierda, desde el minuto uno, asoció la derecha al franquismo para facilitar su predominio cultural, consiguiendo así frenar el resurgimiento en la democracia de una derecha tradicional.
Esto explica algunas reacciones histéricas que estamos viendo no sólo en la izquierda, sino también en las propias “derechas acomplejadas”: que ocupan desde hace tiempo un espacio que no se identifica con la izquierda pero tampoco con lo que podría ser una derecha tradicional adaptada al hoy. La estrategia de la izquierda de acusar de Franquismo a la derecha tradicional ha funcionado eficazmente hasta ahora, ya que si te tildaban de derecha tradicional, era lo peor. La izquierda se ha dado el lujazo de conceder o negar carnets de demócrata o de ultra, de presentable o impresentable en la sociedad política, hasta ahora sin ninguna oposición. hoy parece que este chollo está en peligro.
Tuvieron que sobrevivir buscando el centro
A lo anterior hay que añadir que todo el mundo tiene que adecuarse por la necesidad de estar en sintonía con un mundo diferente, donde la revolución tecnológica y la globalización requerían de enfoques políticos renovados, facilitadores también de la renuncia paulatina de los principios que proporcionaban a la derecha su identidad y su razón de ser. Así, de manera progresiva, la derecha dejó de ser derecha y caminó hacia el llamado “centro político”, sumiéndose en el consenso mayoritario socialdemócrata. Nuestra democracia ha proporcionado una gran prosperidad económica y un envidiable Estado del Bienestar, por lo que la pérdida de “identidad” no fue tan penalizada por el votante de derechas.
¿Por qué los partidos ahora no caen tan bien?
Con la pasada crisis financiera mundial, afloraron aspectos preocupantes de la globalización (un desplazamiento del poder económico y un estancamiento de la prosperidad) que han quebrado el mismo concepto de ciudadanía y han visibilizado la pérdida de autonomía de los gobiernos nacionales. Hoy muchas decisiones emanan de organismos e instituciones lejanos y extraños, lo que decidamos en España importa poco. La política suicida de las élites (con el consentimiento de unas ciudadanías hedonistas) continúan endeudándonos para generaciones, por ello son los mercados los que verdaderamente cortan el bacalao.
Los partidos tradicionales (derechas e izquierdas) se han convertidos en los defensores del actual statu quo, y por ello se han alejado de importantes sectores de la ciudadanía en todo el mundo occidental, al defender lo global sin fisuras, tachando de estúpidos a sus opositores. Todo ello ha provocado el florecimiento de los nuevos populismos. Se ha dicho hasta la saciedad que los problemas complejos no se resuelven con soluciones simples (populistas), pero muchos ciudadanos no terminan de encajar la enorme discrecionalidad en la actuación de los gobernantes y la ven como incompatible con la Democracia conocida hasta ahora.
La globalización no ha sido un proceso totalmente espontáneo, sino que en buena medida ha sido pilotado por una élite tecnocrática, compuesta por políticos y expertos con una visión particular y con intereses propios, que han dañado la autoridad del Estado nación y el pluralismo democrático. La reacción populista no se ha hecho esperar y gana adeptos, por todas partes.
La torpe reacción de nuestras izquierdas preñada de histerismo facilita la visibilidad de sus opositores. No perciben los cambios profundos que facilitan los movimientos de visibilización, de indignación de muchos ciudadanos por los muchos años que han sido acallados, atosigados, que han aguantado cómo se prohibía y demonizaba a lo que muchos pensaban en la intimidad. No se puede todo el tiempo dar carta de normalidad a cosas no tan normales. Defendiendo a minorías a base de privilegiarlas, han dañado a las mayorías que ya no quieren estar silenciadas. Por ejemplo, al feminismo supremacista le empieza a inquietar que se haya comenzado a visibilizar cómo a las mujeres víctimas les llega un mínima parte de los ingentes recursos asignados, porque lo mollar se queda por el camino. Ellas (las del camino) son las que más lloriquean, exageran y demonizan con el objetivo de mantener sus mamandurrias, sus aparatos y sus puestos de trabajo, desde los cuales viven bien a nuestra costa. Eso sí, nos sermonean continuamente, nos dicen lo malos que somos por apoyar al heteropatriarcado, nos tachan de capitalistas, racistas, católicos, derechosos, e incluso de fascistas.
A muchos, antes de julio estos insultos les paralizaban. Ahora parece que no tanto, pues se han colocado en el debate público temas antes intocables, y lo sorprende es que cuenten con más apoyo popular del que se les suponía. Ahora parece que los torpes, son los instalados que reaccionan no demasiado inteligentemente.
La batalla del Centro
Vemos como el “centro veleta” acostumbrado al postureo narcisista que utiliza las condenas “ad dominen”. Aunque tengan el apoyo del IBEX, del NOM y de los Socios Comunitarios, no les basta con eso. Muchos de sus postulados tienen el problema de enfrentarse a la realidad, por eso se ha iniciado su declive. Aunque no tan rápido como desearíamos algunos, pero avanza. Muchos españoles ya no compran el cuento de su Memoria histérica, de la Emigración sin fronteras, del supremacismo Feminista, de negar el sexo cambiándolo por el “género”, de la inacción frente a la Baja Natalidad, de la Renta Básica que llega hasta los de la patera, etc. Eso es lo que ha cambiado, que muchos no se avergüenzan ya de decir en público lo que pensaban en privado. Con lo que se ha ensanchado el campo de juego por parte de los que trabajan, sufren y pagan las cuentas de tanto despropósito.
En Europa, y también en América, hay un auge de posiciones conservadoras. El crecimiento se está produciendo tanto a través de nuevas organizaciones, como dentro de los partidos antiguos. En nuestro caso -con retraso- la aparición de Vox ha dado un impulso al determinar los nuevos debates.
Necesitamos cambios profundos
En España, la derecha sociológica es extraordinariamente heterogénea. Ya no cuela tachar de antisistema a todo el que cuestione cualquier medida del ordenamiento constitucional vigente. En nuestra Democracia -si se respetan las reglas del juego- se puede discutir todo, las autonomías, la secesión, la Monarquía o la República, o cambiar la propia Constitución respetando sus requisitos y mayorías cualificadas.
No es de recibo que criticar la actual gestión de la Unión Europea implique ser tachado de antieuropeísta; que por criticar la actual forma de globalización, se le tache a uno de antiliberal. La derecha conservadora en general no hace un cuestionamiento del sistema como en su día si hicieron, el comunismo, el socialismo prorruso, el fascismo y el nazismo, como hoy lo hace la extrema izquierda tipo “Podemos”. En todo caso, debería ser un revulsivo para que haya debates que hasta ahora han sido hurtados al gran público.
España, no es un país aislado del resto de Europa, tiene problemas similares a los países de su entorno. Lo peculiar es que tenemos una crisis secesionista, y hoy no podemos contar con los socialistas liderados por Sánchez, hay que derrotarlos en las urnas, ya que trabajan más para los secesionistas que para los unionistas.