Conversaciones de Don Tomás con su amigo Gerardo (II)

Volviéronse a reunir Don Tomás y Don Gerardo, tras acordarlo, en una vieja cafetería de la ciudad que les traía recuerdos de la infancia.

Tomás:- Este lugar nos ha dado buenos momentos.

Gerardo:- Cierto. Mas no creo que deba perdurar mucho más tiempo.

T:- ¿Por qué dice eso? ¿No es bueno mantener en el tiempo aquellas cosas que nos producen buena sensación? ¿No es bueno recordar?

G:- ¿Recordar? ¿Recordar qué? Mantener algo del pasado no es más que un impulso interno que impide el avance. Son nuestros instintos devorando nuestra razón. Hay numerosas personas que se aferran a todo ello y que se oponen al cambio. Durante mis viajes pude observar a numerosas personas atadas a diferentes cuestiones que resultaban irrelevantes para el resto del mundo. Cada una de ellas se aferraba de forma irracional a lo que ellos creían pertinente sin saber muy bien por qué. Si hubiera podido juntarlos en un salón para tomar un café y charlar, si hubiera podido provocar que entablaran una conversación, todos se hubieran puesto a defender sus posiciones, sus recuerdos, sus subjetividades, enfrentados unos con otros por determinar quién de ellos tiene más razón dentro de la irracionalidad.

Conversaciones de Don Tomás con su amigo Gerardo (I)

 

T:- ¿No es bueno conservar nada?

G:- ¡No! Quien conserva es irracional como le dije.

T:- Y, ¿qué se construirá después de derribar esta cafetería?

G:- Nada. No tiene que haber nada.

T:- Pero, si no hay nada, ¿no demandará la gente algo?

G:- La gente demanda cosas fuera de ellos mismos porque no se atreven a buscar dentro de sí. Su idea es que otros hagan el trabajo, necesitan del prójimo, necesitan ser sometidos. Tal vez si les forzamos destruyendo todo y dejando explanadas vacías no tendrán más remedio que dejar de demandar.

T:- Es usted muy sabio, querido amigo. Yo pensaba que las cosas se construían por necesidad, que las cosas tenían un por qué, que lo que perduraba debía apreciarse. Me ha hecho cambiar de idea. Ahora sé que mis recuerdos son un reflejo de mis debilidades, que mis añoranzas me impiden superar mi propósito. Soy lo que soy porque no tuve las agallas que usted tiene.

G:- Efectivamente. Le recomiendo que, si quiere alcanzar sus metas y tratar de mejorar el mundo, olvide todo lo que le frene, todo aquello que lo mantenga en el pasado.

Tras esta conversación se acercó a atenderles una señorita, de nombre María, camarera de la cafetería.

María:- Buenas tardes. ¿Qué les pongo?

G:- Buenas tardes. Su rostro me resulta familiar. ¿Es usted de por aquí?

M:- Si señor. Nací y me críe en esta ciudad.

G:- ¿Puede ser que usted tenga algún parentesco con Doña Isabel, la antigua dueña de este local?

M:- Claro. Isabel es mi madre, ahora yo llevo la cafetería.

A Don Gerardo se le iluminó la mirada y no pudo evitar esbozar una sonrisa. Aquello le trajo recuerdos de su adolescencia. Él acudía con sus amigos semanalmente al local. Escondía un gran amor por Isabel, la mujer que siempre les atendía, pero nunca había encontrado el valor para declararse. Pese a ello, todas aquellas tardes conseguía escaparse unos minutos de la mesa en la que se sentaba con sus amigos e invitarle a una sidra. Era como un ritual que trataba de repetir con la esperanza de que algún día le entrara la valentía suficiente para contarle lo que sentía. Nunca lo hizo. Ahora, después de tanto tiempo, todas aquellas escenas le volvieron a la cabeza.

T:- Me acuerdo de su madre, mándele saludos. Fuimos amigos de juventud. ¿Verdad Don Gerardo?

G:- Verdad. ¿Puede usted decirle unas cosas a su madre de parte de Gerardo?

M:- Por supuesto.

Don Gerardo se alegró. Encontró la oportunidad de mandarle un mensaje más a la que fue la mujer que deseó durante muchos años. Nunca se imaginó que iba a tener la oportunidad de decirle algo, simplemente no se lo planteaba. Si se lo hubiera propuesto podría haberlo hecho, puesto que conseguir el contacto no sería cosa dificultosa, pero el trabajo y el destino habían tapado el recuerdo de lo que un día fue, es decir, nunca se había acordado de aquello por su propio estilo de vida.

G:- Dígale a su madre que le agradezco enormemente el tiempo que me dedicó, que me acuerdo de ella y que mantengo en mi memoria aquellas tardes.

M:- ¡Estupendo! Seguro que mi madre se llevará una alegría. Recuerdo que alguna vez me ha hablado de usted. Ahora díganme, ¿qué quieren tomar?

Don Gerardo miró a su alrededor tratando de invocar aquellos años. Observó que todo estaba parecido a como lo recordaba. Agradeció inconscientemente el haber quedado ese día con Don Tomás en aquel establecimiento.

G:- Yo tomaré un vaso de sidra.

Por Benjamín José Santamaría Martín

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